Entré en la biblioteca con la caja de chocolatinas escondida a la espalda. JongIn estaba sentado ante el pequeño escritorio, rebuscando entre unos papeles.
Lo que ocurriría a continuación podía acabar muy bien o muy mal.
—Kim JongIn.
Levantó la cabeza a toda prisa cuando me oyó llamarlo por su nombre completo. En ese momento me di cuenta de que, aunque yo pensara en él como JongIn, nunca había dicho su nombre de pila en voz alta. Por lo menos para hablarle.
Entornó los ojos.
—Supongo que te vas a disculpar por ese desliz, ¿verdad, KyungSoo?
—No pienso hacer tal cosa —dije, con todo el coraje de que fui capaz. Saqué la caja de chocolatinas, esperando que se diera cuenta de lo que estaba haciendo—. ¿Qué es esto?
Dejó los papeles y me fulminó con la mirada.
«Oh, cielos. Está enfadado. Muy enfadado».
No se estaba dando cuenta de nada.
Y si lo estaba haciendo, la situación no le parecía nada divertida.No le parecía divertida en absoluto.
—Son chocolatinas, KyungSoo. Lo pone en la caja.
Se levantó.
Muy mal. Aquello tenía pinta de acabar muy mal.
—Ya sé lo que son, JongIn. Lo que quiero saber es qué hacen en la cocina.
Él se cruzó de brazos.
—¿Para qué quieres saberlo? —preguntó, con su voz de te-lo-estás-buscando.
Me empezó a doler el trasero solo de pensar en la azotaina que me iba a dar. Y ni siquiera era fin de semana. Aún me quedaba una oportunidad.
—Quiero saberlo, porque las chocolatinas no forman parte de tu plan alimenticio —contesté, sacudiendo la caja.
Él parpadeó.
La comprensión asomó a sus ojos.
Di un paso adelante.
—¿Crees que me he molestado en elaborar un plan alimenticio porque estoy aburrido y no tengo nada mejor que hacer? Contéstame.
Descruzó los brazos.
—No, Señor.
«Señor». Lo había entendido. Me estaba siguiendo el juego.
Solté un dramático suspiro.
—Tenía planes para hoy, pero en lugar de eso, tendremos que pasarnos la tarde aquí encerrados, trabajando en tu castigo.
A JongIn se le oscurecieron los ojos.
—Siento haberte decepcionado, Señor —dijo con aquella voz suya baja y seductora.
—Lo lamentarás más cuando haya acabado contigo. Me voy a mi habitación. Tienes diez minutos para reunirte allí conmigo.
Me di media vuelta y salí de la biblioteca, luego corrí escaleras arriba hasta mi dormitorio. Me quité toda la ropa y me puse la bata plateada que me había regalado. Luego me situé a los pies de la cama y esperé.
Él entró muy despacio y en silencio.
Yo me crucé de brazos y empecé a dar golpecitos en el suelo con el pie.
—¿Qué tienes que decir en tu defensa, JongIn?
Él agachó la cabeza.
—Nada, Señor.
—Mírame —le ordené. Cuando lo hizo, yo continué—: No soy un señor, soy un dios. —Dejé resbalar la bata por mis hombros—. Y debo ser adorado.
Él se quedó parado durante unos cinco segundos, parecía estar reflexionando. Entonces ocurrió algo. Corrió hacia mí, me rodeó con los brazos y me levantó para llevarme a la pequeña cama.
Sus ojos buscaron los míos y en su rostro se reflejaron un millón de preguntas. Acto seguido me acarició la mejilla con suavidad.
—Soo —susurró—. Oh, Soo.
Se me encogió el corazón.
«Soo». Me había llamado Soo.
Agachó la cabeza y me miró la boca. Luego pasó el pulgar por mis labios.
—«Un beso de deseo…
—… en los labios» —acabé la cita con un susurro.
A JongIn le temblaron los dedos. Se inclinó hacia delante muy despacio y yo cerré los ojos mientras él se acercaba. Se le hinchó el pecho con un repentino suspiro y luego sus labios se posaron con ternura sobre los míos.
Fue solo un roce, pero bastó para que sintiera con total claridad la chispa de electricidad que estalló entre los dos. Sus labios se volvieron a posar sobre los míos una segunda vez, esta vez más tiempo, pero con la misma suavidad. Con la misma delicadeza.
Nada más que un leve momento.
Supe entonces que, aunque JongIn sabía muchas cosas y estaba en lo cierto sobre la mayoría de ellas, se equivocaba por completo respecto a esa. Besar en la boca no era innecesario: era lo más necesario que había en el mundo. Prefería vivir sin aire que sin sentir el contacto de sus labios sobre los míos.
Suspiró: la rendición del guerrero después de una dura batalla. Entonces me cogió la cara con ambas manos y me volvió a besar. Esta vez un beso más largo. Su lengua rozó suavemente mis labios y cuando abrí la boca, entró lentamente, como si quisiera memorizar la sensación o mi sabor. El instante fue tan dulce que me faltó poco para echarme a llorar.
Yo hundí los dedos en su pelo y lo atraje hacia mí; no quería soltarlo nunca. JongIn gimió y nuestras lenguas se acariciaron la una a la otra a medida que el beso iba ganando intensidad.
Se separó de mí y se puso de pie para quitarse los pantalones sin dejar de mirarme a los ojos.
—Ámame, JongIn —dije, recibiéndolo con los brazos abiertos.
—Siempre lo he hecho, Soo —contestó, mientras me estrechaba con suavidad—. Siempre lo he hecho.
Entonces me tumbó sobre la cama y su boca se posó de nuevo sobre la mía para darme otro largo y lento beso. Y besar a JongIn era mucho mejor que fantasear con hacerlo. Sus labios eran suaves y fuertes y su lengua acariciaba la mía con una pasión y un deseo que me hicieron encoger los dedos de los pies.
Y en ese momento ya no éramos un Dominante y su sumiso, no éramos un Amo y su sirviente. Éramos amantes. Y cuando por fin me penetró, lo hizo con dulzura, lentitud y ternura.
Y aunque no estoy del todo seguro, creo que justo antes de que él llegara al orgasmo, noté cómo una lágrima resbalaba de sus ojos.
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❤😳😳😳❤
¿Qué les ha parecido?
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SUMISIÓN (KaiSoo) +18
RandomDo KyungSoo lleva toda la vida enamorado de Kim JongIn. Cuando se entera de que el brillante y atractivo presidente de Industrias Kim está buscando un nuevo sumiso, decide ofrecerse a él para hacer realidad sus más secretos deseos. Después de pasar...