Capítulo 24

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— ¿Por qué no puedo saber nada de ti? ¿Por qué te cierras tanto hacia los demás? —pregunté molesta.

—Para empezar, princesa, tú y yo no somos precisamente amigos.

Y aunque sus palabras me dolieron, supe que tenía razón y que desde el principio aquello había quedado claro.

Bajé la mirada.

—Necesito pedirte una tregua momentánea... —dije después de pensarlo por un buen rato ¡Estaba harta de tantas peleas! Ya hasta había perdido la cuenta.

Me volví hacia él para evaluar su reacción. Parecía querer replicar, sonriendo burlón, pero aquella sonrisa desapareció de improviso.

Desvió su mirada.

Entonces su Ζēκδ'ą sacudió la cabeza con ímpetu, provocando que Σs'κα, desconcertado, se aferrara a sus astas justo a tiempo antes de caer. Se sostuvo por un instante con los músculos tensos y la mirada seria.

Su Ζēκδ'ą gruñó con gravedad, como si lo estuviera reprochando por ser cabeza dura; como si apoyara mi comentario.

Σs'κα abrió los ojos como platos antes de aferrarse con ambas manos.

Una risita se escapó de mis labios. Y sin poder evitarlo más, rompí en carcajadas inclinándome hacia atrás.

Él me miró frunciendo el ceño. Descubrí una media sonrisa en su rostro.

Su fuerte mano se dirigía hacia mí. Y como siempre, sus movimientos gatunos y casi imperceptibles me tomaron por sorpresa; su mano se aferró a mi brazo y lo jaló hacia abajo, provocando que perdiera el equilibrio y como única reacción posible y lógica, me aferré a su mano con fuerza, precipitándome al duro suelo. Y contenta de mi logro, ambos caímos rodando.

Tuve miedo de que las monstruosas patas de los Ζēκδ'æ cayeran sobre mí, pero Σs'κα parecía lo suficientemente ágil para mover mi cuerpo y el suyo justo en el instante que los Ζēκδ'æ pasaban rozando nuestros rostros.

Rodamos por la tierra rojiza hasta que terminamos rebasando al propio líder de la manada y continuamos libremente cuesta abajo, sin poder retener nuestros cuerpos.

Sus manos rodearon mi espalda mientras yo escondía mi rostro en su duro pecho. Ambos reíamos irremediablemente.

—¡Estás loco! —grité cuando entramos a un camino rocoso. Sentía las piedras rasgar mi vestido; continuábamos rodando ¿Acabaría ese martirio en algún momento?

—Creo que podemos mejorarlo... —dijo Σs'κα con una picardía contagiosa.

Y en ese momento se escuchó una explosión; nos impulsamos en el aire. Dos flechas se desprendieron de mi aljaba y cayeron.

Grité sintiendo cómo el aire se filtraba por todos lados; mis oídos se taparon, mientras me acurrucaba más profundamente entre sus brazos, con la idea de que así minimizaría el golpe de la caída.

—¡¿Cómo vamos a aterrizar?! —grité.

Levanté por un instante mi rostro encontrándome con sus ojos, que refulgían cargados de energía.

Sonrió radiante, pero guardó silencio y me pregunté si me habría escuchado.

Mi estómago estaba revuelto; el miedo me invadió lentamente cuando escuché sus únicas dos palabras:

—Oh, oh... —y esperé lo peor.

De repente caíamos en picada con las cabezas dirigidas hacia el suelo.

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