catorce

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BRUNELLA;


Mis ojos se abrieron anticipándose a algún suceso catastrófico al sentir otro dolor fuerte en la parte central de mi coraza cerebral, últimamente había estado empezando a desarrollar premoniciones o desmayos repentinos que me daban algún indicio de sucesos próximos, y ésta no era la excepción.

Automáticamente cambié mi mirada al murciano que debería estar al lado mío, pero a diferencia de esto lo encontré saliendo del baño con el cabello chorreando agua y con la ropa totalmente distinta a la de ayer.

¿Se habría bañado? Bueno, eso es nuevo.

—Buenos días.—Saludó de forma genuina.—Pensé que tendría que despertarte.

—Primero que nada, buenos días.—Devolví el saludo en forma de burla, viendo como caminaba en busca de algo en específico.—Y, ¿cómo pretendías despertarme? 

—No tengo idea, sabes.—Le restó importancia al asunto levantando la pila de ropa originada en la silla.—¿Has visto mi remera rosa?

Lo miré de reojo reprimiendo una pequeña sonrisa, para acomodar mejor las frazadas para seguir abrigándome con el calor que emanaba, mientras que también lo hacía para ver cuánto tardaría en descifrar el paradero de la tan buscada prenda.

—La tienes tú, ¿verdad?—Preguntó inocentemente, y luego de escuchar mi silencio ante la pregunta se encogió de hombros.—Quédatela, de seguro te queda mejor que a mi.

—Respuesta correcta.—Estiré mis brazos para tapar el bostezo mañanero que salía de mi boca.—¿Qué vas a ponerte entonces? 

—Dadas las circunstancias, usaré la remera blanca.—Señaló la primer remera de doble cuello, que se encontraba doblada sobre su equipaje suspirando.—¿Tú?

—Lo primero que encuentre.—Respondí, limitándome a levantarme de la cama.—Ayúdame a elegir que usar.

—Dame unos minutos.—Pidió, comenzando a realizar algunos movimientos con sus manos.—Ponte la camisa blanca, y ponte ese pantalón.—Señaló el Jean con tonalidades celestes claras.—Y tienes un conjunto perfecto para un evento.

—Es lindo.—Decreté, tomando la ropa en mis manos y encaminándome a la puerta del baño.—Ya vuelvo.

Me cambié con rapidez prenda por prenda, dejando la remera de éste sobre la barra de acero del baño, sintiendo como la fragancia varonil se impregnaba en todo el baño, por lo que también en mi nariz, haciendo que largue una sonrisa tonta, porque realmente me gustaba esa fragancia, la fragancia que era tan característica en él. Al terminar me miré en el espejo, para apurarme en poner un poco de maquillaje sobre las terribles ojeras que cargaba hace un par de días, y que tampoco estaba trabajando para quitármelas. Luego de esto me até el pelo en un rodete improvisado para colocarme la cadena que usaba y que solía llevar a cualquier lado, era mi talismán, tanto por quién me lo había dado y por las circunstancias en las qué.

—¿Y bien?—Pregunté al salir del baño.

—Déjame encontrar las palabras justas.—Pidió en un susurro, sorprendiéndome al ver que había vuelto a acostarse en la cama.—Preciosa.

—Podría decir lo mismo de ti, pero, ¿sabes por qué no?.—Pregunté de forma tonta, sentándome junto a él en el espacio que quedaba libre en la cama.—Porque eres un sucio.

—¡Qué va Brunella!—Exclamó llevándose una mano al pecho.—El día en el que aprendas a decir buenos chistes será el fin del mundo..así que por lo pronto calla.

—¿Y si quiero que tú me calles?—Al terminar de decir esto sentí la sensación del contraataque en mi sangre, cosa que me hizo sonrojar levemente.—Ese sí sería un bue..

Mis palabras se estamparon con el viento, y nunca llegué a poder terminar de expresarlas como tal, ya que en esos segundos que habían pasado nos habíamos acercado sin darnos cuenta, y después de todo lo que nos pasó, ahí estábamos, basándonos de una vez.

Y que bien se sentía, porque por más de lo cliché que sonara y que pareciera, era como si nuestros labios hayan sido destinados a rozarse, a descubrirse cada centímetro y piel sin registro de otras bocas que se pasearon por las nuestras en alguna noche estrellada pero nublada de pensamientos banales. 

El característico sabor a menta mañanero nos invadió positivamente porque ninguno de los dos había dejado de sonreír con satisfacción, pero las malditas voces de mí traicionera cabeza hicieron que me separara bruscamente del rubio, logrando que éste me mirara algo consternado. 

— ¿Qué pasa, tía? ¿No te ha gustado?

—No es eso, joder Ginés que ésto no puede ocurrir otra vez. —Exasperé moviendo mi cabeza, mirando hacia otra parte de la habitación porque sabía que si posaba mis ojos sobre los orbes esmeraldas de mi contrario, mis piernas flaquearían.

— Brunella, créeme que hay cosas más malas en éste puto mundo. ¿Tan malo ves o crees que nos haría besarnos después de tanto tiempo habernos aguantado? —Preguntó arreglando su cabello e intentando tomarme por los hombros, como si quisiera convencerme, volvió a alejarse cuando un pequeño choque de electricidad nos tomó por sorpresa cuando él terminó de decir aquello.

No lo sentí como algo malo, es más, fue como si fuera el indicador de que nos volviéramos a besar apasionadamente. Con más intensidad de la que ya estábamos teniendo en medio de éste caos.

Nuestros pechos estaban lo suficientemente pegados como para sentir nuestros desenfrenados latidos y agitadas respiraciones mezclándose uno con otr. Como si fuera aún más etéreo, sus manos comenzaron a recorrer desde mis caderas hasta mis omóplatos sin prisa, como si estuviera trazando la memoria de mí cuerpo por encima de la ropa, que empezaba a molestarnos en cierto punto.
Un par de jadeos se nos escaparon ante el abrasante calor que emanábamos, parecíamos unos críos en su primer beso. Y era genial, con cada una de las letras.

Agitados, ambos con las piernas de gelatina y el corazón desbocado tanteó con sus manos los botones perlados de mi camisa, con algo de torpeza le ayudé con su temblorosa pero apurada acción.

Su boca ya no descubría la mía con tanta intensificación ahí, sino que ésta se dirigió con suma delicadeza hacia mis mejillas, mentón y la zona donde era mi mayor punto débil: mí cuello. 

Echando hacia atrás mi cabeza, le dí el poder de poder tantear ese terreno tanto como él quisiera. Sabía lo que hacía, sabía cómo robarme más de un suspiro placentero, era como si supiera exactamente mis puntos débiles, sabía besarme cuando era oportuno, y sabía dónde estimular sus movimientos sobre mi piel, sabía tocarme perfectamente. 

Maldito sea.

Nos vimos obligados a separarnos del susto, puesto que el tono de llamada del celular del de ojos verdes resonó en toda la habitación.

Éste me miró con algo de lujuria despampanante e intentó volver a cómo estábamos, obviando la situación  en lo absoluto, así que no tardó mucho en volver a acercarme a él —si es qué podía hacerlo más—y en besarme genuinamente como él sabía hacerlo y como él lo estaba demostrando.

Como si los astros estuvieran jugando en nuestra contra, el ruido de la llamada telefónica entrante en el celular de mi contrario volvió a vibrar, haciendo que a duras penas y sin demasiadas ganas nos viéramos obligados a separarnos momentáneamente. Por lo qué al haberlo hecho, Ginés tomó su teléfono con movimientos tontos gracias a la emoción que ambos teníamos para atenderlo.

—Ginés, Brunella, ¿dónde están?—Ambos reconocimos la voz de Bruno al instante, con alguna que otra risa tonta por la inexperiencia de saber como manejarnos.—Vengan ya al lobby, que estamos por irnos.

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