Capítulo diez

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—¡Qué buena música! Solo que me gustaría bailar con alguien —doy un suspiro con anheló, mientras delante de mí veo a muchas personas que sacan sus mejores pasos. Repentinamente se acerca a mí, un hombre delgado, alto, de cabello quebrado y oscuro.

—¿Quieres bailar? —pregunta estirando su mano derecha.

—Claro —contesto sin pensarlo dos veces.

—Bailas muy bien ¿cuánto tiempo tienes bailando? —le pregunto para hacerle la plática.

—Desde los cinco años he bailado, pero pienso que la experiencia viene con los años.

—En eso tienes razón, yo también empecé a bailar como a esa edad, resulta ser que tenemos algo en común —sonrio con gusto.

  Estuvimos bailamos varias canciones juntos, hasta que me doy cuenta en mi reloj de pulso que es muy noche.

—Ya es tarde tengo que irme —le comento.

—Tan pronto te vas, si quieres te voy a dejar —se porta muy caballeroso, aunque para ser sincera no puedo acceder a que me lleve, porque no lo conozco.

—No, gracias. Fue un gusto el poder bailar contigo —le agradezco con una sonrisa feliz.

—También para mí. Ciertamente ¡qué grosero soy, no te dije mi nombre! Me llamo Alberto —se presenta.

—Yo me llamo Susana. Que tengas una bonita noche —extiendo mi mano estrechando la suya para despedirme.

—¿Será que otro día podamos vernos para bailar? —pregunta con interés.

—¡Claro! —Comienza a llevarme con pequeños pasos hacia la salida. Hago la parada a un taxi y Alberto abre la puerta para que pueda entrar.

—Hasta pronto —cierra la puerta del taxi.

   Llego a la casa y hablo conmigo misma en silencio.

—Fue una buena idea ir a bailar, el ambiente estuvo mejor de lo que imaginaba y hasta tuve la oportunidad de conocer a Alberto, que en definitiva es un muchacho agradable, simpático y ni se diga lo caballeroso. Pero porque estoy hablando de él ¡que me está pasando! Mejor me dormiré.

   A la mañana siguiente voy por mi hija a la casa de mi tía, tengo un semblante feliz nada lo podrá opacar. Así como llego toco una vez la puerta, abre mi hija, ya lista para que la lleve a la escuela de inmediato nos vamos, en el trayecto la miro que tiene ojeras pronunciadas.

—¿Hija acaso no dormiste? —le pregunto con interés.

  Se queda en silencio sin esponder y cambia el tema—. ¡Ya llegamos! Te quiero mami —se despide dándome un beso en la mejilla.

—¡Qué raro que no me respondiera! Tendré que hablar con ella después; me traslado caminando al trabajo. Accedo a mi área y comienzo mi rutina usual, pronto dirijo la atención a todo el trabajo que tengo que hacer, además de entregar un pedido junto con mis compañeros dentro de dos semanas. Voy a estar bajo mucha presión pero es parte del trabajo, respiro profundamente para relajarme y que todo salga muy bien. Cada día pongo lo mejor de mí.

  Por fin llega el día de entrega fue un alivio que estuviera a tiempo; naturalmente se hace presente el cansancio, soy víctima del agotamiento tengo que renovar mis fuerzas durmiendo lo suficiente. Como el jefe vió que terminé sin energías, me dió unos días de descanso, sin duda los voy a pasar con mi Lourdes. Me despido del jefe agradeciéndole para así dirigirme a la escuela  porque ya es tiempo que salga mi hija.

  A los cinco minutos, corre hacia mí Lourdes, le cuento la noticia, el resultado es que da brincos de felicidad. De ahí nos fuimos a cenar unos ricos tacos al pastor, definitivamente valió la pena comerlos porque saben exquisitos, de regreso nos fuimos caminando a casa para descansar.


Secretos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora