veintiséis

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GINÉS.

Las cuerdas de la guitarra dejaron de sonar una vez que la púa cayó sobre el suelo, y con una extensa pesadez me acerqué a tomarla para volver a retomar la composición de alguna pieza musical. Releí la letra plasmada en una hoja una vez más, seguía sin tener demasiado interés en la canción.

Pasé mi lengua por encima de mis labios relamiendo los restos de crema que éstos tenían, giré mi posición y recaí sobre la fachada del sillón grisáceo, tomé otra vez el lápiz volviendo a la composición.

Había algo que faltaba, algo no cerraba.

Ella. Ella era la pieza que no estaba en el panorama.

Mi musa.

Los días en los que no estaba en el apartamento parecían ser una tortura, quizá porque estar viviendo en su segundo lugar con ella me hacía incrementar mi deseo de una vida con ella, verla despertar, reír, enojarse, dejarla ser ella pero a mi lado en fin. Pero, obviamente todo lo que subía tenía que bajar, y no podía quedarse aquí eternamente.

Venía en la semana a traerme alimentos y más cosas para poder estar estable, pero no se quedaba a pasar la noche como los primeros días. Y entonces los demonios volvían a salir una y otra vez, todo lo que susurraba el viento en las frías noches, todos mis temores sepultados, o al menos eso creía. Todo salía a la luz, asustándome a cada paso.

No quería admitir que en algún momento se iría y no volvería. Me negaba a creer que podá pasar, tampoco me gustaba darle mi vida cuando nadie nos veia, pero no era tan malo.

El cerrojo abriéndose me sobresaltó, haciendo que salte de mi lugar. Sin esperar demasiado, aparté las hojas al ver una cabellera negra entrar por la puerta. No podía ver nuestra canción, no todavía.

—Espabila tío, parece que te han dado un susto.—Habló dejando las bolsas sobre la isla de la cocina. La miré sin ser demasiado obvio dándole una sonrisa.

—Has estado a poco de matarme, lindura.—Bromeé, analizándola momentáneamente.—Te has cortado el cabello.

—Larga historia, pero sigue sin convencerme.—Una mueca se posó en sus labios, viendo las tiras de papel sobre el piso.—¿Qué hacías?

—Nada importante.—Rasqué mi ceja, sabía cuándo mentía y ésta era una de esas ocasiones, pudiendo comprobarlo mientras se acercaba a mí.—De verdad Brunella, no estoy mintiendo.

Enarcó su ceja dubitando en mi respuesta y sus pensamientos. Parpadeé automáticamente al ver un rayo de sol haciendo presión directa sobre mi rostro.

—Eso espero, ya hemos hablado de ocultarnos las cosas.

—Lo sé, pero que no es nada.—Respondí, ganándome una mueca de su parte.—Anda, ven aquí que te he extrañado.

—Hace tres días no me ves, no es para tanto.—Sonrió pasando saliva, deslizándose sobre el suelo hasta quedar casi encima mío.—Hola, tontorrón.

Atrayéndola hacia mí con sumo cuidado posando mis manos en su cintura, la besé en modo de saludo entre sonrisas risueñas. El sonido del viento comenzando a crecer nos acompañó, ambos reímos pegando narices.

—Deja de hacer eso.

—¿Por qué?

—Porque un día de estos terminarás provocando un temporal, Ginés.—Levantándose con cuidado de mi regazo tendió su mano para hacer lo mismo conmigo.—Alguien quiere verte, yo que tú me levantaría.

—¿Quién ha venido?

Pellizcando mi mejilla derecha blandió una risita corta antes de abrir la puerta.

—Pues yo, ¿quién más si no? Idiota.

La compacta voz de mi hermana resonó en cada rincón de la habitación. Irradiaba felicidad mezclada con algo de esperanza, era un sentimiento dulcemente increíble.

—¿No vendrás a saludar a tu hermana o qué?—Preguntó rodando sus ojos. No hizo falta demasiado para que sus brazos volvieran a rodearme como hace tiempo.—Te extrañé, ¿sabes?

—Y yo a ti Jimena.—Sonreí mirando a las dos personas que más quería en el mundo.

—¿Pretendes quedarte adentro de un apartamento hasta morirte?—Inquirió, y por su tono de voz entendí que la conversación se tornaba más seria.—No puedes escapar de tu vida así, tienes mucho por vivir.

—Bueno, es complicado. Son muchos factores para visualizar antes de salir de aquí.—Me encogí de hombros.—Donde quedarme, donde estuve, porque no aparecí antes.

—Si sigues tardando más tiempo será peor.—Regañó la rubia.—Yo he metido a Brunella en esta misión de rescate, así que los ayudaré.

La mesa se llenó con los tres en pocos segundos, y sin quererlo, papeles y biógrafos volaron sobre la madera.

—Empezemos por lo básico. Saldrás de aquí e irás al departamento de la tita, lo tienes por pertenencia adjudicado.—Asentí mientras continuaba escuchándola. Los nervios de a poco se apoderaban en mi, tenía mi vida en juego haciendo esto, pero el lazo de una mano contraria con la mía me tranquilizó.—Dirás que has estado perdido por el bosque...

—¿Seis días semanas no es mucho?

—Tengo una idea.—Brunella alzó la voz.—Tengo familia en Alicante, podrías decir que has estado por allí luego de caerte mientras escalabas con Jimena y han tratado de capturarte ciertos cazadores al confundirte con algún animal rabioso. Ellos podrían declarar que te vieron vagando por ahí, que habías perdido tu memoria y no recordabas quién eras y que hacías allí.

—Vale vale a ver...—Moviendo mis manos traté de aclarar mis pensamientos.—Tengo que pasar por alto que mi padre me ha..—Paré de hablar, ella no lo sabía y no merecía llevarse una decepción de su progenitor.—Me ha dejado de buscar. He estado dos días y medio vagando entre los bosques y al tercero llegué con tus primos, me han dado cobijo y cuando me recuperé caminé desde allí hasta aquí.

La muchacha realizó un gesto con sus manos, y retirándose de la mesa fue hacia la cocina mientras de fondo se escuchaba su voz tratando de engatusar a sus familiares.

—¿Qué dirán del cuerpo? Papá tendrá un buen problema.—Jimena suspiró, sacándole la cáscara a una manzana.—Será una buena distracción.

—¿Para qué?

—¿No se supone que en varios días es tu cumpleaños? Estoy casi segura de que quieres pasarlo con ella.—Conectó miradas conmigo, haciéndome sonrojar levemente.—Te ayudaré a darle uno de sus mejores cumpleaños, confía en mí.

leyenda; wallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora