cuarenta y uno

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BRUNELLA.

Meteora.

La fuente, históricamente, del primer registro de nuestra dinastía. El primer punto detectado a lo largo del tiempo sobre una historia de dos amantes destinados a amarse cómo si la propia vida dependiera de ello, que su amor iba más allá de algo físico y se metía directamente en el sentimentalismo de ambos. La primera vez que una profecía acomplejó a familiares con nuestros apellidos, o en su defecto, con nuestra desinencia.

El lugar dónde todo empezó, pero no dónde terminó.

El sitio, clasificado como patrimonio de la humanidad, nunca fue nombrado en mitos griegos o en la propia mitología, aunque claro que tenía su significado mitológico en su creación. Quizá por la misma razón por la cuál todo nuestro universo era invisible en los ojos de los demás. Nuestra historia tampoco era nombrada exactamente hablando, y de forma hereditaria se extendió hasta la actualidad.

Los 24 monasterios de Meteora, de los cuales sólo se mantienen en pie 13, pudiendo acceder solamente a seis, hasta el momento representaban la trayectoria más larga que hemos hecho estando en Atenas. Hospedándonos en un hotel de un pueblo bastante cercano, mínimamente nos debíamos tomar dos días entre llegar y recorrer los mismos, en las proximidades de Kalambaka. Los monasterios se localizaban en la llanura de Tesalia al norte del país, en las proximidades del poblado de Kalambaka, en un valle desembocando en el río Peneo.

—Estamos a seiscientos metros de altura, ten cuidado de pisar en falso.—La voz de Ginés sonó lejana a pesar de estar casi pegados, la fuerza ejercida por el viento del clima lo volvía todo más complicado. Me dolía la cabeza y estaba mareada, pero no tenía idea de porque, por lo mismo me conformé pensando que era la altura.

—Lo sé, también ten cuidado.—Carraspeó con la garganta tratando de utilizar lo menos posible mi voz tratando de que el aliento no se secara. 

Continuamos recorriendo el camino con el grupo de la excursión, aunque habíamos establecido que al volver lo haríamos sin el grupo por una cuestión de que nos quedaríamos más tiempo investigando lo que sea que el Monasterio de la Santísima Trinidad nos dejara sobre la mesa. Una vez que terminamos los tres kilómetros, los túneles con los escalones de piedra oscilando entre los 125 y los 130 eran lo único posible de retener en el campo visual. 

Corriendo entre cámaras a oscuras, escapando de cosas que no podían pasarse por encima pero que sin embargo lograban torcerse, lo de siempre. 

—¿Sabes que la traducción en griego del lugar en el que estamos habla de conventos suspendidos en el cielo/aire?—Su susurro me puso la piel de gallina, estando bajo tierra todo retumbaba más, todo se sentía más cerca y más peligroso. Era, llevándolo a un sentido más metafórico, escuchar el latido del corazón de la madre tierra: Gaia.

—Dame la mano, porfi. Que me da miedo tropezarme o algo y que estés lejos cuando me levante.— "me da miedo perderte" debería haber pronunciado.—No, no sabía que significaban eso. Lo que si sé es que según los escritos cristianos lo conmemoran como rocas que envió el cielo, por eso mismo los primeros registros de habitantes hablan de monjes o sacerdotisas que se retiraban en este lugar para rezar, pero eso era en las imponentes masas de roca, pero con los ataques del imperio Otomano en el siglo XIV tuvieron que construirse monasterios por protección.—Expliqué sin tartamudear en lo más mínimo, sentía seguridad estando en las ruinas.

—Lo que también he leído es que la mayoría de los monasterios fueron destruidos en la segunda guerra mundial, por el hecho de que la población griega se refugiaba allí.—Asentí, apretó con más fuerza mi mano llevándola a sus labios y dejando un beso allí.—Bonita.

—Qué va, tengo el cabello en cualquier lado y la humedad me está dejando un frizz de la hostia.—Ambos reímos en silencio.

—Mi niña, mi chica de cabello negro y de ojos pardos.—Murmuró antes de besar mi coronilla.

Saliendo unos minutos luego por una escalinata bastante ancha, la fresca brisa revolvió la respiración de todos los presentes. Mayoritariamente todo está casi inhóspito, los árboles de los baldíos extendiéndose por debajo de la superficie artificial mantenían una gran copa individualmente. En cuanto a las ruinas de lo que antes estuvo poblado, hay un edificio que llamaba la atención, totalmente de piedra y con una torre, como si fuera parte de un castillo. Contaba, además, con una especie de patio cerrado con vallas y varias macetas en su alrededor con una escalera abriendo paso a otra plataforma con el respectivo mirador, y en el medio de éste una estructura parecida a la de una capilla pero totalmente abierta.

—¿A dónde vamos? No sé cuánto podremos encontrar...—Comenté distraída posando mis manos en la baranda del mirador.

—No sé que tenemos que encontrar, niña.—Replicó, tirando suavemente de mi brazo, llevando una de sus manos a mi mejilla derecha acariciándola antes de dejar un suave beso en mis labios.—Pero, más allá de eso, creo que debo seguir solo.

Un cristal se rompió a lo lejos, el impacto de las palabras lo reflejaba.

—¿Qué estás queriendo decir?—Dije en voz baja como si tuviera miedo a romperme.

Bru, escucha, te quiero más que a todo, me dejo la vida por ti y lo sabes, pero no, no podemos seguir con esto, no juntos.—Apartó los mechones de mi cabello recorriendo la marca de mis ojeras y delineando mis labios con sus dedos, como si fuera la última vez que tendría la oportunidad de hacerlo.—Vuelve al hotel, quédate allí, pero yo debo quedarme.

—P-pero...

—No, no reproches nada, en algún momento pasaría. ¿Lo recuerdas, no? Hacia el norte debe seguir el sol, hasta tierras sin lluvia. Mi patrón es Apolo, y éste es el norte de Atenas.—Apoyó su frente pegándola contra la mía, dejando ver la forma exacta en la que sus ojos dejaron de reflejar ese brillo y comenzaron a apagarse.—Yo sé que hemos hecho casi todo juntos, pero siento la necesidad de quedarme aquí. Dame como mucho dos días, si en dos días no he vuelto al hotel te irás de aquí, y contarás nuestra verdad de los hechos, merezco morir honrado.

—No morirás, no ahora. No digas eso Ginés, no seas tonto.—Tragué saliva con dificultad apretando las pestañas para no lagrimear.—Tienes mucho por vivir.

—Lo sé, pero no podemos estar seguros de lo que el destino nos dé a la mano, pero estaré bien. Créeme, en lo que menos te des cuenta estaré golpeando la puerta del hotel, tienes que confiar en mi.—Besando mi frente, me atrajo hacia su anatomía apoyándose en mi hombro, guardando la escena en ambas memorias.—Vete, todo saldrá bien. Lo prometo.

Algunas lágrimas terminaron por mojar su remera en el punto en que todo se hizo increíblemente difícil de soportar. No quería dejarlo, no quería estar a la espera de saber que podía perderlo otra vez, y que esta vez no hubiera un cuerpo falso que lo suplantase, dolía que el presentimiento se volviera real como cada uno de los que tuve, pero había sacrificios celestiales que una vez jurados no podían deshacerse y debías seguir adelante con el mismo por mucho que pesara.

—Cuídate, Ginés. Nos vemos en 48 horas, ni una más ni una menos.

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