Capítulo siete

45 14 28
                                    

   Tener una bebé no es nada fácil. Al principio no sabía como bañarla en la tina y constantemente temía que se resbalara de mis manos, incluso se me hacía difícil ponerle a mi bebita las telas de algodón como calzón para que haga popo y pipí, sin duda agradezco la ayuda de las muchachas porque me enseñaron a que la tela rectangular de algodón tenía que envolver sus extremidades y con un listón suave sujetar la cintura para que no se cayera la tela, y cuando ya estaban sucias las telas las lavaba a mano con jabón zote y después las tendía en el tendedero bajo un sol abrazador, poco a poco voy aprendiendo.

Todos los días me despierto, una y otra vez por la noche. Me desvelo y quedo como un zombie por mis pronunciadas ojeras. En ocasiones Daniel me ayudaba, ese tiempo que le dedicaba a la bebita, jugaba y la cambiaba de pañal y yo aprovechaba para dormir. En caso de que surgiera cualquier cosa con la bebé, ente los dos veíamos la forma de solucionarlo; cuando terminaba mi pequeño descanso estaba más repuesta de energía para poder cuidarla. Sin embargo, sucede que a la hora de amamantar a mi bebé me dolían mucho los pezones, por lo que mis ojos se comenzaban a llenar de lágrimas, pero me aguantaba porque lo más preciado que pueda existir es ver la carita tan dulce de mi pequeña, así que  vale la pena todo el dolor y el cansancio, porque no siempre será mi hermosa Lourdes una bebé.

  El tiempo pasa. El cordón umbilical se me rompe por segunda vez, ahora es un niño y lo llamo Guillermo. Así como van pasando los años mis dos niños crecen, como madre deseo que ¡tengan una bonita infancia! Me gusta se entretengan jugando con sus juguetes de madera, se ven tan inocentes y tiernos que me imagino cuando estaba con mi hermano Anselmo ¡cuánto añoró estar junto a él! Por eso atesoraré cada día estando con mis hijos, porque crecen rápido.

Cierta noche. Noto que mi esposo no puede dormir, se menea de un lado a otro.

—¿Qué te pasa Daniel? —pregunto después de verlo con los ojos abiertos.

—Es que estoy preocupado —su rostro refleja esa emoción.

—De qué —lo agarro de la mano. Y puedo sentir esa inquietud.

—No se como decirte. —Se levanta de la cama, hace una pausa haciéndome saber que es algo importante y añade—. Lo que quiero decirte es que me voy a ir a Estados Unidos —lo dice rápidamente en voz alta.

—Qué!!!! —de un santiamén también me levanto de la cama, y añado—. No puedo creer que nos ¡vámos con los niños a otro país! —exclamo emocionada, caminando de un lado a otro.

—Creo que no escuchaste bien, dije que me voy ¡solo! —lo recalca de forma sería, para aclarar el malentendido.

—Pero ¿por qué? —mi emoción se apaga como una vela.

—Porque me ofrecieron un trabajo con un sueldo bastante bueno —da una explicación aunque no del todo muy convincente.

—¡Y tus hijos y yo qué vámos hacer! —exclamo con enojo reclamando mi inconformidad.

—Estarán aquí en casa, eso sí vendré cada mes a dejarte dinero —lo dice muy fácil.

—¡Cada mes solo te voy a ver la cara! Porque no lo dices y dí que nos abandonas —grito enfurecida lanzándole una dura mirada.

—No, como crees solo va hacer por seis meses —trata de calmarme bajando la voz.

—¿Cuándo te vas? —pregunto para saber.

—En unas cuantas horas —ve su reloj de mano contando las horas.

—¡Sabes! Me sorprende que no me hayas dicho antes tú decisión de irte a los Estados Unidos —lo miro fijamente como queriendo decir ¡Qué no me tienes confianza!

Secretos del almaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora