Capítulo 36

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Σs'κα me soltó finalmente del hechizo que era su mirada.

Me dejó libre.

Pero ni mi pulso se calmaba ¿Qué era lo que en realidad sentía? ¿Amor u odio? ¡Debía ser odio! ¡El hijo del Fuego era enemigo de la hija del agua! ¡Era lo natural! ¡Era lo que debía ser! Debía odiarlo con todas mis fuerzas; como la primera vez que lo vi.

Y entonces recordé fugazmente cómo me salvó de caer en manos equivocadas cuando nos conocimos. Debía admitir que a pesar de su aspecto por un momento me sentí segura... sólo por un momento... Uno que había pasado hacía tiempo; que quedaba en el pasado y no podía influir el futuro.

De haber sabido cuándo amaneció, creo que hubiera estado más tranquila, pero el cielo y las estrellas no cambiaban. Las lunas y el reinado del Sol eran uno sólo y el tiempo no era nada. O al menos, no para los pobladores de aquellas tierras, porque para mí era eterno, infinito, aterrador; como siempre, parecía volver el camino interminable...

Pero estar con él me tranquilizaba profundamente... A pesar de la infinidad aterradora y de mi miedo, no tenía dudas de que llegaríamos.

Pronto mi cuerpo pedía a gritos descansar, pero mis modales me obligaban a quedarme callada. Äκσ'κεωαδ fue el primero en perder de todos. Seguramente su sed y su cansancio hicieron que rugiera con una fuerza atronadora.

—Para —le exigí a Σs'κα, que inmediatamente se detuvo.

Me acerqué a Äκσ'κεωαδ y acaricié suavemente su hocico.

—Shhh... —lo arrullé— Pronto vamos a llegar —mentí.

Me volví a hacia Σs'κα de reojo.

—No lo va a lograr, necesitamos darle agua —musité dolida.

Ni siquiera las provisiones que nos habían dado los guardianes de la puerta habían sido suficientes. El agua se había acabado hacía un largo rato.

Σs'κα no se inmutó. Y sin dirigirme ni una sola palabra, caminó hacia delante.

Lo miré con desdén ¡¿Ahora me hacía la ley del hielo?! Pero inesperadamente paró y se volvió hacia nosotros con una rapidez desconcertante.

Sus ojos me miraron con súplica por un momento antes de ponerse en una extraña posición y empezar a hacer movimientos.

Lo miré embelezada. Eran movimientos suaves, sincronizados, pues al segundo que su pie cambiaba de posición todo su cuerpo se iba adaptando, como en una especie de danza.

Comencé a sentir una atracción que se volvió gigantesca y que ni yo podía controlar.

Sus ojos se cerraron.

Sus movimientos se volvieron más firmes y rápidos al ritmo de aquella melodía silenciosa. Y entonces sus brazos descubiertos cobraron un color rojo. Como si su piel se agrietara; con una luz deslumbrante. Entre aquellas grietas parecía haber lava. Y al momento que sus movimientos se volvían más fuertes y su luz más deslumbrante, el calor fue sofocante.

Allí fue cuando abrió los ojos y toda debilidad en mí desapareció por completo. Entré en un trance del que no podía deshacerme y aunque hubiera podido, no quería.

Sus ojos adquirieron el mismo color rojo que la lava, ya no había pupila, ni retina, todo completamente rojo. Descubrí que las marcas en su cuerpo eran escrituras antiguas como las mías. Y el rojo en su cuerpo se volvió dorado. Mi cuerpo empezó a moverse al ritmo del suyo con una suavidad desconocida para mí.

Poco a poco me fui acercando sin poder controlarlo; mi marca brilló con intensidad, contagiándosela a todo mi cuerpo. No veía más que luz ¿Estarían plateados mis ojos como los suyos dorados?

⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora