Capítulo 30

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Capítulo 30:

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05 de Junio.

Cualquiera podría decir que estaba jodidamente loco, sí, tal vez lo estaba.

Amelia me miró con inseguridad, pero de un segundo a otro su rostro cambió a uno de emoción. Le sonreí, antes de llevar mis manos al volante y sin previo aviso, pisé el acelerador sin vacilar. Empezamos lento, pero mediante pasaban los minutos iba acelerando más y más. El mundo pasaba con rapidez en nuestros reducidos asientos y me sentía muy bien.

—Esto es una locura. —Escuché a Amelia decir. Aferró sus manos de su asiento y solté una risita absurda.

En las películas hacían ver tan genial conducir a esa velocidad, y la verdad que lo era. Mi adrenalina aumentaba en cada vuelta que dábamos y me sentía como un auténtico corredor de carreras.

—¡Púdranse todos! —Amelia gritó.

Solté una carcajada.

—¡Púdranse todos! —Hice lo mismo que ella.

—¡Tengo un corazón inútil!

—¡Los ataques de pánico no me van a detener! —grité.

—¡Soy un desastre! —gritó ella.

—¡Somos un desastre y eso está bien!

Mi garganta dolía y supuse que la de Amelia también, pero gritar y hacer ese repentino acto de rebeldía extrema nos había hecho quitar un poco del peso que sentían nuestros hombros.

Ya estaba aparcando el auto en algún lugar lejos de la cuidad, aunque me sentía muy bien no quería hacernos matar o que Amelia se agitara mucho. Detuve el auto, y mi mirada cayó en frente, dejándome boquiabierto.

El cielo estaba despejado, no estaba nublado como normalmente es en Londres. El sol brillaba con mucha intensidad haciendo que los pocos árboles que habían ahí resaltarán su belleza. Nos bajamos automáticamente del auto, sin decir palabra alguna. El musgo brillante bajo mis pies me hizo sonreír.

No sabía dónde demonios estábamos, pero era una maravilla.

—¿Así se ve el cielo? —preguntó Amelia—. Si así es me encantaría estar allí.

Rodé los ojos con diversión.

Era como una montaña que podría ser muy alta, en realidad parecía que estábamos en el cielo.

—¿No es hermoso? —me preguntó.

—Sí que lo es. —Asentí.

La castaña se sentó sobre el musgo, sus ojos estaban muy abiertos y reparé una pequeña sonrisa de fasinacion en su rostro. Me senté a su lado.

Un corazón para Amelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora