🌻Capítulo 4.1🌻

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—Esta tarde tengo un compromiso y no comeré aquí. En la nevera hay unos filetes de seitán que deberás servirme a las seis para cenar en la mesa del comedor. —Me recorrió el cuerpo con los ojos y yo me obligué a quedarme quieto—. Será mejor que te duches, esta mañana no te ha dado tiempo a hacerlo.

Maldito fuera, a aquel hombre no se le escapaba nada.

—Y —prosiguió— hay unos DVD de yoga en el gimnasio. Utilízalos. Puedes retirarte.

No lo volví a ver hasta la hora de cenar. Si lo de los filetes había sido alguna clase de prueba y estaba esperando que fracasara, se iba a llevar una gran decepción. Yo era famoso por haber conseguido poner de rodillas a más de un hombre con mis filetes.
De acuerdo, era mentira. Y sabía que no tenía ninguna posibilidad de poner de rodillas a Kim JongIn, pero en cambio era muy capaz de cocinar un buen filete de seitán.
Aunque, evidentemente, él no se dignó a elogiar mis habilidades culinarias. Lo que sí hizo fue ordenarme que comiera con él, así que me senté en silencio a su lado.

Corté un trozo y me lo metí en la boca. Quería preguntarle dónde había estado toda la tarde y si durante la semana vivía en la ciudad. Pero estábamos en la mesa del comedor y no podía hacerlo.
Cuando acabamos, me dijo que lo siguiera. Caminamos por la casa y pasamos por delante de su dormitorio hasta llegar a la habitación que estaba delante de la mía. Abrió la puerta, se hizo a un lado y me dejó entrar a mí primero.
El cuarto estaba prácticamente a oscuras. La escasa luz que brillaba procedía de una única lámpara muy pequeña. Del techo pendían dos gruesas cadenas con grilletes.

Me di media vuelta y me lo quedé mirando con la boca abierta.
A JongIn se lo veía impasible.

—¿Confías en mí, KyungSoo?

—Yo… yo… —tartamudeé.

Él pasó por mi lado y abrió uno de los grilletes.

—¿Qué pensabas que conllevaría nuestro acuerdo? Creía que eras consciente de la clase de situación en la que te estabas metiendo.

Sí, claro que lo sabía. Pero pensaba que las cadenas y los grilletes llegarían más tarde.
Mucho más tarde.

—Si queremos progresar, tendrás que confiar en mí. —Abrió el otro grillete—. Ven aquí.

Yo vacilé.

—O bien —dijo—, puedes marcharte y no volver nunca más.

Me acerqué a él.

—Muy bien —aprobó—. Desnúdate.

La situación era mucho peor que la noche anterior. Por lo menos, entonces tenía cierta idea de lo que quería. Incluso cuando esa misma mañana había estado en su cama no había sido tan horrible. Pero eso otro era una locura.
La parte insensata de mi cerebro estaba disfrutando como nunca.

Cuando estuve completamente desnudo, me cogió los brazos, me los levantó por encima de la cabeza y me encadenó. Se alejó un poco y se quitó la camisa. Luego rebuscó en el cajón de una mesa cercana, sacó un pañuelo negro y se acercó de nuevo.

—Cuando te vende los ojos, se te agudizarán los demás sentidos.

Entonces me ató el pañuelo alrededor de los ojos y la habitación se quedó a oscuras del todo. Oí algunos pasos y luego nada. Ninguna luz. Ningún sonido. Nada. Sólo los latidos acelerados de mi corazón y mi respiración temblorosa.

De repente, noté algo muy leve acariciándome el cabello y me sobresalté.

—¿Qué sientes, KyungSoo? —musitó JongIn—. Sé sincero.

—Miedo —respondí yo, también con un susurro—. Tengo miedo.

—Es comprensible, pero absolutamente innecesario. Yo nunca te haría daño.

Algo muy delicado dibujó un círculo en mi pecho. La excitación empezó a palpitar entre mis piernas.

—¿Qué sientes ahora? —preguntó él.

—Expectación.

Se rio y el sonido de su risa reverberó por mi espina dorsal. Noté cómo dibujaba otro círculo; me provocaba sin apenas tocarme.

—Y si te dijera que lo que tengo en la mano es una fusta°, ¿qué sentirías?

¿Una fusta? Me quedé sin aliento.

—Miedo.

La fusta silbó al cortar el aire y aterrizó con fuerza sobre mi pecho. Jadeé al percibir la sensación. Me dolió un poco, pero no demasiado.

—¿Lo ves? —me dijo—. No hay nada que temer. No te voy a hacer daño. —La fusta impactó entonces en mis rodillas—. Abre las piernas.

Al hacerlo, me sentí aún más expuesto. Se me aceleró el corazón, pero todo yo me encendí de excitación.

JongIn dejó resbalar la fusta por el interior de mis muslos; empezó en las rodillas y la deslizó hasta llegar al vértice de mis piernas, rozando apenas mis partes, justo donde me sentía más necesitado.

—Podría azotarte aquí —dijo—. ¿Te gustaría?

—Yo… no lo sé —confesé.

La fusta impactó tres veces en rápida sucesión justo cerca de mi entrada. Me escoció, pero el escozor fue reemplazado casi inmediatamente por la necesidad de más.
Acarió mi miembro lentamente.

—¿Y ahora? —preguntó, mientras la fusta se movía entre mis piernas y alrededor de mi miembro con la suavidad de una mariposa.

—Más —supliqué—. Necesito más.

La fusta dibujó una serie de delicados círculos antes de impactar de nuevo. Me azotó una y otra vez y cada nuevo impacto me provocaba una punzada de dolor junto con una dulce sensación de placer. Entonces me azotó de nuevo y yo grité.

—Estás tan hermoso aquí encadenado, tirando de los grilletes, en mi casa, gritando al recibir mis azotes… —La fusta me volvió a rozar el pecho—. Tu cuerpo está suplicando liberación, ¿verdad?

—Sí —admití, sorprendido de lo mucho que necesitaba esa liberación. Tiré de las cadenas. Quería tocarme y darme el placer que él me negaba.

—Y la tendrás. —La fusta volvió a impactar sobre mí una vez más—. Pero esta noche no.

Yo gimoteé cuando oí que se alejaba de mí. Entonces percibí cómo se abría un cajón en algún lugar de la habitación. Volví a tirar de las cadenas. ¿A qué se refería con eso de «esta noche no»?

—Ahora voy a soltarte —me informó—. Te irás directamente a la cama. Dormirás desnudo y no te tocarás. Si me desobedeces, habrá severas consecuencias.

Abrió un grillete tras otro y me frotó suavemente ambas muñecas con una loción de olor dulzón. Luego me quitó el pañuelo de los ojos.

—¿Me has entendido?

Miré fijamente sus ojos verdes y supe que hablaba muy en serio.

—Sí, Señor.

Me esperaba una noche muy larga.

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°Fusta: Látigo.

SUMISIÓN  (KaiSoo) +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora