Entonces entró DaSom seguida de una enfermera. Esta me volvió a tomar la tensión; una vez más.
—Buenos días, Kyung —me saludó DaSom—. Voy a pedir que te hagan otro escáner y, si está todo bien, te podrás ir. ¿Te vas a quedar con JongIn?
Yo asentí.
—Bien —dijo—. Para ser sincera, cuanto antes te saque de aquí, mejor. Mi personal de cocina ha amenazado con dimitir si él vuelve a aparecer por allí. Voy a ver si te puedo dar el alta antes de comer.
El escáner salió bien y me pude ir antes del mediodía, por lo que DaSom no tuvo que reemplazar a su personal de cocina. LuHan me trajo un jersey de cashmere azul y unos pantalones muy suaves de color caqui, para que no tuviera que salir del hospital con una bata abierta por detrás.
Cuando subí al coche, recordé el accidente por primera vez.
—¿Cómo está el taxista? —pregunté, mientras JongIn sorteaba el tráfico.
—Heridas superficiales. Le dieron el alta ayer. No me gustan los taxis. Te voy a comprar un coche.
—¿Qué? No.
Él me miró con dureza, pero por primera vez no me importó. Aquello no era un fin de semana de dominación. Aquello era… bueno, no lo sabía. Pero en todo caso era distinto.
Apretó el volante con más fuerza.
—¿Por qué no te puedo comprar un coche?
Negué con la cabeza.
—Porque está mal.
No quería explicárselo. Debería entenderlo. Parpadeé para evitar que se me escaparan las lágrimas.
—¿Estás llorando?
—No.
Sorbí.
—Estás llorando. ¿Por qué?
—Porque no quiero que me compres un coche. —¿Por qué él no podía aceptarlo y dejarlo correr? Cerré los ojos. No, no lo iba a dejar correr—. Me haría sentir…
—¿Sentir cómo?
Suspiré.
—Me haría sentir sucio. Como si fuera una puta.
Apretó el volante con fuerza y se le pusieron los nudillos blancos.
—¿Eso es lo que crees que eres?
—No. —Me sequé una lágrima—. Pero yo soy bibliotecario y tú eres uno de los hombres más ricos de Seúl. ¿Qué parecería?
—KyungSoo —dijo con calma—, ya deberías haber pensado en eso antes. Llevas mi collar todos los días.
Así era. Lo que ya me había ganado unas cuantas miradas.
—Eso es diferente.
—Es lo mismo. Mi responsabilidad es cuidar de ti.
—¿Comprándome un coche?
—Asegurándome de que tienes todas las necesidades cubiertas.
Condujo en silencio durante varios kilómetros. Miré por la ventana y me distraje observando el paisaje que íbamos dejando atrás. Un rato después, cerré los ojos y fingí dormir.
¿Por qué insistía tanto en el asunto? Yo no necesitaba ningún coche.
Cuando por fin llegamos a su casa, se bajó y me abrió la puerta.
—La conversación no ha terminado, pero tienes que descansar. Seguiremos más tarde.
Me dejó en el salón, en uno de los sofás. Apolo también se subió en él y se acurrucó a mis pies. JongIn volvió unos minutos después, con un sándwich y un poco de fruta.
En el salón había un escritorio y, mientras yo estaba tumbada en el sofá, pasando mecánicamente los canales de la televisión, él estuvo trabajando. Seguro que, después de lo que había pasado, debía de tener mucho tiempo perdido que recuperar.
Yo dormitaba intermitentemente. Por fin me desperté del todo sobre las tres y media.
Miré a mi alrededor y JongIn levantó la vista del ordenador.—¿Estás mejor? —preguntó.
No estaba seguro de si me estaba preguntando por el asunto del coche o sobre mis numerosos golpes y dolores.
—Un poco —dije, respondiendo a ambas preguntas a la vez.
Luego me tomé los analgésicos que encontré sobre la mesa. Me levanté y me estiré.Ahhh, qué bien me hacía sentir eso.
JongIn apagó el ordenador.—Ven conmigo —me indicó, tendiéndome una mano—. Quiero que veas el ala sur de la casa.
¿El ala sur de la casa? Le cogí la mano. Su tacto me resultó cálido y reconfortante.
Recorrimos el pasillo principal, cruzamos el vestíbulo y llegamos a una parte de la casa que yo no había visto nunca. Al final de otro pasillo había unas puertas dobles.
JongIn me soltó, me sonrió y abrió las puertas.
Yo jadeé.
No me extrañaba que nunca utilizara su tarjeta de la biblioteca, podía abrir las puertas de aquella sala y abastecer, él solito, a todos los habitantes de Seúl. Ya sabía que había gente que tenía bibliotecas en sus casas, pero nunca había visto nada parecido en toda mi vida.
Ni siquiera sabía que existieran habitaciones como aquella.La sala era inmensa y el sol de la tarde se colaba por unos altísimos ventanales que ocupaban una pared entera. Las demás paredes estaban completamente cubiertas de libros. No había nada más que libros. Incluso vi una escalera móvil pegada a una de las estanterías, para poder llegar a las baldas superiores.
Cerca del centro de la estancia había dos sofás que parecían muy mullidos. Pero en medio de la sala, en el lugar de honor, había un exquisito piano de cola.—Quiero que esta sea tu habitación —dijo JongIn—. Cuando estés aquí, serás libre para ser tú mismo. Podrás expresar tus pensamientos, tus deseos. Es toda tuya. Excepto el piano. El piano es mío.
Recorrí la habitación con asombro, deslizando la mano por los lomos de los libros. Era una colección única, primeras ediciones, volúmenes antiguos. Me sentí incapaz de asimilarlo todo. La suntuosa madera, los libros encuadernados… era demasiado.
—¿KyungSoo?
Me volví para mirarlo.
—Otra vez estás llorando —susurró.
—Es tan bonito…
Él sonrió.
—¿Te gusta?
Me acerqué y lo abracé.
—Gracias.
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SUMISIÓN (KaiSoo) +18
RandomDo KyungSoo lleva toda la vida enamorado de Kim JongIn. Cuando se entera de que el brillante y atractivo presidente de Industrias Kim está buscando un nuevo sumiso, decide ofrecerse a él para hacer realidad sus más secretos deseos. Después de pasar...