ventisiete

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BRUNELLA.

Se supone qué, un pastel de naranja debe tener gusto a naranja, no a chocolate.

La risa del varón a mi lado invadió el espacio en el que ambos estábamos sentados. La puesta de sol comenzaba a salir de a poco, aunque todavía era bastante temprano.

—Mis habilidades de cocinero pueden fallar.—Bromeó, palmando su regazo mientras llamaba con la cabeza a su mascota. Venecia no tardó mucho en oírlo, por lo que ladrando amenamente corrió a sentarse junto a él.

Reí, volteé la cabeza para verlo apoyando su cabeza sobre su mano, el sol corría directamente en toda su cara remarcando su acné con rostros de pecas, que lo volvían una persona completamente distinta.

¿Cómo lo llevas? Digo, eso de aparecer de repente y quedarte viviendo en una casa en la que nunca estuviste es algo desconocido.—Llevé un cuadrado de pastel a mi boca, pese a su distinto sabor no perdía el gusto.

—Bueno, tiene sus pro y sus contras. No lo sé en verdad, hay un equilibrio. Se siente paz estar en soledad, pero los demonios aterran y te pasan sobre las costillas. Es raro, pero terminas acostumbrándote.

—Aprender a convivir con la soledad debe ser uno de los problemas más complicados de la sociedad, nadie sabe sobrellevarla.—Eché mi cabeza hacia atrás, la dejé caer sobre el fresco pasto.

—Ya, trabajo de tiempo completo.

Mi mirada se dividía entre mirar la puesta de sol frente a mis ojos y en mirar a mi contrario cuando éste no me veía, podría estar bajo algún hechizo, pero parecía la persona más divina que mis ojos hubieran tenido el placer de contemplar. Lo quería, y eso lo sabía bien, lo quería de una forma inexplicable, el corazón se me aceleraba cada vez que lo veía reír, las manos me temblaban con su simple presencia y sus brazos me envolvían con tanta tranquilidad que nada parecía estar mal.

—¿Puedo preguntarte algo?—Carraspeó con su garganta, señal de nerviosismo en él.

—Dime.

—Los amigos no se besan a escondidas de los demás, entonces, ¿qué somos?

Cerré los ojos, abriéndolos con rapidez al escuchar su pregunta. No tenía idea de qué contestar, al menos desde mi parte me sentía bien en el modo en el que estábamos.

—¿Qué quieres que seamos?—Consiguiendo erguirme, lo enfrenté mirándolo a sus ojos.

—No lo sé, ¿vale? No lo sé, sólo sé que te quiero.—Movió sus manos en el aire con desesperación, llevando una mano a su mejilla volvió a tranquilizarse.—Sólo sé que me gusta verte bailar sobre la mesa cuando nadie está viendo, me gusta tu sonrisa al ver a Venecia correr a tus brazos, y no tengo idea del porqué somos nosotros los que tienen que estar escapando, pero no me importa que puedan decir de ambos, ¿sabes? Es eso, no me importa confesar qué estoy enamorado de ti.

El sonrojo en mi cara posiblemente era amplio, no podía ocultarlo aunque quisiera hacerlo, pero no quería hacerlo. Dejando mi mirada fija sobre él, una sonrisa lobuna escapó de mis labios mirándolo con todo el cariño que le tenía. Lo más reconfortante era saber que ambos nos queríamos de la misma forma, que no tenía que fingir sentimientos con él.

—¿Sabes lo que es ir a las estrellas? Así se siente estar contigo, un brillo lumínico, nuestro fulgor.

En movimientos rápidos, su mano pasó debajo de mis costillas y cuidando de un raspón prematuro, no tardé en quedar envuelta entre sus brazos. Dirigiendo mis portales hacia los suyos, sus pupilas parecían destilar chispas sin cesar, y por un momento parecía no existir nada más que nosotros dos. Las palabras quizá faltaban, pero nos lo decíamos todo viéndonos de frente.

—Me gusta cuando tomas el control, y presiento que ahora tendrás que tomarlo.

—¿Qué? ¿De qué hablas?

Y ahí estaba otra vez, ese retorcijón en el estómago cada vez que sus labios chocaban conmigo, mariposas. No dejaban de venir, es más, se multiplicaban.

Obviamente, todo tenía que caer.

Una alarmante sirena se oyó al correr de todo el prado, podría hasta decir que en toda la ciudad. Levantándome del suelo con rapidez, miré a mi compañero con preocupación, simplemente se llevó su pulgar a los labios y realizó una mueca de silencio.

—Tienen un detonador de cosas supernaturales, o de catástrofes que puedan producirse por impactos, tenemos que salir de aquí ahora.—Susurró, tomando mi mano.—Sígueme, estaremos bien.

—Me da miedo que algo nos pase.

—Si no nos movemos pasará.

A lo lejos, el zumbido de una flecha cruzó sobre el horizonte. No, no era una flecha, un dardo tranquilizante trababa de alcanzarnos a ambos, éramos una especie de fugitivos corriendo por su vida.

Cómo si uno no fuera suficiente, una docena de dardos volaron sobre el cielo, todos tenían nuestro destino en sus manos, momentáneamente.

La adrenalina se apoderó de mi estructura, sentía mi cuerpo vibrar y las manos sudaban a más no poder. Estaba aterrorizada de lo que podría pasar, no quería volverme a separar de él y tampoco dar explicaciones.

Se suponía que debía ser una adolescente normal, que terminaría en más de una ruptura amorosa y en más de un lío, pero no era exactamente el plan del destino.

Suspiré, habíamos logrado dejar el trozo de parque en el que estábamos, atrás, una de las peores partes ya había cesado, solo faltaba llegar a salvo a casa.

Fue una cuestión de segundos para romper más la situación. Un último dardo nos rondó erizando los vellos de nuestra piel. No había alcanzado a darnos, pero el tirador estaba más cerca de lo que creíamos.

Trastabillando, el rubio metió su mano dentro de sus bolsillos, y cuando la sacó una 38 se mecia en sus dedos. Soltando mi mano, trató de quitarle el seguro al arma pero se resbaló de sus manos y calló al suelo.

—¡Brunella tía, toma la puta arma!

Acaté sus órdenes, ahora con la pistola en mano no sabía que se suponía que debía hacer, el pulso variaba, las manos me seguían transpirando.

—¡El seguro, quítaselo!—Saqué el seguro, mis dedos se colocan en el gatillo.—Jala el gatillo o nos alcanzarán los dardos, ¡hazlo!

Y la adrenalina aumentó el triple qué antes, la sangre nubló mi vista.

✌🏻😚

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