diecinueve

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BRUNELLA

Las agujetas de mis vans bailaban en un constante compás chocando contra el pavimento grisáceo del piso en un ataque de nerviosismo, repasando mentalmente una y otra vez el plan que habíamos acordado con mi acompañante para no ser descubiertos en ningún momento. El miedo empezaba a consumirme de a poco, estaba aterrada y no solo por el hecho de visitar al rey y saber la verdad si la suerte estaba de nuestro lado, me aterraba lo que se podía perder como esto saliese mal.

Acomodando mi cabello en una coleta semi alta luego de quitarme el casco, pero poniéndome rápidamente los lentes de sol que tapaban mis ojos, esperé al murciano sentada en una de las bancas de la plaza, con la moto estacionada a varios metros.

—¿Todo listo?—Preguntó el rubio dejando dos besos en mis mejillas, sin sacarse sus lentes tampoco.

—Sí, Javier y Astrid saben lo de los controles ya.—Afirmé, mirando hacia ambos lados para confirmar que nadie nos seguía.—Si prendo la radio y hago dos ruidos, algo salió mal. En cambio, si hago uno solo, hemos llegado con el rey.

Consumiéndonos en el silencio más incómodo y tenso que podría haber entre ambos, nos subimos en la moto, regalo de mi padre antes de partir de la ciudad, sabiendo que, al bajar de nuestro vehículo, todo estaba en juego y lo único que importaba era ganar, y mantenerse vivo. Estábamos jugando una carrera a contra reloj, sin saberlo.

Divisando la montaña a unos metros, decidí parar la motocicleta al sentir como mi cuerpo comenzaba a vibrar con pulsaciones a corta velocidad, perdía el sentido de la vista y me costaba mantenerme de pie.

Un desmayo más a la lista, pero no era simplemente eso. Eran desmayos que conllevaban a visiones de un futuro próximo.

En éstos días me había puesto a leer ciertas cosas de mitología griega, y llegué a la conclusión de que tanto profecías como visiones se cumplían de una u otra manera. El riesgo siempre estaba, y por eso no me gustaba dormir. Porque también soñaba con eso.

Constantemente soñaba con nosotros dos, en un monte totalmente congelado, cristales de hielo se movían del centro hasta el final del lugar. Había una presencia, algo más allá de ésta tierra. No sabía definir si se trataba de un Dios, un Ángel o hasta incluso un demonio. Solo sabía que alguna fuerza controlaba mi cerebro y yo tenía fuera de mi misma el control propio.

Mis manos contenían una hoja diabólica, asesina. Una fina hoja de oro imperial se balanceaba sobre mis dos palmas, una empuñadura de pakka estaba sellada a la hoja. El cuchillo era mi arma, y algo me decía que estaba por cometer un crimen a sangre fría.

De un momento a otro, mi cabeza se apagó y se prendió. Todo se volvió negro, hasta que volví a la realidad recuperando el aire en un jadeo audible, haciendo una mueca como si estuviese tratando de devolver el alimento consumido anteriormente.

—Sigue mi voz. Estoy aquí, por y para ti. No te soltaré la mano, no ahora cielo.—Posiblemente, el impacto de la visión recién pasada, hizo que escuchar la voz de Ginés fuese un choque entre realidades, pero logró calmarme de a poco. Saber que él estaba ahí, lo tenía justo a mi lado, me estaba protegiendo, su magia me tomaba en un manto y me dejaba en un lecho de tranquilidad.

Aunque, no había tranquilidad alguna.

—Bien, continuemos.—Levantándome del suelo mientras me tomaba por la frente, traté de mostrarme lo más neutral posible frente a la situación.—No hablaré de lo de recién.

—...P-pero..—Murmuró, ofreciéndome su botella de agua, que con gusto acepté obviando el hecho de que consumir algo me daría más malestar.—Dime que estás bien, quiero oírte.

—Estoy bien, estamos bien. Todo saldrá bien.—Solté sin pensarlo siquiera, estaba convénciendome de la validez de mis palabras, lo único que me daba un respiro.

Con ayuda del murciano logramos subir encima de la capa de hielo de la montaña. Subiéndome la hebilla del cierre del camperon que llevaba puesto, debido a la escarcha cayendo y al frío que el lugar emanaba, repasé nuevamente nuestra planificación.

—Entonces, tú te quedas fuera del castillo custodiandolo y yo me encargaré de entrar para hablar con él sobre los 150 años de la creación de ambas ciudades, accidentalmente le preguntaré sobre la leyenda del hada azul y el duende verde.—Enumeré con los dedos recordando lo mejor posible.—¿Es así, no?

—Exactamente bonita, debes tratar de engatusarlo con tus encantos y sacarle la información necesaria.—Admitió en una risa de socarronería.—Si él puede guardar todos los secretos de una nación, ¿nosotros también podemos, no?

—¿A qué te refieres?

—Piensa en esto, busca en tu mente. ¿Tienes alguna cosa que hayas escuchado, algún rumor, algo, qué pueda ser confidencial y lo deje mal parado? Ahí tienes, usa el chantaje.

—Sí, creo que hay algo...—Cerré los ojos, tomando su mano para sentirme en la línea temporal actual, y no perderme en alguna otra.

Una idea empezó a brillar en mi cabeza. Existía el rumor de que su elección había sido un fraude y había usado alguna trampa para ganar. Existía el rumor de que estaba comprando armas ilegales tanto como campos de prueba contra bombas nucleares. Ahí estaba.

—Lo tengo, pero no puedo decírtelo hasta saber si es verdad.—Soltando su mano al abrir mis ojos, sentí un nervio recorriendo mi espina dorsal, algo estaba mal.

El aire se volvió espeso, faltaban unos pocos metros antes de estar frente a la construcción medieval del castillo del rey de España, diseñado con maderas de roble, cumbres de cuarzo blanco, y un sin fin de copas de habitaciones decoradas con pinceladas sumamente finas de un blanco puro. Era una preciosura sin lugar a duda.

Pero, algo no andaba bien. Sentía una pesadez y una sensación maligna en mis oídos, mi propio cerebro me gritaba que no siguiera adelante y parara con todo esto. Sin embargo, dejé eso atrás para darle un corto abrazo antes de comenzar a caminar un tanto más alejada de él.

—¡Brunella!—Gritó, logrando que me girase a verlo.—Te...

Un estruendoso rayo se divisó en el cielo, y llegó en una rapida vibración a mis oídos. El cielo se tiñó de gris, y no era por el hecho de una lluvia acercándose simplemente. Se sintió un quebrantado silencio a mi lado.

Las palabras fueron suspendidas en el aire, tampoco se sentía siquiera. Mantuve la calma lo más que pude sin poder sacar mi vista de dónde la tenía puesta hace un segundo, sentía mi corazón y pecho vibrar pero traté de no decaer.

El sonido de algo rompiéndose no era más que el mismo hielo sumamente derretido yéndose hacia abajo en picada, llevándose con él, la persona que estaba parada sobre esa pieza de hielo.

Acababa de presenciar una muerte por obra de la misma naturaleza. Acababa de irse la persona a la que más quería en el mundo con un mensaje que decirme, con una historia por vivir y con sentimientos por encontrar.

Simplemente, ya no existía.

2/2
desaparezco.

leyenda; wallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora