Allí fue cuando abrí los ojos y pude ver cómo se abrió paso un destello proveniente del cielo. La luz cayó al suelo y se fue convirtiendo en una silueta plateada que de un momento a otro dejaba entrever una figura humana de curvas suaves y cabellos largos.
Quedé maravillada ¡La diosa Diana!
Y corriendo detrás de ella, llegó Mina, que parecía hecha de estrellas; de cuerpo invisible pero manchas brillantes y ojos azules como el cielo y como los de su hermano.
Sentí alivio por un momento. La luz plateada que emanaba la diosa Diana se convirtió en un rayo que corrió a mi auxilio, entrando a mi cuerpo. De la frente de Mina salió tanta energía como la de su madre y chocó contra mi pecho.
Entonces fueron materializándose nuevas siluetas que parecían tierra, viento, luz, nieve, animales... Eran tantas las siluetas que empezaban a llenarme de su energía, misma que provocaba dentro de mí una pelea tan fuerte que hasta empecé a perder el conocimiento. Por un lado el dolor me carcomía, pero por el otro me llenaba de alivio.
-¿Qué quieren de mí?- pregunté.
Pero las palabras no salieron de mis labios, sino que quedaron encerradas en mi mente.
-Tu sangre- dijeron algunos.
-Tu salvación- dijeron otros.
Y lentamente la pregunta de aquel viaje, la pregunta que sellaba mi destino se fue respondiendo.
-¿Por qué quieren mi sangre?
-Eres hija de una madre, pero huérfana de padre; eres de sangre inmortal. Tu poder es tan fuerte como el de tu madre, la creadora. Que dio inicio a la vida de agua y a la vida en el cielo y separó ambas razas para que la una comprendiera el ciclo natural y la otra lo protegiera. Y el padre, que ejerce las decisiones inflexibles pero justas, que creó junto a la madre, no te tiene bajo su custodia por mañas de la madre. Ella formó en su ceno sin consultar, para empezar con una nueva raza y energía que pueda sucederla cuando llegue su ciclo final- decían todas las voces monótonas al unísono.
Veía imágenes cruzar mi mente, recuerdos ajenos. Tierra que se convertía en montañas y montañas que creaban nubes que escondían recelosamente el cielo de la gente del agua, que construía desde pequeñas casas hasta gigantescos templos. Los animales a su alrededor cumplían el ciclo de la vida. Era tiempo interminable, imágenes nítidas y recuerdos míos inexistentes ~porque jamás los viví... ¿O tal vez sí?~, que empezaban a hacer mella en mí.
-Σραπαδε... ¿Es mi madre?- musité.
-Eres parte de ella- contestaron todas las voces al unísono.
¿Era posible que la naturaleza fuera mi madre? ¿Era posible que el destino no fuera mi padre como el de todos los demás?
-Quien tenga tu sangre será tan poderoso como la madre Tierra y será sucesor de tu madre a su debido tiempo- concluyeron las voces dentro de mi cabeza.
Un escalofrío cruzó mi cuerpo entero.
Aquello explicaba el sacrificio.
Moriría.
Pero no tuve miedo.
-Es ella...- susurraban entonces unas voces.
-La tenemos...- decían otras.
En mi mente sucedía un caos total. Sentía que explotaría ¡Ni mis propios pensamientos podían distinguirse ya! Y mi cuerpo... mi cuerpo estaba adormilado. No sentía nada en absoluto a pesar de que la energía de todos los dioses siguiera centrada en mí. Pero no había miedo ni desesperación que me invadieran; me sentía poderosa.
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⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘
FantasyMi brazo estaba marcado. Allí, incluso de lejos, se veía la marca plateada, que cruzaba como una enredadera por mi brazo, comenzando desde mi palma hasta mi hombro. Era la marca de un cazador. Mi tribu por generaciones había puesto esa marca a los...