treinta y seis

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BRUNELLA

Las olas del mar rompían contra la superficie, tenía los pies semi mojados clavados en la arena, la espuma de las olas envolvía mis dedos. Mi cabello volaba en el aire sin ninguna cronicidad, a unos kilómetros pasaba un barco de cargamento pesado, deseaba saber si se podía hundir o solo pasaba en las películas, después papá me dijo que un día se iría en uno de esos a navegar por el mundo. Cuando se cansara de soportar la monotonía que cada vez se agravaba más, asentí sin prestarle demasiada atención a sus palabras, creí en la presencia de un chiste, sin saber que meses más tarde cumpliría su promesa.

Siempre había querido recorrer el mundo en algún barco, capitanearlo, tener el control, llegar a destino, tener el alba dándole en la superficie del rostro, las gaviotas cantando, vestir el uniforme con la responsabilidad que éste ejercía. Pero nadie pensó que verdaderamente podría hacerse a un lado de todo, como si no existiéramos, como si desplazar toda una historia familiar fuera increíblemente fácil, como si la balanza volviera a cero.

Y así, comenzó el dieciocho de septiembre, con una idea tan tonta como levantarse a la salida del sol a contemplar el paisaje y unir cabos, pero perder solo era una opción autoconcluyente si dejaba que pasara del mismo modo en el que vino, no tenía demasiado que perder, pero podía ganar, y eso ya era suficiente.

Quité con cuidado la sábana que rodeaba mi anatomía, y haciendo la menor fuerza posible salí del agarre del rubio, quién descansaba su mentón sobre mi cabeza. Sentándome en pose de indio buscando algo más abrigado para vestir, besé su frente antes de susurrarle lo siguiente;

Una vez realizada tal tarea, volví a asegurarme de que siguiera durmiendo en un cálido sueño, no necesitaba más riesgos para volver a casa. Tenía que ocuparme de buscar una excusa para entrar como si nada a casa, o rezar para que mi madre no estuviera despierta, por ende me debía tirar de lleno a la primer opción, a dos días de la fiesta principal sabía que no iba a despertarse temprano.

El camino de la cabaña hasta el centro de la ciudad una vez más terminó por tornarse bastante ligero pese a la cantidad de cuadras y avenidas que debía cruzar con bajo revuelo, en verdad no podía saberse que venía de otro lado en vez de mi departamento, no habría razón. Me dediqué a a llegar a mi palacio mental apoyándome de vez en cuando en algunas barandillas.

Demasiadas casualidades sin serlas a la vez, demasiados cabos sueltos.

El envoltorio minimalista del regalo, las cosas tan puntuales y estructuralmente acertadas sobre mis gustos, la sincronización de la fiesta en ese predio, el repentino tirón del brazo y el descubrimiento de que quizá no se había ido por su cuenta. No era nada al azar, todo tenía su posición exacta en el rompecabezas, y deseaba con ansías colocar la última en el juego, y todo terminaría. Tampoco era algo accidental que mi mente hubiera confundido a mi pareja con él, por algo siempre creí verlos reflejados el uno en el otro, y no estaba errada.

El chirrido de la puerta al introducir la llave y desactivar las alarmas me hizo suspirar, no podía ser todo tan fácil. Era ilógico no ver a mamá sentada en la mesa con su desayuno, algo no olía bien.

Entonces, la cabellera semi rubia apareció bajando las escaleras. No me alegraba de verla sabiendo que tendría la primer discusión del día, pero todo seguía normal, a su manera.

—Oh, qué sorpresa verte aquí.—Ironizó, bajando la humedad de su cabello con la yema de sus dedos.—Pensé que no volverías.

—Pues, mañana hay una fiesta y mi vestido está aquí, además mamá, también necesito mi libertad.—Planteé, suspiró audiblemente, pero en el fondo sabía que entendía quién de las dos mantenía la razón.

—Cómo sea, ¿qué te trae por aquí a las ocho de la mañana?—Se dirigió a la cocina, sacando un vaso de la alacena y yendo por las naranjas.—No creo que hayas venido así como así a visitarnos.

—Para tu fortuna no, he venido a buscar más ropa y algunas pertenencias que necesito por ahora.—Mentí, y sin escuchar nada más me dirigí escaleras arriba otra vez.

Trabé la puerta tan pronto como entré, abrí el armario blanco buscando el tercer cajón para tomar el empapelado del regalo. Alguna pista tendría que haber allí.

Bingo, el papel seguía intacto. Metí la mano por la solapa de abaj0, una nota se desprendió al momento. La tomé en los dedos y acto seguido, la leí en voz baja.

Hace en el agua el céfiro inquieto
esponja de cristal la blanca espuma,
como que está diciendo algún secreto.

Un poema, pero, ¿de quién? No debería ser tan complicado, tenía el escrito en la memoria, quizá el colegio, quizá las lecturas de mi abuela, quizá las lecturas a solas.

BOOM.

Lope de Vega, claro. Mi padre relataba sus poemas a todas horas, en especial el de "Lazos e plata, y esmeralda de rizos"

El reparo de la respuesta cayó como anillo al dedo, la biblioteca era mi próxima parada.

Pasé sin demasiados problemas a ésta, sabía que la mirada de mi madre estaba sobre mí pero no importaba demasiado ahora. Aún no, no sin algo concreto.

La sección de poesía parecía resplandecer más que las demás, como si me estuviese llamando. Tomé el primer poemario, sin fijarme la tapa siquiera, pero sabiendo que pertenecía a mi padre. Me dirigí al índice del tomo, buscando al autor, una vez que encontré la inicial del autor busqué entre sus poemas, ahí estaba.

Corrí las páginas llena de intriga, sabiendo dos cosas:

O me metía en un lío si no encontraba nada.

O me metía en un lío si encontraba algo.

Lazos de plata, y de esmeralda rizos,
con la hierba y el agua forma un charco,
haciéndole moldura y verde marco
lirios morados, blancos y pajizos.

Donde también los ánades castizos,
pardos y azules, con la pompa en arco,
y palas de los pies, parecen barco
en una selva, habitación de erizos.

Hace en el agua el céfiro inquieto
esponja de cristal la blanca espuma,
como que está diciendo algún secreto.

En esta selva, en este charco en suma...
Pero, por Dios, que se acabó el soneto.
Perdona, Fabio, que probé la pluma.

Una afotografía captó toda mi atención al estar engrapada sobre una de las hojas. Un escudo con dos espadas cruzando por encima, y sobre este la cabeza de un soldado.

El casino.

Papá estaba en la ciudad, eso era un hecho.

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