doce

90 13 14
                                    


BRUNELLA

Una vez qué el autobús había estacionado en la terminal, dónde esperábamos a qué nuestros amigos vinieran a por nosotras, levanté mis gafas de sol de mi rostro, y me dediqué a tomar el fresco aire de la veraniega costa de Málaga. No, no era verano, pero éste lugar jamás iba a perder su aura tan tropical.

—Brune, han llegado.—Avisó Astrid, posiblemente con una mirada de complicidad, para luego codearme.

Astrid venía cómo acompañante de Javier, puesto que también estaba estudiando algo de periodismo y estaba siendo probada para el tema de las entrevistas. Mientras qué, yo por mi parte venía bajo la invitación de Ginés pidiéndome venir porque quería verme, sumándole el hecho del viaje de nuestros padres a Chile por una semana, por ende teníamos banda libre para poder vernos unas horas.

Aunque, luego del fin del evento, Gines y yo iríamos a su casa de verano, junto con nuestros hermanos para pasar algo así como una escapada de fin de semana. 

—Qué bueno que hayan podido venir.—Hablé con ironía, tomando la valija, por ende también, afianzando mi agarre de mi mochila de mano, para comenzar a caminar cerca de nuestros amigos.

Unos minutos más tarde, aparecían por la esquina lateral de la avenida principal de Málaga, Ginés y Javier blandiendo unas sonrisas bastante amplias al vernos.

—Gracias por haber venido tía, te extrañaba.—Tomándose el descaro de posar su mano en mi cintura, consecuentemente, atrayéndome hacia su anatomía, susurró lo primero por arriba de mi oído.—¿Y tú qué? ¿Me has extrañado?

Ahí estaba otra vez el Ginés egocéntrico, la faceta más insoportable qué el murciano podía llegar a tener.

—¿Yo? ¿Extrañarte a ti? Cariño, deja de soñar.—Contesté, y mirándolo por encima de su mentón, me encontré entrelazando nuestras manos.

—No hubieses venido si al menos no me extrañaras un poco, tonta.—Se defendió, y soltó el agarre que tenían ambas manos, optando por unir nuestros meñiques de forma que no sea tan fácil de ver para nuestros amigos.

—Cree lo que quieras Ginés, qué yo no te he extrañado, es más, ya no te soporto.—Me encogí de hombros fingiendo estar enojada, lo que nos llevó a reírnos en la mayoría del trayecto hasta el hotel residencial.

—No les he dicho pero, hay unos cambios en lo de las habitaciones.—Avisó Eude, una vez que los cuatro entramos dentro.—Pueden decidir ustedes: Javier con Ginés, o Javier con Astrid, y de eso depende de dónde duermes tú, Brunella.

¿Esto era un complot acaso?

—Yo voy con Javier, lo he dicho primero así que, duermen juntos.—Aseguró Astrid, despidiéndose de nosotros con la mano y yendo escaleras arriba a su habitación.

Suspirando para largar el aire que mis pulmones venían conteniendo, gracias a qué me sentía algo distinta recibiendo éste trato por parte de Ginés, —qué probablemente fuese por la euforia de verme, o de poder estar cerca.—, y también por el hecho de que debería compartir la habitación con él. Y no, no es qué me molestara ni mucho menos, porque habíamos dormido bastantes veces en la misma habitación, pero estábamos solos, y éramos adolescentes con las hormonas disparatadas.

—Los detesto, te lo juro tío.—Bufé al entrar en la habitación, aunque al verla sonreí por el gran ventanal que contenía, y dejando mis cosas a un costado de la cama, me tiré sobre ésta.

—No está tan mal esto eh.—Analizó la habitación con sus ojos, sin contar el baño, y sacándose los zapatos, se recostó a mi lado.

La almohada era tan suave que al sentirla, automáticamente bostezé, había dormido poco y nada en el viaje, contando también lo poco que venía durmiendo ésta semana. Intenté levantarme a tomar aire, o a hacer algo para despejarme pero una mano me lo impidió.

—Coño Brunella, quédate aquí y duerme.—Ordenó, empleando un tono lo bastante bueno para que me quede ahí.

—¿De repente empiezas a preocuparte por mí?.—Enarqué una ceja, giánndome para quedar cara contra cara.—¿Te ha comido la lengua el gato, eh?

—¿Te molesta que me preocupe por ti?—Contraatacó, mordiéndose el labio mientras alternaba su mirada entre mis labios y mis ojos.—Perfecto, no lo haré más.

—Sabes que volverás a hacerlo, por más que digas algo distinto a ello.

—Cállate Brunella.—Pidió, bajando su tono de voz a uno más tentador. Pensando que podía ser buena idea, bajé mi mirada a sus tan vívidos y rojizos labios, empezando a contornearlos con las yemas de mis dedos.

—¿Tanto te molesta que te diga las cosas?—Me acerqué más a él, lo suficiente para que haya un mínimo espacio entre ambos, que podía cortarse con un cuchillo.—Cállame, te estoy retando a que lo hagas.

En el momento justo en él que empezaba a moverse los centímetros necesarios para cortar el espacio en blanco, y así poder besarnos después de tanto, ambos sentimos como alguien golpeaba la puerta.

Separándonos al instante el uno del otro, cada uno se tiró sobre la almohada, y aparecieron dos personas frente a nosotros. Una cabellera negra, de una estatura promedio, junto con un chico de una estatura casi igual a la de la primera, pero con la cabellera sin pelo alguno.

¿Y estos dos quiénes eran? ¿Y qué hacían en el frente de la habitación?

—¡Val!—Chilló la persona que tenía al lado, y se levantó de una manera tan fugaz que pensé nunca ver por parte de él, y para agregar, la tomó entre sus brazos abrazándola y dejando varios besos en sus hebras casi castañas.—Te he extrañado muchísimo joder, no sabia que vendrías.

—Estás re trolo Ginés, salí de acá flaco.—Lo apartó entre risas, y luego dirigió su mirada hasta donde estaba acostada.—¿Vos sos..?

—Brunella, un gusto.—Fingí una sonrisa, mordiendo mi labio para no insultarla.—¿Valentina, no?

—¿Sos Brunella o franela? Ni la organización lo sabía.—Comentó en tono de burla, haciendo que suelte un bufido bastante amplio.—Un gusto Brune.

¿Quién se creía que era?

Fijé mi vista en el otro varón de la habitación, pudiendo notar su incomodidad con tanta gente, y por alguna razón me identifiqué con él.

Una vez que estaba por acercarme a saludarlo o al menos dejar que se presente, Ginés sacó de su maleta una caja bastante pequeña para pasársela a la tan halagada anteriormente, Valentina.

—No he podido enviarte nada por tu cumpleaños, pero toma, feliz cumpleaños atrasado preciosa.

Abrió la caja, dejando ver un anillo bastante lindo, aunque no era de mi estilo a decir verdad. La sonrisa de Valentina fue tan amplia que automáticamente mi cabeza pensó en las palabras que Ginés había dicho hace un tiempo;

—Para mí regalar algún accesorio, sea collar, pulsera o hasta anillos, es un acto de amor. ¿Sabes? Yo lo hago con las personas que significan algo en mi vida.

Linda manera de decirme que no era importante en su vida fue ésta, un golpe bajo para todo lo que había empezado a construir en mi pirámide de sentimientos hacia él. 

—Disculpen, Astrid me está necesitando, nos vemos.

leyenda; wallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora