Capítulo treinta ocho

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   Hoy bruscamente cambio el clima en la ciudad, amaneció con una ola de frío y poca brizna. De inmediato siento el aire haciendome cosquillas en los brazos, hasta agita las cortinas, en cuestión de segundos me acerco a las ventanas para cerrarlas porque desde que me pare las abrí para que se refrescara la casa. Después me dispongo a ir a la cocina a preparar un rico champurrado ya que Alberto fue por varios tamales para acompañar está bebida calientita, aunque somos tres nos gusta repetir. Ya listo el champurrado lo llevo a la mesa, le aviso en voz alta a Susan que venga porque no tarda Alberto, mientras tanto esperamos sentadas en la mesa, en eso susurran a mi costado con un tono de voz diferente provocando que gire mi cabeza un poco, para mí sorpresa son mis dos hijos Lourdes y Guillermo.
—Pero si son ustedes mis hijos queridos. —Me levanto y los saludo para recibirlos e intento darles un beso en la mejilla, pero solo se opuso Guillermo haciendose a un lado—. No me dí cuenta que entraron.
—Es que estaba enparejada la puerta por eso decidimos entrar y darte una sorpresa —dice audazmente Lourdes.
—Y si qué me la dieron —respondo. Mi cara fulgura de alegría de solo verlos.
—¿Cómo has estado mamá? —pregunta Lourdes para hacer la plática.
—Estoy bien gracias Dios —sonrio alegre.
—Me da gusto mamá.
—Miren hay viene Alberto —digo mientras lo veo pasar afuera de las ventanas—. Trabajo tamales y pan siéntense para desayunar juntos. —Nos sentamos todos.
—Hola buenos días —saluda al entrar Alberto con una cálida sonrisa y mis hijos responden con amabilidad.
  Todos juntos en la mesa disfrutamos del rico tamal con el champurrado, no obstante me quedé observando a mis hijos mientras tomo un sorbo a mi taza humeante y disfruto el momento estando con mis hijos, por lo que veo les gusta el tamal pero el atolito no se los han tomado de seguro todavía sigue caliente porque sus dedos que rodean la taza están rojos pero imagino que sienten rico porque no las despegan por el frío; en el trascurso del tiempo hablamos de todo un poco, somos como aves parlantes que hablan demasiado, luego Alberto se pone a recoger los pocos trastes y a limpiar la mesa y se va a dejar a Susan a la escuela y de paso a trabajar, yo me quedo con mis hijos.
—¿Qué pasa mamá? ¿por qué tan pensativa? —cuestiona e interrumpe mis pensamientos Lourdes.
—Es que recordé que a que a las gemelas les gusta el champurrado —suspiro de gusto por la necesidad de volver a tenerlas.
—Si me enteré que Lupita estaba aquí, hasta tuvo otro hijo, no se como pudiste tenerla tanto tiempo en tú casa, ¿no creés que le pasaste muchas de sus malas acciones? Hasta te encariñaste con sus hijos y ¿para qué? Para que se fuera con ese fulano y ni siquiera se casó —su voz es cruel, es para mí como si me diera una bofetada porque es como si estuviera hablando de mi.
—No digas eso ¡es tu hermana! —exclamo volteando mi rostro a ella.
—La defiendes tanto que me da envidia nunca he escuchado de tí que nos defiendas así. —Decide romper el silencio Guillermo y habla sin tapujos—. ¿Cuándo te desvibiste por nosotros dos? —pregunta levantando gradualmente la voz, me recrimina con los ojos enfurecidos.
—¡Nunca! Yo me fui con mi abuela por lo mismo, porque no nos dabas lo necesario vivíamos en un ratonero y mi abuela o mejor dicho ¡mi madre! Me dió todo lo que necesitaba y hasta más, pero por tus otros hijos como Lupe haces de todo y ve como te pagó, se largó no pensando en tí ni en su propio padre —su mirada es con reclamo y odio hasta resopla con la nariz del enojo.
—Hijo a los dos los amo, es cierto los tuve cuando estaba muy chamaca aún así yo me partía el lomo en el trabajo para darles lo necesario, evidentemente no lujos pero tú Guillermo decidiste quedarte con tú abuela a pesar de que yo te estaba implorando de que te vinieras conmigo, tú me rechazaste una y otra vez eso me dolió no sabes cuánto, y mejor decidí ya no más buscarte pese a ello siempre estabas en mi corazón. Y respecto a tí Lourdes te deje porque pensé que era lo mejor para ti, aún así no te olvide porque iba constantemente a verte y a dejarte dinero.
—Pero sabes no me daban ni un centavo —responde, el calor se enciende en su rostro y añade—. Sufrí mucho en esa casa, me traían de sirvienta, más aparte me maltrataban físicamente y no podía dormir, ¿te acuerdas cuando me preguntaste que por qué tenía ojeras? Esa es la razón, y no te respondí esa vez por miedo de que te hicieran algo, y por años planeé como escapar sin ser vista ya que la señora me tenía cautiva y todas las cerraduras las tenía con candado y fue entonces que a los 15 años logré fugarme porque ya estaba harta y mejor empecé a trabajar y estudiar incluso rente un cuarto, me sentía tan sola y vacía sin un objetivo, que hasta pensé en quitarme la vida pero no lo hice. Luego conocí al hombre que finalmente se convirtió en mi esposo, aunque no me quería casar pero lo hice por muchas razones y en verdad agradezco que Rodolfo esté a mi lado —su lengua dispara muchas palabras como restregandome y su dolor se siente porque tiene los ojos enrojecidos, sus pupilas está cargadas de orgullo y coraje. Parece que mis dos hijos se pusieron de acuerdo para herirme en lo más profundo de mi ser.
—Perdóneme hijos —imploro, la realidad me golpea muy fuerte y de pronto entendí todo, nunca se me había cruzado por la cabeza lo que sufrió mi hija, se que mis acciones no se borrarán como si fuera un pizarrón—. Hijos no hice tanto como yo quería por ustedes, no los pude abrazar y tener junto a mí, oler su aroma y verlos crecer ese es el castigo más fuerte, perdón por ser una mala madre pero recuerden que siempre los amaré —me lamento llena de amargura, mis mejillas se enciende tal vez es porque tengan razón, todos sus sentimientos acumulados explotaron e hicieron Bom... Puedo sentir su decepción en su mirada;
me levanto del asiento y me acerco a ellos para abrazarlos pero se levantan y se escucha detrás el arrastre de las sillas, dan la medía vuelta dejándome con los brazos estirados, así queda por terminada la conversación. Caminan a paso firme hacia la puerta, giran la cerradura y salen azotando la puerta. Mis lágrimas salen por inercia no quiero aceptar que los estoy perdiendo de nuevo pero es una certeza inegable, con el fin de evitar caerme porque mis piernas no aguantan el temblor de mis pies comienzo a caminar en dirección al sillón y me siento, en ese tiempo salen a relucir los momentos que viví con mis hijos pasando  frente a mí como un documental, mis ojos siguen soltando lágrimas de frustración y dolor. Pude percatarme que sus miradas pudieron tener más amor si solo hubiera luchado por quitarle a mi madre a mi hijo y a Lourdes nunca la hubiera enviado con esa tía su vida sería diferente. Más tarde me seguí lamentando por mis decisiones, ese día no deje de pensar en las  palabras de mis hijos sin duda me dejaron completamente desarmada. En efecto el frío desapareció, pero el cielo se puso de un gris intenso haciendome saber que está triste igual que yo.

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