diez

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BRUNELLA

—Dame uno tío, que no eres el único que está jodido.—Rogué, mirando como mi compañero de trono se resistía a pasarme algún dulce para intentar olvidarme de todo por un día.

—Un chocolate no lo arreglará todo Brunella, no seamos ignorantes.—Se apoyó en la parte más chica del mueble blanco.—Mataría por haber traído el libro aquí.

—Bueno..—Javier entró a la sala en la que ambos estábamos junto con Astrid, teniendo en su poder la mochila de Ginés.—Creo que tenemos algo aquí.

—¿Se puede saber qué mierda haces con mi mochila, así como si nada?—Preguntó, rozando con su manga el chamuscado fuego que una de las velas desprendía.

—Cuando he ido a por ti, me has mostrado el libro y ha llegado tu padre, entonces no sabía donde ponerlo, y pues aquí está.—Rememoró, sacando el tan nombrado libro de la mochila.

—Pues, yo creo que lo mejor será que empecemos a verlo, a ver que encontramos.—Dije, sentándome por poco arriba del rubio, tomando la vela para ponerla bien en el medio de la improvisada ronda de cuatro personas.

Analicé el libro con sumo lujo de detalle, sus hojas tenían el típico olor a libros gastados, —del que me consideraba bastante fanática.—, tenía también sus hojas amarillentas, como si fuese bastante viejo, antiguo. 

La tipografía de la portada era legible dentro de lo que cabe, portada casi rubí y su título en blanco.

Pero, dentro del libro estaba la frutilla del postre.

—La leyenda del hada amarilla y el duende azul.—Comencé a leer de atrás para adelante, dándole más emoción al asunto.—Mitología griega.

—Joder, esto acaba de currarse más de lo que ya estaba.—Vociferó Ginés, yendo hasta la página en la que empezaba a hablarse de la leyenda como tal.

—¿Por qué debería no me parece raro que sea con una bendita numerología y simbolisismo?—Levantándose del suelo, Astrid se encaminó a pasos confusos hasta el escritorio en donde yacía su computadora, para tomar un pedazo de papel y una lapicera.

—Habla de la leyenda, cosa que los cuatro sabemos así que pasemos esa parte.—A punto de girar la hoja, la mano del perteneciente a mi ciudad vecina, la quitó de en medio.

—Miren esto.—Apoyó su dedo índice en un renglón escrito con letras pequeñas.—La historia fue profetizada desde la Grecia Antigua, pero pasará en la era del pájaro dorado.

Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo, y buscando refugio en la mirada cálida de mi compañero, terminé encontrando sus orbes esmeraldas brillando del miedo. No era la única que lo había sentido.

—El pájaro dorado, el halcón de oro.—Dedujo Astrid al instante, llevándose la mano a la cabeza.—Es el emblema de Murcia.

Debería haber salido espabilada corriendo del miedo que sentía, pero en vez de eso me sentía feliz, después de todo la búsqueda de meternos a la boca del lobo iba teniendo más fuerza, y probablemente estábamos más cerca de descubrir el principio de todo.

Esa era la parte mala.

Una vez que lo hubiéramos descubierto, ¿qué iba a pasar? ¿Haríamos la vista gorda como siempre habían dicho que hagamos? ¿Seríamos unos prófugos de la justicia, de nuestra propia familia, por amor?

Aparté los pensamientos de mi cabeza al sentir la mirada fría de Javier sobre mis ojo, y volví a dirigir la vista al libro.

—Aquí habla de ocho profecías que se cumplirán, y qué es una de las historias más esperadas por los muertos de presenciar.—Susurré, sintiendo como en un chasquido la luz de la vela terminó de consumirse de la nada, apagándose.—Corred al patio, ahora.

Había algo en la habitación, algo nos estaba siguiendo. 

Ir a la boca del lobo no fue tan divertido como parecía.

—Mirad esto, cuando salimos de la sala de estar han desaparecido partes.—Mi cabeza empezaba a trabajar más rápido por segundo, y al instante decifré lo que era.

—Luz ultra violeta..se han perdido todos los símbolos, quedan solo fragmentos cortados de cada profecía.

—Brunella, ¿estás segura de que quieres hacer esto?—Susurró Ginés, en un hilo de voz, producido por el miedo.

—Escucha, si llegamos hasta aquí no podemos tirarlo como si nada.—Tomé su mano, entrelazádola con la mía.—Vamos con todo, campeón.

—¿Ya han dejado de confesarse su amor?—Inquirió Javier, con inquietud algo paulatina.—Al grano, leed lo que tenemos y con eso os conformais por ahora.

—Al norte, más alla de los límites del mundo, la corona de la verdad espera.—Comenzó a leer Astrid, obviando la profecía que los cuatro conocíamos.—Menuda suerte.

—La pista más relevante se alzará junto con el bandido quién los traicionara. Y uno de los elegidos perderá un amor frente a algo peor que la muerte.—Continuó Javier, sacándome algo como un suspiro muy pesado.

—Bajo la misma estrella que bendijo a la nacida de la cueva, cumplirá dieciocho, volviendo a condenarse con un regalo que marcará una nueva catástrofe.—Concluyó Ginés, tomando con más firmeza mi mano, dejando alguna que otra caricia repentina.

—Tenemos cuatro profecías, me cago en mis muertos más muertos.—Conté con los dedos, para suspirar desplomándome en el cemento del que estaba hecho el piso.

Todo lo que habíamos conseguido acaba de pararse, esto nos había dado como un golpe bajo pero a la vez alto. Teníamos cuatro profecias incompletas que se iban a cumplir, y no teníamos idea de cómo.

Parecía como si acabasemos de firmar nuestra sentencia de muerte, nuestro boleto al infierno, nuestro pasaje al vacío.

Y eso, por más sádico que fuese, sería lo mejor que el año podría haberme dado.

leyenda; wallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora