🌻Capítulo 3🌻

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Kim JongIn tenía treinta y cuatro años. Sus padres murieron en un accidente de coche cuando tenía diez. Park DaSom, su tía, fue quien lo crio después de la desgracia.
Él asumió el mando de la empresa de su padre a los veintinueve años. Heredó un negocio ya de por sí muy provechoso y lo hizo aún más lucrativo.

Yo ya hacía algunos años que sabía quién era. Lo conocía por las noticias de sociedad, como cualquier persona de clase media podía conocer a los miembros de las clases altas.
Según los periódicos, era un tipo muy inflexible, un auténtico bastardo. Pero a mí me gustaba pensar que conocía un poco mejor al verdadero hombre que había detrás.

Seis años atrás, cuando yo tenía veintiséis, mi madre atravesó una situación económica muy mala por culpa de las deudas que había acumulado después de divorciarse de papá. Tenía tantas que el banco la amenazó con embargarle la casa. Y habrían estado en su derecho de hacerlo. Pero Kim JongIn salvó la situación.
Él formaba parte del consejo de dirección del banco y los convenció para que la dejaran conservar la casa e ir pagando las deudas poco a poco.

Ella murió de una enfermedad coronaria dos años más tarde, pero durante esos dos años, cada vez que se mencionaba el nombre de JongIn en los periódicos o en las noticias, volvía a contar la historia de lo mucho que ese hombre la había ayudado. Por eso yo sabía que no era tan inflexible como todo el mundo creía.
Y cuando me enteré de sus… particulares gustos, empezaron mis fantasías. Y siguieron. Y siguieron hasta que decidí que tenía que hacer algo al respecto.
Por ese motivo, a las seis menos cuarto de la tarde del viernes estaba entrando por el camino que conducía a su casa, en un coche con chófer. Sin equipaje. Sin maletas. Sólo con una pequeña mochila y un teléfono móvil.

En la puerta principal nos esperaba un enorme golden retriever. Era un perro muy bonito, con unos ojos penetrantes que no dejaron de observarme ni un momento mientras me bajaba del coche y me dirigía a la casa.

—Buen chico —le dije, tendiéndole una mano.

Yo no soy muy amante de los perros, pero si JongIn tenía uno, tendría que acostumbrarme a él.
El perro aulló, se acercó a mí y me olfateó la mano.

—Buen chico —le repetí—. ¿Quién es un buen chico?

Dio un escueto ladrido y se tendió boca arriba para que pudiera acariciarle la tripa.

«Está bien —pensé—. Quizá los perros no estén tan mal».

—Apolo —dijo una suave voz desde la puerta principal—. Ven.

El animal levantó la cabeza al oír a su dueño. Me lamió la cara y luego corrió junto a JongIn.

—Veo que ya conoces a Apolo.

Él llevaba una vestimenta informal: jersey gris claro y pantalones de un gris más oscuro.
En realidad, podría ponerse una bolsa de papel y le sentaría igual de bien. No era justo.

—Sí —asentí, levantándome y quitándome algunas pelusas imaginarias de los pantalones—. Es un perro muy cariñoso.

—No lo es —me corrigió JongIn—. No suele ser amable con los desconocidos. Tienes mucha suerte de que no te haya mordido.

No dije nada. Él se dio media vuelta y se metió en la casa; ni siquiera miró hacia atrás para asegurarse de si lo seguía, cosa que por supuesto hice de inmediato.

—Esta noche cenaremos en la mesa de la cocina —anunció, mientras lo seguía por el vestíbulo.

Yo intenté mirar la decoración, una sutil mezcla de antigüedades y objetos contemporáneos, pero me costaba mucho apartar los ojos de JongIn, que caminaba delante de mí.
Recorrió un largo pasillo y pasó junto a varias puertas cerradas.

—Puedes considerar la mesa de la cocina como tu espacio libre —dijo—. La mayor parte de las veces comerás ahí y cuando yo coma contigo en esa mesa, te lo podrás tomar como una invitación para hablar con libertad. La mayoría de las veces me servirás en el salón, pero he pensado que podríamos empezar esta noche con menos formalidad. ¿Está todo claro?

—Sí, Amo.

JongIn se dio la vuelta con furia en los ojos.

—No. Aún no te has ganado el derecho a llamarme así. Hasta que lo consigas, te referirás a mí como Señor o Señor Kim.

—Sí, Señor —dije—. Lo siento, Señor.

Reanudó la marcha.
Las formas de tratamiento eran una zona oscura, y no sabía qué debía esperar. Por lo menos, no parecía haberse enfadado mucho.
Retiró la silla de una elegante mesa tallada en madera y esperó a que me sentara. Luego se sentó frente a mí en silencio.
La cena ya estaba servida y esperé a que él comiera el primer bocado antes de empezar yo también.

La comida era deliciosa. Tan deliciosa que no presté mucha atención.
Entonces caí en la cuenta de que no había nadie más en la casa y de que la cena ya estaba en la mesa cuando entré.

—¿Lo ha cocinado usted? —le pregunté.

Él asintió levemente con la cabeza.

—Soy un hombre de muchos talentos, KyungSoo.

Yo me removí en mi asiento y seguimos comiendo en silencio. Estaba demasiado nervioso como para decir nada. Ya casi habíamos acabado, cuando él se volvió a dirigir a mí.

—Me alegro de que no sientas la necesidad de llenar el silencio con charlas interminables —confesó—. Tengo que explicarte algunas cosas. Pero recuerda que en esta mesa puedes hablar con total libertad.

Se detuvo y esperó a que respondiera.

—Sí, Señor.

—Por la lista que te di, ya sabes que soy un Dominante bastante conservador. No creo en la humillación pública, no soy proclive al dolor extremo y jamás comparto a mis sumisos. —Esbozó una media sonrisa—. Aunque, como Dominante, supongo que podría cambiar de opinión en cualquier momento.

—Claro, Señor —convine, recordando su lista y el tiempo que tardé en rellenar la mía.

Deseé con todas mis fuerzas no haberme equivocado al aceptar pasar ese fin de semana con él. Me tranquilizaba sentir el peso del móvil en el bolsillo. BaekHyun tenía instrucciones de llamar a la policía si no me ponía en contacto con él en algún momento de la hora siguiente.

SUMISIÓN  (KaiSoo) +18Donde viven las historias. Descúbrelo ahora