Capítulo 22

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Capítulo 22

Nuray abrió con desesperación la puerta del dormitorio que compartían en el prostíbulo, encontrando a Yusuf en el lugar sentado en la cama mientras curaba unos cortes en sus manos y brazos.

El turco no se dio cuenta que la mujer estaba llorando, hasta que se centró en su rostro al escuchar su respiración agitada, acompañada de sollozos. Yusuf entonces se levantó veloz, acercándose con preocupación.

-¿Qué ha pasado? Estás sangrando.

La chica ignoró la sangre de su herida abierta en el abdomen, mirando al castaño mientras le hablaba con premura.

-Tienen a Ezio, me dijo que cogiera el Fruto y huyera, y ahora él... ¡Puede que ya esté muerto, Yusuf!

-Tranquilízate. No está muerto, sabe quién tiene y dónde el artefacto. No pueden matarlo, o perderán la única pista, Nuray.

-Hay que ir a recatarlo antes de que le hagan algo. Lo han llevado al castillo del Papa.

-Bien. Iremos por él de inmediato. Pero tenemos que ser precavidos, o acabaremos encerrados también. Podríamos infiltrarnos de algún modo...

-¡Saben que somos dos, y uno de nosotros una mujer! -lo interrumpió veloz-. Sería muy sospechoso.

-Eso va a retrasar más nuestros planes. Habrá que esperar a que sea de noche completamente.

-¡No podemos esperar tanto, Yusuf! Ellos no deben esperarse que vayamos tan rápido, es nuestra ventaja.

El turco meditó las palabras, dándose cuenta de que estaba en lo cierto, a pesar de que seguía siendo extremadamente peligroso, pero no tenían más opción, porque sin duda matarían a Ezio si no conseguían sonsacarle nada

-Está bien, vamos a ir ahora. Pero antes vamos a prepararnos bien, y a ver que podemos hacer con esa herida.

Nuray asintió con alivio al ver que su amigo comprendía la situación, tratando de pensar con frialdad para no fallar.

Ezio llevaba casi una hora solo en una celda en los sótanos del palacio de San Angelo, sujeto de las muñecas, colgando de unos grilletes que caían desde unas cadenas del techo, y con el pecho al descubierto, despojado de su camisa y armadura.

El asesino apenas sentía ya el dolor de su hombro herido, que había sido reemplazado por el de sus rodillas y brazos, cansados de la posición. Pero a pesar de aquello, el hombre no dejaba de pensar en Nuray, y en si todo le habría salido bien, aparcando la incertidumbre de lo que iba a sucederle a continuación.

No pasó mucho más tiempo cuando César en compañía de dos soldados aparecieron en la mazmorra, adentrándose en la pequeña celda. Los guardias esperaron al lado de la puerta mientras Borgia avanzaba hasta quedar a unos pasos de Ezio.

-Ezio Auditore, hay que ver cómo es el destino. Llevo soñando mucho tiempo con tenerte en una jaula y poder matarte dolorosamente por entrometido, pero resulta que cuando tengo la oportunidad, no puedo hacerlo ¿Dónde está el fragmento del Edén? –Terminó por preguntar, dejando ver su ansiedad.

-¿De verdad crees que voy a decírtelo sólo por esto? –agregó moviendo las manos, refiriéndose a su condición de cautivo. –Puedes matarme ya y ahorrar tiempo.

-Eso sería lo que te gustaría, supongo que para no suplicar entre lágrimas como una mujer, pero créeme; me encargaré de ello, al igual que de sacarte dónde está mi artefacto.

Acto seguido, el moreno chascó los dedos para que sus hombres interviniesen, pasando a un primer plano en la escena. Uno de ellos se posicionó junto a Ezio, mientras el otro abandonaba la celda momentáneamente, regresando con un látigo.

-Dime dónde habéis escondido el Fruto. –Replicó César de nuevo, haciendo un gesto a su hombre para que le hiciera hablar.

El subordinado inclinó la cabeza de forma afirmativa, pasando después a apretar con saña la herida desnuda de su hombro, haciendo que el italiano emitiera un gemido ahogado mientras apretaba los dientes para no gritar.

-¿Es todo lo que sabes hacer, César? Estaría bien que por una vez hicieses el trabajo tu mismo. –Murmuró burlándose Ezio, consiguiendo que el aludido se acercara y repitiera la acción del guardia mientras le gritaba la misma pregunta.

-¿Dónde está? ¿¡Quiénes lo tienen!?

Ante el nuevo silencio, el hombre se alejó dando paso a las nuevas técnicas, haciendo que el otro soldado avanzara hacia Auditore, comenzando a darle latigazos en la espalda. Una vez hubo parado, César habló amenazante.

-No creas que voy a tener reparos en matarte si no hablas, asesino. Mis hombres peinarán toda Roma y descubrirán a tus secuaces.

-Lo estoy deseando. –Susurró irónico entre jadeos, sonriendo cuando César le miró con rabia.

-Uno de esos asesinos es una mujer, fue la que se llevó el Fruto porque tú se lo pediste encarecidamente. La encontraré, las mujeres no sirven para estas cosas, amigo. Después de matarte haré que la atrapen, dejaré que mis hombres se diviertan con ella, y después la ahorcaré en la plaza del Capidoglio, donde estará colgada una semana.

-Esa mujer es mucho mejor que tú, pero aún así, si la tocas estarás muerto, bastardo.

El hombre rió ante la seriedad de las palabras de Ezio, para después dedicarle una fugaz mirada, diciéndole a sus soldados que se apartaran.

-Veo que te importa esa ramera. Haré que la busquen para que veas como disfrutamos de ella.

Ezio utilizó las pocas fuerzas que le quedaban y todo su odio para alzarse del suelo quedando de pie, propinándole una patada al hombre, que cayó hacia atrás.

Mientras uno de los soldados le ayudaba a ponerse en pie, otro volvía a poner de rodillas al asesino propinándole después un fuerte puñetazo en el estómago, dando paso después a un enfurecido César, quien comenzó a golpear el rostro del italiano con saña, volviendo a formular las mismas preguntas.

-¡Si no ha hablado para dentro de una hora quiero que lo matéis!

Tras el rugido de César, este salió de la celda abandonando a los tres hombres en la humedad de aquella mazmorra, entre el sonido de nuevos golpes y amenazas.

Ezio alzó la vista vislumbrando que no había rastro de los guardias, que sin duda volverían pronto tras haberle dejado solo, hacía ya un buen rato.

En aquel momento sólo pudo pensar en que todo se había acabado para él, y sintió una gran pena, porque justo en aquel instante en que la vida le sonreía todo se iba al traste. Pero más lo sentía por Nuray, quien había estado huyendo de su amor precisamente para evitar sufrimiento, y ahora iba a encartarse de lleno con él, algo que no podía perdonarse.

Mientras notaba que sus ojos se humedecían, escuchó el sonido de un peso muerto caer al suelo, alertándolo de que algo ocurría, con lo que alzó la cabeza para poder mirar al otro lado de la reja atisbando como segundos después una silueta encapuchada con una capa oscura entraba en el lugar.

Nuray se descubrió el rostro con premura mientras corría al encontrar al hombre, horrorizada ante su estado.

-¡Ezio! ¿Estás bien? Dios mío... –Susurró agarrada a los barrotes, centrando la vista en la cara hinchada y ensangrentada del hombre.

-Tranquila ¿Está Yusuf aquí también?

-Sí, claro que sí. Vamos a sacarte de aquí. El fragmento del Edén está a buen recaudo.

-Estáis locos, no pueden cogeros...

-Cállate. Tú eres el que está loco, maldita sea. –Le riñó mientras sacaba una especie de ganzúa, comenzando a trastear con la cerradura de la celda, consiguiendo abrirla tras unos minutos.

-Desconocía que eras tan buena con las cerraduras. –Comentó el hombre con una pequeña sonrisa, siendo callado por la turca, que lo besó inmediatamente después, como si fuera la última vez.

-Si vuelves a hacerme esto te mataré yo misma.

Ezio sonrió ante el comentario, inclinándose para ser él esta vez, quien la besara.

Si nunca te hubiera conocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora