Capítulo 28

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Rápidamente tomé la capa e intente ponérmela.

—Tranquila... —dijo Σs'κα— soy yo...

La capa resbaló de mis manos. Lo poco que llevaba de mi trenza se deshizo.

—¿Por qué no tuviste la amabilidad de tocar la puerta? —pregunté molesta.

—Discúlpeme, princesa, había olvidado que mi compañero de viaje es mujer —repuso, sarcástico.

—Se supone que eres un caballero.

—Con las mujeres.

—Soy mujer.

—No desde hace un rato...

Me recordé que tenía que respirar hondo antes de preguntar:

—¿Conseguiste las hierbas?

—Y más... —aseguró mostrándome un plato de madera con un extraño ungüento rosado— Œητια'τοηα me dijo que aquí había mejores remedios que con la gente del agua, pero que si nos daba las hierbas no sabríamos cómo mezclarlas.

—¿Y trajiste...?

—Me dio estas extrañas hojas... —me interrumpió Σs'κα— y dijo que allí pusiera el ungüento y luego presionara sobre la herida... se cerrará para mañana si la dejo toda la noche.

Quedé asombrada con sus palabras. No conocía remedio que surtiera tal efecto.

Me incorporé y tomé el plato y las hojas con extremado cuidado.

—Quítate la armadura, tengo que limpiar la herida —le ordené obligándolo a sentarse en el banco en la esquina del cuarto.

Σs'κα obedeció sin rechistar. Se quitó la armadura, dejando al descubierto su esculpido abdomen.

Intenté sacar el trapito por segunda vez, pero el agua estaba tan caliente como antes. Mordí mis dedos intentando quitar el ardor... ¿Por qué mi agua sí se enfriaba y la de él no?

Σs'κα sonrió mientras metía su mano y sacaba el trapo con tanta facilidad como si fuera agua fría.

Correspondí a su sonrisa.

—Gracias... —murmuré mientras exprimía el trapo y limpiaba suavemente su herida.

—Aún no entiendo por qué sigues cuidando de mí —comentó Σs'κα prestándole especial atención a mi trabajo.

—Es mi culpa que tengas esta herida... —fue todo lo que pude contestar.

Rió suavemente, haciendo que su abdomen se pusiera duro como una piedra.

—¡Quédate quieto! —lo reproché divertida.

—Lo siento... —se disculpó con repentina seriedad.

Arqueé las cejas ¿De verdad lo sentía?

—Ya no es tan profunda como antes —comenté—. Me sorprende que sanes tan rápido.

Mi mirada se perdió en las perfectas líneas que se trazaban en su duro abdomen.

—Es una de las ventajas de ser hijo de un dios —admitió con cierta indiferencia y encogiéndose de hombros.

—¡Quieto! —lo reproché de nuevo— Ya voy a terminar...

Exprimí el trapo por segunda vez. La sangre se arremolinaba con el agua.

—¿Por qué no aprovechas lo que tienes? —pregunté después de un largo silencio.

—Porque no tengo nada —contestó fríamente.

⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora