Capítulo 26

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El agua se fue por completo cuando el Sol empezaba a meterse.

Debía ingeniármelas para bajar a Σs'κα de la roca. De modo que yo descendí primero; la roca era muy alta y tirarlo representaría un gran peligro...

Bajarlo a él fue el verdadero problema.

Lo jalé de una pierna y esperé que el resto del cuerpo cayera sobre mí ¡Y vaya que pesaba! Cuando estuvo entre mis brazos, lo recargué sobre la piedra y respiré hondo antes de volver a la acción. Tomándolo de las axilas, lo arrastré hasta la cueva, donde lo recargué sobre la piedra en la que había dormido yo la noche pasada.

De la fogata y la piel de oso, no quedó nada, al igual que del saco que Šhřιη nos había dado. Seguramente Σs'κα se lo habría quitado para pelear y el agua se lo habría llevado como todo lo demás.

Salí de la cueva y miré a mí alrededor.

Quizás podría ir hasta el bosque y tomar un poco de leña... pero en la lejanía no había nada más que suelo ¿Tanto habíamos caminado?

Me acerqué un poco más a la precipitada bajada y entonces pude ver los árboles a lo lejos. Tardaría mucho en llegar hasta allá y no podía dejar a Σs'κα sin protección.

Volví a la cueva y me senté tiritando junto a él, que aún no salía de su ensoñación.

Pasó un largo rato. Esperar se volvió un martirio para mi cuerpo entumido. No fue sino hasta que la oscuridad empezó a reinar, cuando recobró la consciencia.

Yo enjuagaba la tira de tela en una hendidura donde el agua del monstruo se había quedado.

Le coloqué la tira blanca de nuevo cuando abrió los ojos y sonrió de oreja a oreja.

—Mejoró tu puntería, princesa Καητσ —dijo con un hilo de voz.

Reí con alivio.

—Y tu venciste tu miedo al agua —bromeé.

Σs'κα rió débilmente antes de que ambos guardáramos silencio.

—¿Por qué me salvaste?

Me tardé en contestar.

—Era lo menos que podía hacer por ti después de que salvaras dos veces mi vida.

Coloqué mi mano sobre su frente.

—¿No me odiabas?

Ignoré su pregunta:

—¿Es normal que estés helado?

Σs'κα se encogió de hombros.

—No, no es normal —contestó con indiferencia.

Solté un hondo suspiro.

—Sí, aún te odio... —dije finalmente— Pero para poder matarte debo pagarte todo lo que te debo.

Rió débilmente.

—¿Qué pasó con todas las cosas? —preguntó incorporándose con dificultad, pero lo empujé suavemente con la mano para que se volviera a acostar.

—El agua del monstruo se las llevó todas...

—¿Y cómo es que nosotros no fuimos llevados por la corriente? —su voz era a penas un susurro; como si fuera a desfallecer en cualquier momento.

—Fue gracias a la roca de allá afuera. Esperé a que el agua se fuera y te bajé para entrar a la cueva —expliqué con cierta diversión.

Frunció el ceño.

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