🌻Capítulo 11🌻

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La cara que me miraba desde el espejo estaba roja e hinchada.

«Bueno, Soo —le dije a mi reflejo—. Se acabó eso de pasar el rato con BaekHyun, ¿eh?»

Y si lo hacía, la sesión tendría que acabar antes de las diez de la noche para que pudiera irme a la cama.

Me tambaleé hasta el dormitorio y me tumbé boca abajo. Esperaba que JongIn no quisiera hacer ningún experimento ese fin de semana. Con o sin tapón estaba demasiado irritado como para plantearme eso.
Pero ¿y si lo hacía? ¿Diría mi palabra de seguridad? Los azotes… Bueno, eso podía soportarlo. Lo había fastidiado. Esa noche me había dejado bien claro, y de un modo muy expeditivo, que las reglas eran las reglas. Pero ¿y si quería tener sexo?
No creía que fuera capaz de hacerlo; esa noche no. Y tampoco durante ese fin de semana.
Tendría que utilizar mi palabra de seguridad.
Decidí en ese momento que aquel era mi límite. Es importante tener límites. Debes decirte a ti mismo hasta dónde quieres llegar. Y ese era el mío. Nada de sexo ese fin de semana.

Pensé en dejar a JongIn.
Y me puse triste. No sé si fue por haberlo decepcionado, por los azotes, por pensar en no volver a verlo, o por las tres cosas a la vez, pero me eché a llorar. Hundí la cara en la almohada, no quería que me oyera. ¿Y si se le ocurría entrar?

Mientras lloraba, sonaron pasos en el pasillo. Paré y me quedé completamente quieto.
¿Me habría oído? Los pasos se detuvieron. Vi sus pies por debajo de la puerta.
Siguió andando.
Yo solté un tembloroso suspiro y me obligué a dormir.

Aquella noche volví a tener el mismo sueño. El de la música. En esa ocasión, la melodía era más rápida. Enfadada. Feroz. Y luego, gradualmente, se fue suavizando hasta convertirse en la melodía dulce que había oído el fin de semana anterior. Dulzura enlazada con un toque de melancolía. En mi sueño yo corría de habitación en habitación, desesperado. Tenía que encontrarla. Descubriría de dónde procedía aquella música. Abría puerta tras puerta. Pero igual que la vez anterior, cada puerta conducía a un nuevo pasillo y cada pasillo desembocaba en otra puerta.
La música cesó. Llegué a otra puerta y la abrí. Solo para descubrir que no llevaba a ninguna parte.

Otro sábado por la mañana. Otra vez la alarma del reloj me despertaba temprano.
Mientras me aseaba, pensaba que me tendría que enfrentar a JongIn. ¿Qué me diría? ¿Cómo actuaría? ¿Qué habría planeado para el fin de semana? ¿Habría llegado el día en que acabaría diciendo mi palabra de seguridad y yéndome de allí?

Caminé con cautela hasta la cocina; me dolía todo el cuerpo. No oí ningún sonido tras la puerta del gimnasio. La cocina estaba vacía. Mis ojos recorrieron la estancia. Allí, sobre la mesa, vi una nota doblada.
En la parte de fuera, escrito con una pulcra caligrafía, leí mi nombre.
La abrí.

«Volveré al mediodía y comeré en el salón».

Inspiré hondo. No me decía que cogiera mis cosas y me marchara. Una parte de mí temió que lo hiciera.
Me preparé un rápido desayuno a base de copos de avena, nueces y plátano troceado.
Comí de pie, mientras observaba los armarios alineados en las paredes de la cocina y decidí que cuando acabara de comer curiosearía en su interior. Así tendría algo que hacer, ya que no tenía ganas de correr y no podía ni plantearme las posturas de yoga.

Me tomé un ibuprofeno y exploré durante una hora. JongIn tenía una maravillosa colección de utensilios de cocina, artilugios y platos. Y su despensa estaba muy bien surtida.
Constaba de cuatro profundos estantes llenos de comestibles: el sueño de cualquier cocinero.
No alcanzaba el estante superior y pensé que lo investigaría en otro momento.

Entonces decidí hacer pan. Amasar era la mejor forma de reflexionar sobre mis sentimientos. Y tenía la ventaja añadida de servirme como entrenamiento sin necesidad de sentarme.

SUMISIÓN  (KaiSoo) +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora