Capítulo 37

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Allí fue cuando abrí los ojos y pude ver cómo se abrió paso un destello proveniente del cielo. La luz cayó al suelo y se fue convirtiendo en una silueta plateada que de un momento a otro dejaba entrever una figura humana de curvas suaves y cabellos largos.

Quedé maravillada ¡La diosa Diana!

Y corriendo detrás de ella, llegó Mina, que parecía hecha de estrellas; de cuerpo invisible pero manchas brillantes y ojos azules como el cielo y como los de su hermano.

Sentí alivio por un momento. La luz plateada que emanaba la diosa Diana se convirtió en un rayo que corrió a mi auxilio, entrando a mi cuerpo. De la frente de Mina salió tanta energía como la de su madre y chocó contra mi pecho.

Entonces fueron materializándose nuevas siluetas que parecían tierra, viento, luz, nieve, animales... Eran tantas las siluetas que empezaban a llenarme de su energía, misma que provocaba dentro de mí una pelea tan fuerte que hasta empecé a perder el conocimiento. Por un lado el dolor me carcomía, pero por el otro me llenaba de alivio.

-¿Qué quieren de mí?- pregunté.

Pero las palabras no salieron de mis labios, sino que quedaron encerradas en mi mente.

-Tu sangre- dijeron algunos.

-Tu salvación- dijeron otros.

Y lentamente la pregunta de aquel viaje, la pregunta que sellaba mi destino se fue respondiendo.

-¿Por qué quieren mi sangre?

-Eres hija de una madre, pero huérfana de padre; eres de sangre inmortal. Tu poder es tan fuerte como el de tu madre, la creadora. Que dio inicio a la vida de agua y a la vida en el cielo y separó ambas razas para que la una comprendiera el ciclo natural y la otra lo protegiera. Y el padre, que ejerce las decisiones inflexibles pero justas, que creó junto a la madre, no te tiene bajo su custodia por mañas de la madre. Ella formó en su ceno sin consultar, para empezar con una nueva raza y energía que pueda sucederla cuando llegue su ciclo final- decían todas las voces monótonas al unísono.

Veía imágenes cruzar mi mente, recuerdos ajenos. Tierra que se convertía en montañas y montañas que creaban nubes que escondían recelosamente el cielo de la gente del agua, que construía desde pequeñas casas hasta gigantescos templos. Los animales a su alrededor cumplían el ciclo de la vida. Era tiempo interminable, imágenes nítidas y recuerdos míos inexistentes ~porque jamás los viví... ¿O tal vez sí?~, que empezaban a hacer mella en mí.

-Σραπαδε... ¿Es mi madre?- musité.

-Eres parte de ella- contestaron todas las voces al unísono.

¿Era posible que la naturaleza fuera mi madre? ¿Era posible que el destino no fuera mi padre como el de todos los demás?

-Quien tenga tu sangre será tan poderoso como la madre Tierra y será sucesor de tu madre a su debido tiempo- concluyeron las voces dentro de mi cabeza.

Un escalofrío cruzó mi cuerpo entero.

Aquello explicaba el sacrificio.

Moriría.

Pero no tuve miedo.

-Es ella...- susurraban entonces unas voces.

-La tenemos...- decían otras.

En mi mente sucedía un caos total. Sentía que explotaría ¡Ni mis propios pensamientos podían distinguirse ya! Y mi cuerpo... mi cuerpo estaba adormilado. No sentía nada en absoluto a pesar de que la energía de todos los dioses siguiera centrada en mí. Pero no había miedo ni desesperación que me invadieran; me sentía poderosa.

⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora