cuarenta

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BRUNELLA

Silencio.

Ninguno se animaba a dar el próximo paso.

La atmósfera parecía haberse congelado. El viento se volvió más seco contra nuestras narices. Era cómo abrir una puerta de fuego, cómo dejar escapar al león de una jaula, cómo el acorde desafinado de una melodía. No era familiar, pero esa atracción se sentía pesada.

Todo o nada.

La garganta se había secado, el aliento se volvió extremadamente débil. Miedo.

—Ves, que te he dicho que necesitaba liarme un cigarro por si pasaba algo así.—Bromeó aligerando el ambiente.—Una mierda el chiste, lo sé, pero bueno.

—Ya, últimamente me lo podría replantear sabes.—Sin mirar demasiado los libros pese a las contradictorias ganas que tenía, los tomé dejándolos arriba de la cama.—Cada nudo siempre tiene su desenvoltura, ésta es la nuestra. Es un tómalo o déjalo.

—Salir corriendo de aquí no parece mala idea eh.—Balbuceó con poco sentido, novió sus manos hasta tronárselas.—Bien, ¿por dónde quieres empezar?

—Vayamos por el linaje griego, algo me dice que es el comienzo.—Propuse, suspirando antes de abrir el tomo.

No. No podía ser real.

—Ey, cielo, ¿qué ocurre?—Teniendo el cerebro trabajando a una velocidad más rápida que la normal, lo único que lograba escuchar con precisión eran los latidos de mi corazón. Trastabillando con las palabras, giré la página del libro haciéndolo quedar frente a él.

—Y-yo conozco a esa mujer...la he visto.—Articulé como pude. La corona de olivo no se iba de mi mente, y su rostro, no reflejaba seguridad.

—Ha sido la esposa de un rey griego hace milenios, debes estar equivocada.—Leyó la descripción sin darle mucho énfasis.

—No, yo sé que la he visto. S-siento su poder cómo si estuviera arrastrándome hacia él. Cómo si algo me estuviera llamando.—Las palpitaciones se tornaron más fuertes que antes, y el sentimiento podría reflejarse como navajazos en las costillas. Me dolía el esternón sin tener ninguna herida.—¡Cambia la puta página! ¡Por favor!—Murmullé con la voz temblorosa, no lograría aguantarlo mucho más.

—Ya está, ¿mejor?—Preguntó arrugando la nariz. Asintiendo frenéticamente traté de convencerme de que todo estaba bien.

Pese a que aceptar y afrontar la realidad nunca fuera mi fuerte, había una mentira que no sería posible de sostener a pesar del esfuerzo que se le pusiera. Había cosas en las que uno nunca ganaba.

—No sé, espero estar haciendo lo correcto leyendo esto. ¿Y si es una trampa, Ginés? ¿Y si alguien más sabe de esto y nos está haciendo querer caer de bruces a sus pies?

—¿Se lo has contado a alguien?—El tono de su voz terminó por cambiar, duda.

—No, pero...

—¿Pero?

—No es normal lo que acabo de sentir viendo ese rostro. No te lo sabría explicar pero es como si me controlara, como si fuera un huésped dentro de mí. Como si todo lo que haga, diga o sienta no fuera propio y fuera de alguien más.

—¿Cómo en Stranger Things?

—Algo así. Pero no, no es lo mismo. Es una fuerza mágica. Es difícil de creer.

—Con todo lo que ha pasado, me abstengo a creer cualquier cosa. Pero ey, que si significa algo lo descubriremos juntos, cómo hemos hecho con todo. ¿Me entiendes?

—Eso espero.—Mi cuerpo cayó contra la almohada, el corazón en la boca como quién dice, tragué las lágrimas para no volver más trágica la situación.

La idea de perderlo una vez más no me gustaba para nada. Y tener presentimientos, en este punto de mi vida, nunca ha sido bueno.

—Sigamos mirando, he encontrado algo interesante que igual es una pista o algo.—Su voz sorprendentemente siempre ha sido una salvación increíble.—Mira, cada rey ha tenido un manto dorado proveniente de un dios del Olimpo. Artemisa, Hermes, Hefesto, Zeus, Hera. Su ascendente, cómo si fuera el zodíaco.

—¿Cuál es la pista ahí?

—Aquí dice: leyenda 27, (lldhayedv).—Deletreó letra por letra abriendo el tomo de nuestra leyenda.—Si lo vemos aquí habla de la pérdida. Así empieza el relato.

La pérdida naufragó por más de un puerto buscando dónde parar, pero al no encontrarlo se hundió dejando un terrorífico caos.—Relaté intentando unir cabos.

—Aquí abajo de este rey que tiene borrado el nombre hay una cita: Marcia Vlochós.

Vlochós es el complejo en dónde han encontrado una ciudad perdida.—Completé su oración, dejando un suspiro a medias.

—Sí, exacto. Y si ves el significado de Marcia es una discípula a Marte, que en la mitología griega es Ares, el dios de la guerra. Luego de que el poblado de murcia se separó, hubo una guerra. Y, esta señorita ha sido ese alguien que no te han nombrado en el almuerzo. La que renunció al trono vamos.

—Pero, ¿cómo pasamos de Grecia a Murcia, en España?—Fruncí el ceño confundida.—La rotación de la civilización.

—Claro, como ahora lo es Estados Unidos, en su momento España era la copa del mundo. Grecia se distribuía sobre la superficie española.—Explicó, miré por la ventana por inercia viendo un reflejo de luz más parecido a una sombra, abrí los ojos y dejé pasar ese recuerdo.

No era el momento todavía.

—Vale entonces, aquí entran nuestros abuelos y toda esa pesca. Y entra la leyenda. La historia de los dos amantes nunca concretada, hijos de reyes.—Levanté el rostro, su mirada verdosa se clavó en la mía como si fuera psicodélica.—Aquí están nuestros padres, y hay hojas en blanco donde iríamos nosotros claro.—Señaló las últimas páginas cargadas con alguna información. Cerró el libro dejando la parte trasera arriba.—Un momento, espera...

Abrió la última hoja una última vez, un papel blanco cayó como una pluma con un mensaje: 50 años más tarde, los salvadores. Volvimos a vernos y ambos teníamos las mejillas sonrojadas de la confusión.

—Unir Murcia, de eso va lo de salvadores. Jolín, que trabajo pesado.—Replicó sin quitar mi mirada de la de él. La estábamos fundiendo el uno en el otro, un imán no permitía tener otro eje central.

—Pero, ¿por qué ser los salvadores?

—Para romper la profecía, ¿quizá?

—Ya claro, pero debe haber algún significado más.

—A ver, creo que tengo algo. Dime los discípulos de nuestros abuelos.

—Tu abuela: Atenea. Mi abuelo: Apolo.—Respondió, de reojo vi un escalofrío recorrerle la piel.—Son los dioses adorados en el partenón de aquí. Quizá porque nuestros discípulos puedan ser ellos.

—Tenemos que ser los héroes adorados de la década multiplicada por cinco. Cada cincuenta años hay un suceso. Murcia se disuelve hace cincuenta años exactos, se une cincuenta años más tarde.

—Somos los únicos capaces de parar la catástrofe.

—¿Qué catástrofe?

Posó su dedo en un fragmento pequeño sobre la hoja de nuestros padres.

—La destrucción total.

leyenda; wallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora