Capítulo 87

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Capítulo 87

Ezio suspiró con fuerza antes de abrir la puerta del cuarto donde él y Nuray dormirían esa noche; una pequeña estancia austera con una amplia cama donde solían estar los heridos que necesitaban reposo y cuidados.

La mujer estaba sentada en la cama, con la mirada perdida en el suelo mientras casi el zumbar de sus veloces pensamientos dentro de su cabeza podía ser oído. Había recibido la noticia de la muerte de Luigi como un golpe tan doloroso como inesperado, y después de haber abierto ese arca había salido de aquel lugar sin permitir que nadie pudiera acercarse a hablarle, habiendo vuelto al escondite de la hermandad hacía unas pocas horas, cuando el sol se había puesto y la oscuridad de la noche lo hubo ahogado todo.

El florentino cerró con suavidad, acercándose despacio hasta sentarse a su lado, manteniendo el silencio unos minutos más hasta que se forzó a hablar mientras la contemplaba, aún ausente.

-Lo siento mucho, amor.

-¿Han averiguado algo?

El murmullo de la mujer sonó más grave de lo normal después de activar sus cuerdas vocales tras horas de mutismo. Ezio inspiró antes de hablar, intentando controlar su impotencia al no ser capaz de hacer que se sintiera mejor.

-No, nada nuevo. Lo siento, Nuray.

Por fin la turca se giró para mirarlo, clavando su fría y furiosa mirada en la de su marido, quien no se sorprendió de verla más enfadada que triste.

-Ese hombre debe morir. Mendoza va a morir, y yo pienso matarlo por lo que le ha hecho a Luigi.

-Así será, amor. Te lo prometo. Pero debemos ser cautos, ¿de acuerdo? Tienes que tratar de tranquilizarte, o te harán daño a ti también.

Nuray clavó sus pupilas en las de él, sabiendo que intentaba hablarle con toda la delicadeza que podía para evitar que ella estallara, y aunque estuvo a punto por escuchar aquellas palabras que sabía y odiaba, inspiró con fuerza para calmarse y no pagar su resentimiento con él, recordando cuando ella tuvo que ocupar su lugar tras el asesinato de María.

Tras unos instantes de intensas miradas, la turca se abrazó a Ezio sin mediar palabra, apretándolo contra su cuerpo mientras sentía como el de su marido se relajaba al haber abandonado el miedo de que se pusiera a gritarlo con enfado. Aquello hizo que sintiera un deje de culpabilidad casi automático.

-Lo siento, Ezio. –Susurró con voz quebrada sin dejar de apretarlo con fuerza, temiendo que él la apartara para mirar sus ojos. No obstante, el florentino se limitó a continuar con el abrazo, susurrando con cariño.

-Todo está bien, amor. Todo estará bien.

-Pasaremos la noche aquí, no es conveniente entrar en Toledo de noche sabiendo que los templarios saben que estamos ya aquí; estarán vigilando las puertas de la ciudad y principales caminos.

A las palabras de Isabel, el grupo obedeció parándose ante las puertas de una pequeña hospedería en uno de los caminos que llevaban a la gran ciudad toledana. Además, tras tres días de viaje frenético y cauteloso, el grupo se hallaba cansado. Toledo podía esperar a la mañana siguiente, lo cual sin duda era también lo más cauto.

Tras ocuparse de amarrar los caballos todos entraron en la amplia estancia que ejercía de taberna, encontrando poco movimiento en el interior. El orondo tabernero de facciones duras alzó la mirada de su vaso de vino al verlos avanzar hacia la barra, atendiendo a las palabras de Isabel para que les dieran habitaciones y algo con que llenar sus estómagos.

El grupo de asesinos extranjeros se sentó en una de las mesas esperando la llegada de la española, quien les pasó las llaves de los cuartos mientras indicaba sus ubicaciones, esperando que el propietario les llevara algo de vino y gachas, pasando pronto a dejarlos solos.

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