Capítulo 30

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Al despertar el calor era sofocante. Mis adormilados ojos buscaron al causante de tal calor.

Σs'κα estaba sentado en la cama continua a la mía tallando algo en madera... con... un cuchillo.

Me fijé bien.

¡Era mi cuchillo! Seguramente lo había tomado ayer en la noche ya que yo no había ido a reclamarlo.

—¿Me devuelves...?

—¿No tienes hambre? —me interrumpió.

Lo miré con cara de pocos amigos.

—¿Pero de qué...?

—Nadie ha despertado, puedes tomar comida mientras tanto —me interrumpió por segunda vez.

—¿No notarían que les falta comida? —pregunté incrédula.

—Sobró ayer la suficiente como para que no se den cuenta —contestó más concentrado en su tarea.

Guardé silencio sopesando la idea de ir por comida.

—¿Qué haces? —quise saber mirando su trabajo con atención.

—No te importa —contestó secamente.

Entonces lo fulminé con la mirada.

—Me importa por el hecho de que para ello estás utilizando mi cuchillo.

—Mismo que nadie reclamó ayer en la noche después de hacer una escenita de princesa mimada.

Y otra vez venía con sus comentarios que me daban en el orgullo ¿Sería su pasatiempos?

—De ti no se burla nadie, Σs'κα. Es por eso que no lo entiendes.

—No se burla nadie porque yo me burlo de todos —dijo sonriendo con altanería—. Deberías seguir mi ejemplo.

—¿Y crees que así te ganarás el respeto de los demás? —mi voz temblaba.

—¿Qué me importa el respeto de los demás? Ni siquiera tu amabilidad ha funcionado para ganarse el respeto de los otros, así que ¿Cuál es la diferencia?

—¿Ni tu respeto? —pregunté con una curiosidad tímida.

—No —espetó aun concentrado en su estúpido trabajo.

Si sabía que aquella iba a ser su respuesta ¿Por qué me dolía tanto?

—¿Qué pasó con el muchacho atento de las otras noches? —pregunté indignada.

Por primera vez su concentración pasó a mí y para mi gran sorpresa -nótese el marcado sarcasmo- sonreía con diversión.

—¿Cuáles noches?

Lo fulminé con la mirada buscando la mentira en sus ojos; solo encontraba una incredulidad infantil, como si sus palabras y su cariño nunca hubieran ocurrido. Aquello me sacó de mis casillas.

—Primero parece que nos llevamos bien y de repente usas ese tono tuyo tan petulante y crees que me puedes tratar como si fuera uno de esos patanes de allí afuera ¿Recuerdas que soy princesa? —exploté.

Nuevamente se volvió hacia la figura que empezaba a avistarse en la madera.

—Baja la voz o vas a despertar a los "patanes" —dijo sin inmutarse.

—Olvídalo —musité incorporándome con brusquedad—. Voy por comida.

—Espera.

Me volví lentamente.

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