Capítulo 32

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Capítulo 32

Los quejidos de dolor de Ezio se escapaban por la puerta entre abierta del cuarto en el que se hallaba, perteneciente en otros tiempos a Adara, la madre de Nuray.

El hombre se había puesto de pie tras la salida de un médico que atendía discretamente siempre los asuntos de la hermandad, y trataba de cubrirse con una camisa marrón oscuro que su amigo le había dejado ante el comienzo del frío en la ciudad.

El italiano alzó la vista cuando la puerta se abrió por completo, apareciendo Nuray tras ella. La mujer se había cambiado de ropa por fin, llevando uno de sus pantalones bombachos de color oscuro, y una camisa de manga larga, de un blanco roto. En su rostro los moratones comenzaban a aflorar.

-¿Necesitas ayuda, extranjero? –Preguntó con una leve sonrisa, introduciéndose después en el cuarto mientras Ezio desistía en su tarea, entregándole la prenda para que le ayudara.

-¡Cómo eres tan cruel! ¿vienes a reírte de mi desgracia? –Bromeó.

-Bueno, ahora que sé que estás bien no puedes negarme un poco de diversión.

-Y yo que me había hecho ilusiones al verte entrar pensando que preferirías divertirte conmigo, y sólo vienes a divertirte a mi costa.

La turca ensanchó su sonrisa ante las palabras del hombre, ayudándole a colocarse la camisa con lentitud, para después mirarlo fugazmente. Enseguida se dirigió a recoger las vendas y gasas ensangrentadas que habían quedado en la mesa auxiliar junto a la cama.

-Eres un libidinoso, extranjero. Deberías descansar y hacer caso del médico por una vez.

-Ya habrá tiempo para descansar. Hay cosas más importantes, amor. –Susurró mientras se posicionaba tras ella.

Ezio rodeó a la morena por la cintura, besando con suavidad su cuello mientras con una mano apartaba su cabello suelto, pero pronto se detuvo al ver que Nuray no estaba receptiva, y en su rostro, su ceño fruncido delataba que algo la preocupaba.

-¿Qué pasa? ¿En qué piensas?

A la pregunta, ella guardó uno segundos de silencio, pensando en cómo decir aquello sin que sonase tan ridículo como le parecía dentro de su mente. Sé sentía muy vulnerable ante aquellos pensamientos.

Finalmente se deshizo del abrazó y se sentó en la cama, invitando a que el asesino la imitara

-No me había puesto a pensar en qué pasará si acabamos con los templarios y encontramos los fragmentos.

-Nuray, no debes preocuparte por eso. Cuando llegue el momento decidiremos qué hacer. No hay ningún problema con eso, estaremos juntos.

-El problema es que me siento en una encrucijada. Nunca he dependido de nadie realmente, Ezio. Pero al hablar en el escondrijo antes me he dado cuenta de que tendré que abandonar esta ciudad y a mis amigos, o alejarme de ti. Y las dos cosas me entristecen por igual. Nunca he tenido que enfrentarme a este tipo de sentimientos.

A pesar de que ella hablaba con firmeza, mirándole a los ojos, el italiano podía discernir en ellos la aflicción que aquellas nuevas sensaciones le producían a la joven. Entendía su situación.

-Comprendo lo que sientes, pero no debes temer por perder nada de lo que quieres. No dejaré que eso ocurra, porque lo único que deseo es que seas feliz. No tenemos por que atarnos a ningún lugar; podemos vivir dónde quieras y cuanto tiempo quieras, amor. Y no debes preocuparte por mi madre y hermana. Yo me ocuparé de eso.

-Pero, Ezio...

-¿Confías en mí? –La interrumpió, posando un dedo sobre sus labios.

Nuray suspiró resignada, apartando su mano con suavidad.

Si nunca te hubiera conocidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora