🌻Capítulo 8.3🌻

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Cuando entró, seguía vestido. Por lo menos eso me pareció. Yo había agachado la cabeza y lo único que vi cuando se detuvo frente a mí fueron sus zapatos y sus pantalones.
Luego se colocó detrás de mí, cada nuevo paso que daba, más lento que el anterior, levantó las manos muy despacio y me quitó el blazer delicadamente, tomándolo para acomodarlo en alguna parte.

—Esta noche has estado espectacular. —Deshizo el nudo de la corbata, quitándomela—. Y ahora mi familia no hablará de otra cosa que no seas tú.

¿Eso significaba que no estaba enfadado? ¿No había hecho nada mal? Era incapaz de pensar teniéndolo tan cerca.

—Esta noche me has complacido, KyungSoo. —Su voz era suave y sus labios bailaban por mi espalda: los sentía cerca, pero nunca llegaban a tocarme—. Ahora soy yo quien debe complacerte.

Empezó a quitarme la camisa, botón por botón, muy despacio. La deslizó por mis brazos, dejándola caer.

Entonces sentí sus labios sobre mi piel. Los deslizó por mi columna.

Me cogió en brazos y me llevó a la cama.

—Túmbate —me dijo y yo solo pude obedecer.

Él se arrodilló entre mis piernas y me quitó los zapatos, que dejó caer al suelo. Continuó con los pantalones, que también desaparecieron.

Levantó la cabeza, me miró a los ojos, y luego se agachó para darme un beso en la cara interior del tobillo. Se me escapó un jadeo.
Pero no se detuvo. Sus labios fueron repartiendo suaves besos por mi pierna, mientras me acariciaba la otra con la mano, muy lentamente. Llegó a mis bóxers y deslizó uno de sus largos dedos por el elástico de la cintura.

Yo sabía exactamente lo que estaba haciendo y lo que se proponía hacer.

—No —dije, posando una mano sobre su cabeza.

—No me digas lo que debo hacer, KyungSoo —musitó.

Me bajó los bóxers y volví a quedarme desnudo y expuesto para él.

Nadie me había hecho nunca eso. Besarme allí. Y estaba convencido de que era justo lo que se disponía a hacer. Me moría de ganas, lo necesitaba, y cerré los ojos anticipando lo que iba a venir.

Me besó con suavidad, justo en la punta, y yo me agarré a las sábanas mientras notaba cómo me abandonaba hasta el último de mis pensamientos coherentes. Ya no me preocupaba lo que fuera a hacerme. Solo lo necesitaba a él. Lo requería con urgencia. De cualquier forma que él deseara.

Sopló y volvió a besarme. Se tomó su tiempo moviéndose muy despacio, dándome tiempo para que me acostumbrara. Iba repartiendo besos esporádicos, tan suaves como susurros.
Entonces lamió toda mi longitud y yo arqueé la espalda. Joder. Me olvidé de sus dedos. Sus dedos no podían competir con aquella lengua. Entonces adoptó un ritmo suave y lento, lamiéndome y mordisqueándome. Yo intenté cerrar las piernas para atrapar esa sensación dentro de mí, pero él me puso las manos en las rodillas y me las abrió.

—No me obligues a atarte —me advirtió, y su voz vibró contra mi sexo, provocándome un escalofrío que me recorrió todo el cuerpo.

Después volví a sentir su lengua: me lamió justo donde necesitaba. Luego se introdujo toda mi erección de una sola vez. Yo empecé a notar cómo crecía el familiar hormigueo de mi clímax, comenzando justo donde estaba su boca y deslizándose por mis piernas, mi torso y rodeando mis pezones.

Pero no, no era yo, eran las manos de JongIn. Y me estaba dando placer con la boca mientras sus dedos me acariciaban los pezones. Tiraban de ellos. Me los pellizcaba.
Retorcí las sábanas enrollándolas alrededor de mis muñecas, tirando de ellas con la misma fuerza con la que me arqueaba contra él. Su lengua giró alrededor de mi miembro y solté un pequeño grito cuando el placer se adueñó de mi cuerpo: se originó justo en el punto donde JongIn me acariciaba con suavidad y se desplazó hacia arriba en espiral.

—Creo que es hora de que te vayas a tu habitación —me susurró luego, limpiándose los restos del líquido que había expulsado en su boca.

Él seguía estando completamente vestido.
Me senté en la cama.

—¿Y qué pasa contigo? ¿No deberíamos…?

No sabía cómo decirlo, pero él no se había corrido y no me parecía justo.

—Estoy bien.

—Pero mi deber es servirte —contesté.

—No —dijo—. Tu deber es hacer lo que yo diga y te estoy diciendo que es hora de que te vayas a tu habitación.

Me levanté de la cama sintiéndome muy ligero y me sorprendió que mis piernas me sostuvieran.
Entre las emociones del día y la relajante liberación que acababa de experimentar, no tardé mucho en dormirme.

Esa fue la primera noche que oí música. Las notas de un piano sonaban en alguna parte: era una melodía suave y dulce, delicada y evocadora. Busqué la fuente del sonido en mi sueño, intenté averiguar quién estaba tocando y de dónde procedía la música. Pero sólo conseguí perderme y cada nuevo pasillo que recorría me parecía igual que el anterior. Al final descubrí que la melodía procedía de la casa, pero no logré llegar hasta ella y, en mi sueño, caí de rodillas y lloré.

SUMISIÓN  (KaiSoo) +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora