cuarenta y tres

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BRUNELLA

Acostumbrarse a despertar con una persona a tu lado, o a pasar la mayor parte del día con el mismo, en repetidas ocasiones terminaba por volverse un círculo vicioso. Estar frecuentemente expuesto a sufrir esos daños nunca sería lo primero que uno pensaría, quizá porque no tendría la creencia de poder tener que enfrentarse a una separación con una persona, y daba igual si eran horas, días, semanas, meses o incluso años, el lapso de tiempo era el factor más complejo en el que centrarse, mientras que el vínculo sufriera una grieta, todo se volvía hasta incluso torturante.

Saliendo de bañarme envuelta en una bata, suspiré al ver la maleta totalmente desordenada y con la ropa cayéndose por los costados. Hacia falta, más de la que esperaba que lo hiciera. 

Tomé el móvil una vez terminé de alistarme con lo primero que saqué de la maleta, las tres de la tarde aparecían marcadas con un poco más de calor que los días anteriores. Casualmente había un sol bastante brilloso para la época. Revisé la bandeja de entrada sin obviar que había cortado el contacto con mi familia. Entrando en el chat de mi hermano menor, mordí mi labio superior con algo de rubor en las mejillas pese a que no las haya visto. ¿Cómo debía empezar la disculpa?

—Hola Joan, cuánto tiempo ha pasado, pijo.—Coloqué el móvil contra una de las ventanas, comenzando a hablar al sentir el pitido marcando el inicio de la llamada, sentándome en la cama.

—¿Qué tal estás Brunella? ¿Me dirás a dónde estás acaso?—Insistió una vez más, suspiré frustrada, no podía mentirle mucho más, además, era la única familia en la que confiaba.

—No se lo digas a mamá, pero estoy en Grecia. Luego te pongo al tanto de todo, no quiero hablar de ningún Ginés o de nada que nos relacione con profecías y cosas antiguas.—Salté a la defensiva, lo extrañaba con una locura gigante.

—Mamá te extraña...—Quiso decir algo más, pero lo corté.

—¿Realmente me extraña? ¿O simplemente espera a que vuelva para darme tres sermones como los que siempre me dio y ni siquiera preguntarme si estoy bien? Piénsalo, luego me lo respondes.

—Hermana mía, mamá ha desaparecido. Hace unas horas la he visto por última vez durmiendo aquí, pero su teléfono sigue en la casa, y ella no. Y no ha salido.

—Aparecerá, igual se escapó por la ventana o algo.—Traté de hacerlo reír, terminando por sacarle un suspiro.—No te tires al abismo todavía, aparecerá pronto, tú confía.

—¿Y si no lo hace?—Replicó, dejando escuchar por primera vez la aparición del miedo en su tonalidad.—Mientras tú no vuelvas quedaré a cargo de la gobernación.—Realizando un parón, carraspeó con su garganta antes de volver a hablar.—Vuelve en cuánto puedas, la gente empieza a descontrolarse y no sé que hacer...

—Primero, necesito que te tranquilices. Segundo, le dirás a los pobladores que mamá ha tenido que hacer un viaje de urgencia por cuestiones familiares, di que tenemos una tía enferma o algo, pero invéntate algo. Volveré como mucho en tres días, lo prometo.—Susurré en voz baja intentando convencerme de que todo saldría bien y volvería a casa en una sola pieza.

—Perfecto, mientras que vuelvas viva y no en un carro fúnebre te esperaré con panqueques y una taza de café.—Aludió sacándole algo de importancia.—Debo ir a hacer el anuncio y ver como sobrellevarlo, nos vemos en unos días. Cuídate, recuerda que te quiero.

—Y yo a ti, nos veremos en un abrir y cerrar de ojos, verás que si.—Finalicé la conversación luego de decir eso, sintiendo un nudo en la garganta y un picor en la nariz.

Pero, apartando todos esos sentimientos con el mayor esfuerzo posible, comencé a doblar algunas prendas tiradas sobre el suelo, o doblando las que estaban mal acomodadas. Dejando la maleta como nueva, algo áspero me rozó el dorso de la mano. 

Tomando el objeto para ver de que se trataba, descubrí la pequeña luna de madera que había conseguido en el castillo de Lastre, sabía de la existencia del sol que tenía Ginés, consiguiéndolo en el mismo castillo. Eran polos opuestos, por lo cual se atraían, pero no tenía idea de donde conseguir el objeto en forma de sol.

Apoyando la espalda contra el marco del espaldar de la cama, me balanceé hacia la izquierda, quedando próxima a la maleta de Ginés. No pensaba echarle un vistazo sin su autorización, pero quizá encontraba una pista. 

Entrecerré los ojos tratando de pensar en donde podría guardar el elemento, sabía como era por haberlo visto alguna vez. Una madera brillante y resplandeciente, había visto algo de ese material en alguna parte del hotel, tenía que estar aquí, sin embargo continuaba sin saber el paradero hasta que una idea cruzó por mi mente. 

El soporte del espejo en el baño.

Parándome con una frenética energía estando completamente segura de que no estaba equivocándome o subestimando mi capacidad de memorizar los objetos, abrí la puerta del baño privado de la habitación. El espejo era bastante grande, y el apoyo en donde el grifo estaba no parecía tener ningún sol de madera, hasta que lo encontré en uno de los extremos.

Caminando con confusión al no saber que debería hacer con un juego de piezas de madera que conectaban mutuamente, vislumbré que al pasar enfrente de la luz del ventanal su color aumentaba e irradiaba más destellos. Se fermentaban con la luz, y se volvían más poderosos.

Subí los dos objetos unidos siguiendo la salida del sol para descubrir el punto de mayor luz que ambos podían tener. Y entonces, lo supe de una vez por todas.

Sabía exactamente a dónde tenía que ir.

El partenón de Atenas.

Llegar allí no tomó más de quince minutos, y levantando la sudadera de mi brazo miré el reloj negro que había olvidado de sacarme. Por mera curiosidad bajé mi vista hacia la hora.

16: 59.

Y entonces algo sucumbió de la tierra, algo que parecía haberse tragado volvía a subir.

Ginés estaba ahí, 48 horas después, exactas.

—Ginés, tío...—Murmuré con preocupación al ver el estado en el que estaba.

Pero mi atención se la llevó la figura que se elevó por los cielos, volviendo el cielo totalmente oscuro.

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