Capítulo cuarenta

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   Cuando abro mis ojos la luz del amanecer es débil como sin vida. Me levanto para apoyarme en la pared y así estabilizarme, estiró el cuello de un lado a otro  porque creo que me dormí mal y me dirijo a la sala para abrir las ventanas para que así se ventile, esto es una costumbre que adopte desde muy joven, para luego echar un vistazo hacia arriba del cielo, por lo que veo está todo gris sin color. El sol ni siquiera va a salir todo parece que una fuerte tormenta se avecina ¡cómo me acuerdo de mi viejito chulo! En estos tiempos me acurrucaba hacia él con cariño —digo cruzando los brazos por consiguiente  cierro los ojos para respirar profundo, el vacío que siento en mi interior pronto fue reemplazado por una gran tristeza.
—Siempre pero siempre vas a estar en mi corazón, cada día que pasa pienso más en tí no me importa pasar noches enteras sin dormir porque mi mente recrea los recuerdos a tu lado, aveces pequeños detalles, otras veces momentos muy significativos de nuestra historia. No se porque la muerte es injusta desearía que no existiera pero no es así, por ahora nada parece suficiente para que mi corazón deje de suplicar de nuevo verte, por siempre te amaré bien dice la canción. "Todos los años, los meses y los días, todas las horas y todos los instantes mientras pueda latir mi corazón........

   Al paso del tiempo mis hijos quieren que salga de novia con pretendientes que tenía, pero no estoy dispuesta porque mi único y verdadero amor murió y solo a él le seré fiel hasta mí misma muerte, incluso me siento feliz estando así no me siento sola tengo a mi hija Susan y además cada fin de semana viene mi hija Lupita con mis nietos de igual manera mis otros hijos a veces vienen acerme compañía.
  Las ganas de seguir adelante las tengo en mis venas, desde entonces sigo vendiendo mis gelatinas de Lunes a Sábado y me va muy bien. Ahí sacó para los gastos sin embargo eso no alcanza para costear otras cosas así que uno de mis hijos me apoya con dinero para pagar el alquiler eso me aliviana mucho.
   En un día muy tranquilo, en realidad no es muy tarde son apenas las 2:00 de la tarde como para hacer otras cosas; en breve me doy cuenta que tocaba la puerta, me encamino abrir y es mi hijo Guillermo y debo admitir que me toma desprevenida, pero le doy la bienvenida dándole un abrazo y un beso en mejilla, bajo la vista y veo en su mano derecha como la izquierda que trae unas bolsas después de saludarlo se dirige mi hijo a la mesa y empieza a sacar cervezas.

—¿Y esto hijo es por alguna razón? —pregunto colocando uno de los brazos detrás de mi cabeza como haciendo memoria que se celebra.

—Nada en especial solo quiero compartir unos tragos con mi madre —responde con simplicidad.
—¡Oh! Está bien hijo. —Voy a la cocina por unos vasos cerveceros.
  Me pongo a pensar que hace tiempo estoy sobria pero hoy con tal de pasar un rato agradable con mi hijo accedo: empezamos a beber una tras otra y de fondo se escuchaba mi música preferida también hablamos de su familia y me contó lo bien que le va en su trabajo, en definitiva fue una tarde noche muy alegre. Como mi hijo estaba muy picado fue a la tienda por más, no demora mucho y sigue sirviendome en mi vaso, yo ya estaba mareada mi rostro lucia rojo y no tardo en ponerse del mismo tono mis orejas, tenía demasiado calor tanto así que habrí todas las ventanas. Y cuando menos me dí cuenta ya estaba hasta atrás, de tal manera que le dije a mi hijo que no bebieramos más, él accedió porque ya era tarde y se va.  
  Me levanto de la silla tambaleando, tomo las cervezas restantes para guardarlas en el refrigerador. Entonces oigo la puerta que se abre, volteo ligeramente y veo entrar a mi hija Susan, ella no estaba porque se fue hacer su tarea con sus compañeros de escuela, al verme saca los ojos como saliéndose de sus cuencas.

—¡Mamá que te pasa! —exclama vociferando con sorpresa.
—Vino tu tío Guillermo y bebimos unos tragos —explico pero mi lengua se enrosaca apenas podía hablar.
—¿Unos tragos o todas la botellas de la tienda? —cuestiona tajante.
—No me interroges, llevame a la cama porque siento que me caigo —subí el tono de mi voz con mandando.
—Está bien. —Me ayuda acostarme.
   Cuando toca mi cabeza la almohada me duermo profundamente. Al siguiente día me levanto con una fuerte resaca y observo que Susan ya se fue a la escuela, voy a la cocina y me sirvo agua en un vaso grande y la bebo para curarme la cruda, mientras tanto pienso en preparar unas ricas migas de pan para eso ocupo:

Secretos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora