Capítulo 34

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Todo quedó en silencio.

Suspiré mientras me volvía hacia la ventana que daba al patio donde empezaban a poner la comida. Las mesas de madera, largas e impecables, estaban colocadas de forma que daban hacia una plataforma donde habían puesto instrumentos algo extraños para mí. Durante el transcurso de la tarde observé con atención a la gente viniendo de un lado para otro; a veces con comida, a veces con regalos, a veces con platos y adornos, pero siempre de un lado para otro. Hubo un momento en el que llegué a preguntarme qué estarían haciendo Σs'κα y Šοŗα, pero rápidamente deseché esos pensamientos. Debía olvidar mi corazón roto, debía hacerlo no porque me lastimara, sino porque estaba prohibido enamorarse del hijo del dios enemigo... quería convencerme de que esa era mi única razón. 

Pero desechar aquellos pensamientos me hacía reflexionar sobre otros mucho más agobiantes aún: mi destino final y los dioses, ¿qué me deparaba más adelante en el camino? Sacudí la cabeza y me concentré en las hermosas flores como centro de mesa que habían puesto con esmero las mujeres de la casa.

Sol empezó a ponerse en el horizonte y las luces de las lámparas en el patio se prendieron. Entonces llegaron los músicos y tomando sus instrumentos, empezaron a tocar. De poquito a poco, la gente empezó a llegar también. Todos hablaban animadamente, pero entre tanta gente no pude ver a ninguna de las dos únicas personas que buscaba con la mirada ¡Cuántos nietos e hijos tenían Œητια'τοηι y Œητια'τοηα! ¡Era un pueblo completito!

Alguien tocó a la puerta, interrumpiendo mis pensamientos.

—Pase —pedí.

La puerta se entreabrió.

—Princesa, le traigo la túnica que mi madre le envía —dijo tímidamente Μηεη.

—Pasa, Μηεη —dije sonriente— ya te esperaba.

Μηεη entró y se hincó frente a mí extendiendo la túnica.

—Μηεη, no me trates como princesa ¿Bien? —dije ayudándola a incorporarse.

La joven asintió lentamente con la cabeza y me entregó la túnica.

—Tenga, princesa.

La tomé y me la puse con delicadeza, temerosa de mover algún arreglo que Œητια'τοηα y sus nietas e hija me habían hecho.

Me amarré el cordel sobre el cuello y me volví hacia Μηεη para darle un abrazo.

—Gracias —musité.

Μηεη me devolvió el abrazo con nerviosismo. Parecía debatirse entre hablar o no.  

—Tengo una pregunta, princesa —murmuró finalmente.

La solté, observando cómo sus mejillas habían tomado un tono carmesí que embellecía tiernamente su rostro. Sonreí divertida por la situación.

—¿Cuál es tu pregunta?

—¿Qué quieren los dioses de usted?

Suspiré antes de contestar:

—No lo sé... —bajé la mirada— en realidad no lo sé.

—Está lejos de su hogar ¿Verdad?

Asentí lentamente mirando por la ventana. Allí estaban finalmente: Σs'κα y Šσŗα, aclamados y vitoreados por la familia. Œητια'τοηα daba un discurso mientras los "novios" pasaban entre las mesas hasta llegar junto a ella.

Μηεη me tomó de la mano, sacándome de mis cavilaciones.

—Venga, princesa, es hora de presentarla.

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