cuarenta y seis

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BRUNELLA

Un establo ocupado por tres humanos aparecía frente a nuestras narices con un grito próspero de auxilio al mismo tiempo. Cada una de las tres figuras atadas a las cercas de los corrales con cadenas metalizadas, y un aparente miedo, como si hubiera algo más detrás de nosotros. 

Mamá se encontraba en el medio, luciendo un aspecto demasiado diferente al normal, con parte de sus ropas hechas harapos, un par de rasguños en los brazos, asemejándose al mismo aspecto de los otros dos humanos en el lugar. De reojo visualicé al padre de Ginés tratándose de liberar del agarre que le proporcionaba el metal en las muñecas, teniendo una clara expresión de desilusión en los ojos, pero podía tomarse como una faceta expresiva sobre el miedo. No crucé miradas con su primogénito después de la confesión, pero estaba segura de que las muecas en su rostro no contemplarían un muy buen humor, ni muchas ganas de ver a su padre ahí. 

En la esquina derecha, una mujer de cabellera negra y una estatura promedio levantó los mechones que le estorbaban la vista. Los orbes marrones que portaba relucían tranquilamente observando todo el lugar, hasta posarse entre el fino espacio del murciano de ojos verdes y el mío. Sin duda alguna, la descripción que Ginés había dicho minutos antes era cierta, y la conexión de los orbes entre la mujer y Ginés, dejaron en la boca de todos una sola noticia, sin forma de poder erradicarla, pese al sabor amargo y a las preguntas que esto mismo suponía. 

El reencuentro familiar entre una madre y un hijo estaba efectuándose en un establo griego, con cadenas que impedían su abrazo pero no impedían los sollozos por lo bajo y bufidos audibles por parte de la cabeza familiar de los Paredes, pero la conmoción compartida entre mi madre y la mía apagaba los mismos. 

—Brunella, —el tono de voz rasposo saliendo de los labios de Ginés acaparó mi atención, demostrando una indiferencia lo bastante grande para no dirigirme la mirada.— ayúdame a liberarlos, luego hablaremos de lo nuestro.

—Vale, ¿cómo cortamos las cadenas?—Pregunté sintiendo un retorcijón en el estómago.

—Ten, así he cortado las cadenas antes. —dándome un pedazo de cristal roto con punta triangular, carraspeó agudamente con la garganta. —Empieza por tu madre, y largaos lo más rápido que puedas a España.

—No te dejaré solo, tu papá no tiene muy buena pinta de un humor muy feliz, míralo, parece que está buscando venganza, sus ojos reflejan una clara vendetta.—Utilizando un tono de voz pronunciado con calma, sin ningún tipo de intención para asustarlo.—Liberaremos a nuestros padres, y luego veremos como sigue todo, pero no mereces más daño del que ya te han puesto. 

—Genial, si así es como lo quieres no puedo pararte.—Suspiró, acuclillándose cerca del inicio de las cadenas de su padre.—Corta así del otro lado, sin hacerle un tajo en la piel a él, y ya estaría.— Aconsejó, mostrándome su acción para que la lograse replicar.—Creo, seriamente, padre, que me debes una explicación de todo esto, y esta vez sin decirme que no es nada, porque sabemos lo suficiente los dos para saber que esto es algo gordo, y creo, que también va para ti, Cecilia, —clavó su mirada en mi madre al pronunciar su nombre, volviéndola a la figura de su padre con un aire de seguridad ingenua.— deberían dejar de mentirnos, por hoy al menos, porque sería irónica la promesa de sinceridad que juraron antes de asumir el trono. 

— Y, tienen demasiado para responder, sin ningún tipo de mentira o escondiendo la verdad entre buenos argumentos. No usen la justificación de que la verdad es un error bien vestido, porque como todo, en algún momento queda sin ropa y es cuando realmente sale el reflejo, y personalmente, nos hemos tomado el trabajo de desnudar nuestro linaje y sucesión por cuenta propia, y hay cosas que no las van a poder ocultar por mucho más tiempo.—Agregué, levantándome con cuidado llegando hacia mi madre.— Joan ha estado a punto de colapsar con tu desaparición, he hecho lo que pude para calmarlo así que cuando volvamos solo dirás que has tenido un viaje de imprevisto por un secuestro, que te quede claro.

— ¿En qué momento te has vuelto así de prepotente?  Cargar con una verdad que es falsa tiene una condena pública, y la manchas comenzando a mentir antes de tu mandato.

 —Pf, tenlo en cuenta tú entonces, que me has mentido desde que soy una cría con todo.

— Ocultar no es mentir.

— En algunos casos no, pero, —acerqué el cristal comenzándolo a mover entre los grilletes, mirando de reojo como el padre de Ginés salía corriendo a toda prisa del establo, robándole un suspiro de desilusión y de la desesperanza de salir adelante con ese vínculo.— mentir con que papá se ha ido por cuenta propia, que en verdad no es así, y que nunca ha querido volver, cuando sabes que no es así, y para que sepas, me lo he cruzado en el casino donde se suponía que la seguridad era inquebrantable, entonces si se me puede considerar una persona mentirosa, tengo tu actitud.—Escupí, cortando las  cadenas soltándola por completo.

—¡Brunella, pírate!  Andaos de aquí ya, yo me ocupo de mi madre, que igual se encuentran a mi padre por ahí.—Gritó Ginés, dedicándome una mirada con sus ojos completamente apagados.

Como si el agua del mar se hubiera agotado.

GINÉS

Ver a Brunella irse luego de un lo siento, podría haberme partido el corazón si me hubiera dejado solo completamente, pero tenía a la mujer que más había ansiado volver a ver nunca frente a mis ojos, y esta vez no era una ilusión.

—Mamá.—Las primeras palabras después de años sin verla costaban salir. Era como estar viviendo una fantasía, y mis globos oculares se nublaron a pesar del intento para pararlo. Quería tirarme en su pecho y sentir su calor maternal como si nunca me hubiera faltado.—Hola, cuánto tiempo. 

—Hola hijo, ha pasado demasiado.—Habló dulcemente besando mi cabeza por bastante tiempo cuando su movilidad no dependía de cadenas.— ¿Cómo estás?

—Confundido, necesito una explicación, ma, por favor.

—La tendrás, pero primero debemos irnos de aquí. Tenemos que llegar a España antes que tu padre.

—¿Por qué?—Cuestioné, dejando salir un bufido de cansancio, preguntándome porque nunca los momentos felices podían durar demasiado tiempo.

—Porque esa persona que te crío, no es tu padre. Tu padre ha sido fusilado, y le han ocupado el lugar. 

 

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