Capítulo quince

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  Cuando ya nos dijeron que podíamos habitarlo, alquilamos una camioneta de mudanzas para que se llevará todo.

   La sonrisa intacta en mi rostro no me cabe de tanta felicidad, en cuestión de veinte minutos estuvimos frente a nuestra nueva casita, tengo demasiada esperanza puestas en este lugar. Abro la puerta y entramos, en verdad me quedo con la boca abierta se ve totalmente diferente a como lo vimos antes Alberto y yo; toda la familia unida empezamos acomodar los muebles y la ropa.

  La habitación es amplia, ahí  pusimos la cama matrimonial y dos pares de literas, lo único que me preocupa es que no tenga más habitaciones porque no sé como vamos a tener intimidad mi esposo y yo. Sería mejor poner unas paredes de tablaroca para dividir pero tendría que pedir permiso a la dueña, por el momento pondré unas cortinas gruesas.

  Llega la noche, el cansancio se hace presente, todos nos fuimos a dormir, intento quedar dormida tal vez es muy obvio que no puedo evitar abrir y cerrar mis ojos, mis oídos se agudizan al ruido de las manecillas del reloj eso me martiriza una y otra vez en la cabeza, a los demás no les molesta ya duermen como unas piedras. Pasan las horas y empiezo a conciliar el sueño, en breve escucho que alguien se queja, me levanto de inmediato, enciendo la luz, a cada uno de mis hijos los reviso, me doy cuenta que mi hija Leti se siente mal por los gestos en su rostro de molestia.

—¡Qué tienes hija! —le hablo en voz alta meneando su cuerpo.

—Nada —responde.

  Alberto salta de la cama al escucharme alterada, y mis hijos se despiertan desconcertados no saben que pasa, busco rápido una chamarra y se la pongo a mi hija.

—¡Vámonos para el hospital! —exclama Alberto, dejando salir esa preocupación.

—Yo la llevó, tú quédate con los niños. —He envejecido cinco años en un minuto.

—Te acompaño mamá —expone mi hijo Carlos.

—Está bien, ponte tú sueter.

  Cómo mi hija está débil, Carlos y yo la sostenemos a los lados, nos salimos de la casa para tomar el taxi, a estas horas de la noche no pasa ninguno, estoy demasiado angustiada.

—¡Hay viene uno mamá! —avisa mi hijo. Hace con la mano la señal para tomar el taxi, se detiene y nos subimos.

   Llegamos a urgencias y ahí estaba el mismo doctor que me había atendido a Javier hace años, luce igual dedica tiempo a su aspecto físico, por si mal no recuerdo se llama Sebastián, él parpadea varias veces con los ojos muy abiertos, encontrando en su memoria de ¿dónde me ha visto? Se qué se acordará, por alguna razón siempre está para mí en los momentos que estoy en aprietos, sin duda es un excelente salvavidas.

—Que tal si piensa que soy mala madre porque han venido mis hijos muy graves —saco conclusiones en mi mente.

Pronto se llevan a mi hija en una camilla.

—Que no tenga nada malo por favor diosito —en voz baja lo digo como rogando al altisimo me escuché, en camino él que logra escucharme es mi hijo.

—Vas a ver mamá que no va hacer nada malo —expresa confiado para luego abrazarme por un corto tiempo—. En un momento vengo ma... Voy por un par de cafés porque hace frío —titiretea al hablar.

—Sí, ve.

El mismo doctor viene hacía mí.

—No se preocupe únicamente tiene una fuerte infección en el estómago a de ver comido algo que no le hizo bien. Ya se le puso suero y un antibiótico, por lo tanto va a tener que esperar un par de horas para llevársela.

Secretos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora