Capítulo 37

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Capítulo 37:

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27 de Junio.

Pocas veces en la vida uno tiene la dicha amar a alguien, mirar sus ojos y estar seguro que con esa persona te encantaría pasar el resto de tu vida. Tomarle la mano en los buenos y malos momentos y dar aquellos pasos que se necesitan para avanzar. Nunca creí que podría amar a alguien más, me lo hubieran dicho antes y me reiría en sus caras. Pero ahí estaba jodidamente enamorado de Amelia y no podía imaginarme una vida sin ella, sin sus cálidos ojos café, sin su largo y brillante cabello, sin su linda risa, sin su inteligente forma de mirar las cosas. Cuando se está enamorado cada pequeño detalle cuenta y se vuelve importante, los silencios, los besos, las caricias, esas miradas cómplices, cada cosa las deseas guardar y nunca ser borrada de tu memoria porque son de la persona que amas.

También deseas que el tiempo no corra rápido, y en particular deseaba que no sucediera esta noche.

Mi corazón latía con fuerza, estaba muy nervioso y Amelia tuvo que tomarme de la mano. Había algo que no le dije a la castaña, algo que no me dejaba cerrar los ojos, me cagaba del miedo, pero me dejé llevar. Deshaciendo los pensamientos negativos y obligando a mi mente que se concentrara en lo que de verdad importaba, en Amelia.

—Quedaté aquí, ¿bien? —dijo, como sí leyera mis pensamientos—. Estoy contigo, elimina los malos pensamientos.

Asentí, cerrando mis ojos. Amelia se inclinó juntando nuestros labios. El beso se fue intensificando a medida que pasaban los segundos. Con mis manos la atraje más hacia mí, quería tenerla cerca. Ella pareció querer lo mismo y se sentó a horcajadas sobre mí en un movimiento rápido.

Cuando nos detuvimos en busca de aire, pude notar que sus mejillas estaban rosadas y sus labios hinchados por mis besos, se veía increíblemente hermosa.

—¿Quieres dormir? —preguntó, en un susurro.

—No, ¿y tú?

Negó con la cabeza.

—Quiero hacer algo más —dijo, mostrándose tímida pero con la voz segura.

—¿Qué quieres hacer? —pregunté, tragando saliva.

Dudó antes de hacerlo, pero finalmente, se quitó la camisa ante mí, dejándome ver su sujetador negro. Quedé de piedra. Abriendo y cerrando la boca un par de veces me golpeé mentalmente por ser tan estúpido y no poder formular alguna oración coherente ante esta situación.

—¿Quieres...? —dije, y mi voz salió muy extraña.

Asintió, con sus ojos fijos en mí.

—¿Estás segura?

Volvió a asentir con la cabeza. Bien, ¿qué se suponía que haría? Pensé con nerviosismo. La miré a los ojos, ella era la chica que amaba. ¿Por qué debía de temer?

Un corazón para Amelia Donde viven las historias. Descúbrelo ahora