capítulo treinta y nueve

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  Una semana después; son las cinco de la tarde estoy en la cocina lavando los trastes sucios pero el sonido del teléfono constante interrumpió lo que estaba haciendo y fui con rápidez lo cuál me produjo un dolor horrible en la rodilla pero continuó a de ser algo importante, recupero el aliento y cuando mis pies estuvieron quietos el dolor se me fue, de forma que contesto.

Llamada telefónica:

L: Bueno mamá.
S: ¿Que pasó Lupita? —reconocí su voz—. ¿Por qué se escucha el sonido de la sirenas de la ambulancia? —cuestiono porque me mortifica que haya sucedido algo.
—Es que mi hijo Christian se cayó del tercer piso donde vivimos —habla de manera entrecortada, y sus lágrimas se empiezan a escuchar.
—No puede ser ¿pero cómo pasó? —Empieza a temblar mi cuerpo, siento mucha angustia.
—Después te cuento, solo quiero que vayas a dónde vivo para te lleves a las gemelas que están con una vecina en nuestro edificio pero es el segundo piso.
—Enseguida iré, primero le voy a llamar a tú hermano Javier para que me lleve en su auto —digo agitada porque ya me urge ir.
—Si, trata de tranquilizar a mis niñas porque estaban muy tristes.
—¡Claro hija!
—Ya casi llegamos al hospital tengo que colgar, al rato te llamo.

Finaliza la llamada

—¡Qué mi niño este bien Dios mío! —Ruego al altísimo para después hacer una pausa y quedarme callada ese silencio ensordecedor en la casa sirvió para que pensará lo que está sucediendo, tomo aire y luego le marco a Javier, él accedió dejando de lado su trabajo; agarro mi monedero y una bolsa. Ya ni lave los pocos trastes pero eso que importa. A los quince minutos llega mi hijo, como estoy afuera de la casa esperandolo solo me subo al auto, y el coche se pone en marcha. Me inquieta que no lleguemos rápido porque estamos atrapados en el tráfico y cuando avanzamos  se estanca en el semáforo rojo, en ese tiempo quedó absorta observando a las personas pasar con mucho bullicio y el calor se hace presente, abro las ventanillas y dejo que el poco aire me golpeé la cara, mientras espero impaciente a que el semáforo verde se ponga. Así pasamos hora y media en el embotellamiento hasta que por fin llegamos. Mi hijo estaciona el auto frente a los condominios morados y me da la señal para que salga del auto mientras él espera adentro. Camino a un buen paso y mi angustiada se hace presente, lo bueno que la puerta de entrada de los edificios está abierta de modo que entro, ya me urge ver a mis niñas porque no sé cómo estén, subo las escaleras con cuidado sin embargo se me hacen eternas no sé si porque subo muy lento. Cuando llego estoy frente a la puerta, tocó el timbre y en breve sale la vecina.

—Si dígame —espera que diga algo.
—Buenas tardes señora soy la abuelita de las gemelas —respondo dando la razón, no se porque me detuve unos segundos para decir palabra yo creo que es por la angustia.
—Si claro, en un momento voy por ellas pero antes me gustaría decirle que su hija la ví muy mal, se echaba la culpa por lo sucedido y su semblante reflejaba profundo dolor.
—¿Pero qué fue lo que pasó —pregunto abriendo los ojos con expectativa.
—Lo que me contó una de sus nietas es que su hija las estaba bañando mientras el niño dormía, yo creo que al no verlas abrió la ventana y al asomarse le ganó el peso fue cuando cayó hacia las jardineras. Y ese golpe se oyó muy duro porque todos los vecinos salieron de sus casas y su hija gritaba con dolor, el niño se levantó con sangre por toda la cara y se dirigió a su mamá, prontamente vino la ambulancia sinceramente deseo de todo corazón que se encuentre bien.
—¡Qué tragedia Dios mío! —exclamo con impacto agarrándome la frente.
—Voy por las niñas ahora sí. —Espero unos segundos y cuando me ven las gemelas corren hacia mí.
—Mamá Susana —en coro dicen dándome un abrazo.
—Muchas gracias señora por cuidarlas —agradezco su buena disposición.
—De nada, para eso estamos los vecinos para apoyarnos.

  Nos retiramos y bajamos poco a poco las escaleras. Llegamos a la planta baja y las gemelas me señalaron donde se cayó su hermano su rostro refleja tristeza, quedo por un momento paralizada no moví ni un músculo, pude observar que las plantas y flores están aplastadas y salpicadas de bastante sangre, eso hizo que se me encogiera el corazón y tuve que contener las lasgrimas porque no quería que mis niñas me vieran llorando: ya en el auto vamos rumbo a la casa, en el transcurso sigo rogándo a Dios que mi nieto esté a salvo. Esta vez llegamos más rápido a casa de inmediato Alberto se pone contento al ver a las gemelas las recibe con un fuerte abrazo y besos, luego me encamino hacia el refrigerador y les sirvo tanto a las gemelas como a Susan gelatina y arroz con leche, las llamo y muy obedientes vienen, ellas se acomodan en el sofá y así les di sus respectivos platos. Enciendo la televisión y les pongo su película favorita Blancanieves y los siete enanos, están muy estusiasmadas por verla como también se ve que disfrutan de su postre. Por otro lado me voy con Alberto a la cocina y le cuento lo que paso, la noticia le cae de golpe y se le bajo la presión, lo agarro del brazo para sentarlo en una silla que está por ahí, entonces la nostalgia se hace presente y como ya tenía ganas de llorar se me empezaron a salir las lágrimas y también a Alberto así estuvimos un buen rato. Ahora solo estamos esperando a que llame nuestra hija y nos diga cómo va la situación; dan las diez de la noche estoy junto con Alberto sentada en el sofá, nos mantenemos pegados al teléfono esperando a que Lupita llamé y nos de noticias porque la insertidumbre nos come. Las niñas ya se fueron a dormir así nos dan un poco de libertad para poder hablar, pasa una hora al fin suena el teléfono, mi corazón late fuerte de inmediato contesto.

Secretos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora