Capítulo 8

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La herida en la espalda aún me dolía terriblemente, pero no me detuve; seguía los pasos de él a prudente distancia.

En algún punto del camino observé con mayor atención el resto de mis heridas descubriendo que estaban limpias, sin rastro de sangre...

—¿Me curaste? —pregunté.

Él no se volvió para contestar:

—Lo menos que necesito ahora es llevarte cargando.

Por un lado estaba agradecida, pero por otro molesta ¿Cómo se atrevía siquiera a tocarme? ¡Era hijo del mayor de nuestros enemigos! ¡¿Qué tal y si en realidad había intentado envenenarme?! ¡Tremenda falta de respeto había cometido al acercarse siquiera!

"Pero también es hijo de Diana" dijo una vocecita en mi interior. La callé al instante.

Caminamos por un enorme lapso de tiempo sin que ni uno mediara palabra. Las heridas seguían haciendo mella en mí y lo único verdaderamente coherente que febrilmente rondaba mi cabeza, era la pregunta de hacia dónde nos dirigíamos. Pero guardé silencio; no hablaría con mi supuesto protector.

Pronto salimos por las rutas de comercio caminando por la orilla de un enorme lago.

La luz diurna nos daba directamente en el rostro. Tanto, que no fue necesario que mi protector me dijera que debía ponerme la capucha, pues yo ya la traía puesta intentando, además de esconder mi identidad, cubrirme del fuerte Sol ¡Parecía como si quisiera derretirnos! Más que épico, esto era vulgar. Íbamos sin rumbo fijo y yo estaba siguiendo al hijo de mi peor enemigo.

Mi mayor deseo era volver a casa con mi familia aunque tuviera que ver la decepción en sus rostros... La soledad quería apoderarse de mi alma, la sentía tan cerca... y le temía. Pero el guerrero, ajeno a mis pensamientos, ni siquiera me dedicó una sola mirada o se le ocurrió decirme qué tan cerca estábamos de nuestro destino. Desde mi paradero -detrás de él- parecía tan intimidante; erguido y de espalda ancha con una capa roja que rozaba sus pies y cubría su cabeza. Me recordaba a los mensajeros del agua, que al salir de ésta se volvían sombras rojas que caminaban sin mirar atrás y destruían todo a su paso hasta llegar a su destino. Esa actitud era más propia del quemador, pero como todo en la naturaleza. El agua tenía dos caras, si veías a los mensajeros de sombras rojas, entonces no podías esperar nada bueno... pero si veías a los pájaros de cristal volar fuera de su hogar -el agua- entonces podías esperar fortuna y felicidad para tu familia.

El lago a nuestro costado era de extensiones que abarcaban incluso más allá del horizonte. Aprecié sus aguas cristalinas hasta que el paisaje se transformó en árboles que dejaban de estar tan juntos los unos de los otros. Los primeros hoyos en el suelo empezaron a divisarse a lo lejos. Eran casas subterráneas...

—Estamos en el mercado, princesa, el famoso mercado de los αmϑητι —me informó como si hubiera escuchado mi pregunta no formulada.

No contesté nada limitándome a observar maravillada las pieles colgadas de estacas, los amuletos y la variedad de gente de agua que había en los alrededores. El silencio y la soledad huyeron lejos cuando mi protector y yo pasamos junto a la primer casa cerca del camino. Niños y jóvenes caminaban por los alrededores, mientras hombres y mujeres hacían los intercambios. Λδ ανιηē por un vestido decorado de chaquiras o cereales por un šεϖε; un animal a penas más grande que mi cabeza con alas de fuego y seis patas de hielo. No era precisamente común entre nosotros, pero había buscadores a los que llamábamos ςëηητřαș, o en otras palabras, guardianes de tesoros. Ellos eran de los pocos que se atrevían a acercarse a los dominios de los dioses y traer de sus maravillas con nosotros. No es que alguno hubiera logrado entrar alguna vez, en realidad, la leyenda siempre ha dicho que el que entra nunca sale, pero hay seres de los dioses que se escapan y terminan en las tierras de los ηöη'καπ, allí donde los ςëηητřαș los buscan, los capturan y los traen a los mercados.

⌘Cαżαdοrα εrrαητε⌘Donde viven las historias. Descúbrelo ahora