ventiocho

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BRUNELLA.

Exasperé un grito, creí haber despertado de la pesadilla que se apropió de mis sentidos indefensos por pocos minutos que parecieron eternos. Creí haber vuelto a mi realidad cuando las sábanas blancas volvieron a envolverme, pasando mis manos sobre su sedosa tela. Sin más, mis pómulos se entumecieron, mi tabique nasal comenzó a taparse, y los recuerdos ficticios de una pesadilla con los reales, volvieron a mezclarse

—Niña, ¿qué ha pasa'o?—Esa voz me devolvió a mi realidad de una vez por todas. Su voz ronca se mezclaba con un tono de preocupación, y espabilándose con rapidez se acomodó mejor sobre el colchón.—¿Mala racha de sueños?


—Algo así.—Limitándome a responder, limpié con el puño de mi abrigo las gotas saladas de mis portales oculares, recosté mi cabeza sobre su pecho.

A fin de cuentas, seguía siendo mi brújula en éste lío. Mi cable a tierra.

—¿Quieres contarme? Te escucho, mi cielo.—Sus manos se movieron sobre mi cabellera con suma delicadeza, no había maldad en sus movimientos.

—No lo sé, sigo soñando con eso, pero tampoco puedo soltarlo.—Suspiré frustrada, sentía un dolor en el pecho; quizá una mezcla de remordimiento entre recuerdos borrosos de un pasado fugaz.

—Te seguirás envenenando si lo retienes mucho más dentro de ti.—Se acomodó de modo en el que ambos quedamos sentados, acarició mi espalda entre medio de mis sollozos. Llevando sus dedos a mi mentón, lo giró unos centímetros hasta quedar frente a frente.

—Mírame, enséñame tus demonios. Si no puedes sanar sola, sanaremos los dos.—Entrelazó nuestras manos, volvió a mirarme, pero no era una mirada pesada, era una de compañerismo.

—Quiero protegerte de la verdadera historia, no quiero esconderte las cosas pero adentro está oscuro.

—¿A qué le tienes miedo, amor?

—A qué te decepcione saber la verdad, a qué te vayas.

—Caminamos sobre el fuego, ¿recuerdas?—Besó mi frente, jugando con el puente de mi nariz. Cerré los ojos aspirando su colonia, se sentía cómo en casa.—No puede ser tan malo, no lo será. ¿Confías en mí?

—Eso creo.—Viéndolo de costado, se dirigió a la puerta de su armario quitando un abrigo de la percha, sonrió hacia mí para aclamar su garganta.

—Ponte alguna sudadera, hará frío a dónde vamos. No preguntes dónde, vas a agradecerlo después.

—Vale...pero no confío en que me lleves vaya a saber alguien dónde en medio de la noche.

—Te llevaré a tu renacer.—Tomándome en brazos para levantarte del colchón, peinó los mechones rebeldes de cabello. Abrazándome a sus costillas tomé una bocanada de aire, me hacia una idea del lugar al que iríamos.

Una vez que mis pies tocaron el suelo, terminé de ponerme la sudadera y metiendo mis manos dentro de los bolsillos de mi pantalón, caminamos en silencio sepulcral hacia la entrada de su casa. Fruncí el ceño al ver una motocicleta en la entrada, quizá en la adrenalina de llegar a casa después de la movediza aventura de antes no había llegado a observarla.

—¿Te da miedo ir en una motocicleta?—Preguntó, entregándome uno de los cascos. Ladeé la cabeza sin demasiadas ganas de ejercer movimientos.—Vale cielo, arriba.

Mis piernas se movieron por inercia, y de un momento al otro ya había subido al vehiculo. Afianzando mis nudillos sobre su espalda una vez que éste subió, comenzamos el trayecto con la oscuridad como una fiel compañera. No había muchas estrellas en el cielo, más bien, estaba nublado.

leyenda; wallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora