capítulo 38

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Capítulo 38:

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29 de Junio.

Regresar a Londres no fue como imaginaba.

Ya había pasado una semana desde que regresamos. Yo fui obligado a seguir con mi vida como si nada. Tuve que terminar mis exámenes finales y continuar con el entrenamiento.

Nuestros días en California fueron mágicos y no los supe apreciar como se merecían. Habíamos vuelto a la realidad, a esa jodida realidad que no quería estar.

Días atrás estaba tumbado en la arena con Amelia, ella sonreía con las mejillas pintadas de un rosa pálido, mientras que admirábamos el color azul eléctrico del mar y el majestuoso cielo despejado de nubes grises, y los calidos rayos del sol nos saludaban, dándonos en la cara. Era perfecto.

Escuchaba la risa de Amelia, parecía feliz, se le veía sana. Esa chica que vi aquellos días ya no estaba.

Ella había regresado a su cama, el tubo que le ayudaba a respirar había vuelto, y se le veía pálida y triste. Los medicamentos fueron retirados por completo y la realidad a ella le llegó como balde de agua fría. Aunque sonrió e insistió que todo iba bien que ella sabía que eso pasaría algún día, pude ver su expresión de horror cuando el doctor le explicó lo que le sucedía a su corazón y lo débil que se encontraba.

Mi mente me decía que ella estaba resignada a morir, lo sabia, su mirada me decía aquello. Pero por otro lado, yo no lo estaba, joder, ¿qué iba ser de mi vida sin ella?

—Muchacho. —La voz del entrenador me hizo girar la cabeza. Lo encontré con el ceño fruncido, mientras estaba de pie junto a mí.

—Entrenador. —Saludé con la cabeza y fingí una sonrisa, pero salio algo forzada.

—El entrenamiento ha terminado, muchacho.

—Lo sé.

Escuché un suspiro de su parte, antes de que estirara sus grandes pantalones de gimnasia y se sentara junto a mí, haciendo un sonido de agotamiento.

— ¿Estas asimilando que en dos días será tu última competencia aquí? —preguntó.

—Más que eso, entrenador.

—Mira, chico, te diré algo. —Me regaló una sonrisa—. Recuerdo cuando fue la primera vez que te vi. Eras un pequeño terco y arrogante. —Soltó una carcajada —. Decías que podías nadar mil veces mejor que esos chicos que entrenaba y me exigiste que te entrenara igual que a ellos. Claro que me negué, por supuesto— Me echo una mirada divertida—, pero estabas tan decidido a ser mejor que ellos que te quedaste sin importar que lo que te dijera, estuviste firme a lo que querías, ¿sabes que fue lo que creí?

— ¿Que era el mocoso más insoportable que pudiste conocer?

—También... —Se encogió de hombros—, pero no solo eso. Pensé que tenías más espíritu que todos esos idiotas que se decían llamar capeones, pensé que podías llegar lejos con esa determinación tuya.

Un corazón para Amelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora