Capítulo 27

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Capítulo 27:

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20 de Mayo.

Mi padre nos guío hasta su oficina, estaba perfectamente ordenada y tenía un leve olor familiar a lavanda mezclado con vainilla. Evité rodar los ojos por la estúpida obsesión de mi madre por esos olores.

Lee nos invitó a sentarnos, me giré para ver a Amelia y no puede ocultar esa sonrisa divertida que estaba avisando en salir desde que vi su expresión en la piscina cuando mi padre nos sorprendió. Sus mejillas seguían rosadas, su cabello mojado estaba pegado a su cara y su vestido mal arreglado. Noté como movía sus piernas con nerviosismo y de vez en cuando se mordía el labio como si temiera lo que Lee podría decirnos.

Ay, si conocieras a mi padre...

El hombre rubio fijó sus ojos azules en ambos antes de hablar.

—¿Me podrían explicar, muchachitos pecaminosos, qué estaban haciendo en la piscina? —dijo, con severidad.

Amelia se mostró asustada por la situación, pero el semblante serio y la voz profunda de mi padre no me intimidó, lo conocía muy bien así que solté una corta risita que seguro la castaña ni escuchó.

—Juro que no estábamos haciendo nada malo —hablé. Lee alzó una ceja mirándome con diversión.

Bufó.

—Keelan, Keelan, yo más que nadie conozco eso de no estábamos haciendo nada malo, no me mientas —me dijo antes de guiñarme un ojo con arrogancia.

—Señor, lo siento mucho. Juro que no soy como usted piensa, él... su hijo me estaba enseñando a nadar, solo eso.

—¿Nadar, eh? En mi época lo llamabamos diferente, pero los tiempos cambian, ¿cierto, Keelan?

—¿Podemos irnos ya? Amelia puede resfriarse —lo corté levantándome de mi silla, pero me detuve cuando dijo:

—Kate me ha hablado mucho de ti, Amelia.

La chica levantó la cabeza, mirando a mi padre con sorpresa. A mí no me sorprendió, toda la vida he vivido con la bocota de mi hermana, ya me acostumbré.

—Keelan, siéntate —ordenó, obedecí—. Mi hijo puede ser un dolor de trasero muchas veces, pero veo que lo soportas y eso me agrada. Veo en él algo diferente, algo positivo y quise creer que ha sido por tí.

Mi padre sonrió dejándonos con la boca abierta. Creí que nos molestaría y luego nos daría un sermón por ser calenturientos o algo parecido.

—Amo a mis hijos más que a nada en este mundo. Si ellos son felices yo también lo soy —dijo, mirando a la castaña—. Me alegra que seas parte de la vida de Keelan.

A mí también me alegra.

A la castaña se le relajaron los hombros y pude notar como una mínima sonrisa se dibujó en su rostro. Sonreí también, como imbecilmente estoy haciendo últimamente.

Un corazón para Amelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora