ocho

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BRUNELLA

De los cuatro presentes, sabía que era la que mejor estaba mentalmente, ya que era la que menos alcohol había ingerido, posiblemente.

Y no, no habíamos salido a ninguna fiesta, pero estábamos tomando alguna que otra lata de cerveza en el descampado pasto del patio de Astrid, posiblemente desde unas horas

—Me siento demasiado mal, se me va a explotar la cabeza en cualquier momento, jo.—Escuchaba como la inigualable voz de Ginés entró por mis oídos y se había estancado allí, aunque no fue unos minutos más tarde, que me giré apenas a mirarlo directamente a los ojos.

—Ve a la cama o algo Ginés, no te quedes aquí, ingiriendo más alcohol.—Recomendé, y escuché el bufido por parte de el recién nombrado.

—Llévame tu, o acompáñame.—A su manera, se levantó del asiento natural en él que estábamos y me extendió la mano.—Imagínate si me pasa algo y me muero en el trayecto.

—Cállate la boca, y empieza a caminar a la habitación.—Tomándolo de su mano, la cuál estaba más fría de lo normal, ambos nos paramos.

—Entonces, ¿te quedarás conmigo?.—Preguntó, elevando una ceja con la poca luz de la luna que había en la penumbra, mientras que tomó la iniciativa de pasar sus dedos por encima de los míos, juntando mejor nuestras manos.

Con una simple seña elevando mis hombros para responderle, llegamos a la habitación, donde, gracias a la luz artificial colgada en el techo, logré ver la validez de lo que dijo, realmente estaba en lo cierto, estaba demasiado pálido para ser algo normal, y tenía las facciones de la cara bastante caídas.

—Estás temblando, siéntate ahí y no te muevas, iré a buscar algún analgésico.—Señalé el colchón, que era lo más reluciente en el ambiente.

Siguió el pedido a regañadientes, y se sentó mirando el reloj que estaba colgado en la pared.

—Mierda Astrid, ¿donde tienes los analgésicos?.—Pregunté, tomándome el trabajo de abrir la puerta sin permiso de la habitación de ésta.

—En el cajón del mueble marrón, Brunella.—Respondió, y con un leve carraspeo en mi garganta, asentí a esto.—¿Por qué?

—Ginés se ha pillado una fiebre de la ostia, pero como habéis venido aquí a cotillear no os habéis enterado de nada.—Recibiendo ésta respuesta, vi como Javier intentaba levantarse de la cama.—Quédense tranquilos que ahora deberé cuidarlo, jo.

Terminando de decir esto, fui hasta donde Astrid me había indicado, buscando un par de aspirinas, por las dudas.

—Me duele la cabeza.—Dijo,  tocándose la frente como si eso serviria de algo apenas entré.

—Ya lo sé.—Sonreí con algo de pena.— Venga, recuéstate así te despejas un poco, macho.—Temiendo por la reacción de él, toqué con suavidad su frente, dándome cuenta de lo anormal de su temperatura.

Limitándose a suspirar, se desplomó en la cama sin esperar ningún segundo, sin embargo no se había sacado su calzado, por lo qué tuve que desatarle los cordones de sus zapatillas, para revolearlas en algún lugar de la habitación.

—Te haces rogar como nadie, eh.—Extendí la frazada de color celeste sobre su anatomía, viendo como empezaba a cerrar con tranquilidad sus ojos color esmeralda.

Era demasiado irreal la paz que me generaba, aunque nunca fuese a admitirlo.

Habiendo terminado los cuidados primerizos, volví a mirarlo, asumiendo que se encontraba mejor, por lo que, resignándome un poco, me encaminé para salir de la habitación.

—¿Puedes quedarte aquí? Por favor.—Inquirió sin realizar movimiento alguno, pero en cierta medida, erizándome la piel.

—Vale, pero te duermes o vuelvo a irme.—Dicho esto, caminé hasta el otro lado de la cama, sentándome en ésta.

Tomando con cuidado el control de la televisión con la mano derecha, inconscientemente mi otra mano se dirigió a la cabellera clara de Ginés, quién parecía un poco más calmado.

—Mmmh.—Intentó decir algo más, pero pensando en que lo molestaba saqué mi mano rápidamente de su cabellera.—No dejes de hacerlo tía, es tranquilizador.

Había puesto alguna película para que el ambiente no parezca tan anti sonoro, pero ni siquiera le prestaba atención, cada varios minutos miraba al rubio con preocupación, hasta asegurarme de que estaba bien. Me había aburrido de la película, porque el cliché no era lo mío, y para su suerte terminó dando comienzo a "me before you", que a pesar del cliché de ésta en si misma, tenía una fascinación por el libro.

Al cabo de una hora y algo, la película había terminado y me regañé mentalmente por no haber prestado la atención necesaria a mi "amigo" y por terminar llorando. Pausé la película y me sonrojé un poco, momentáneamente, al ver a Ginés mirándome mientras sonreía abiertamente.

—¿Por qué no me dijiste que te habías despertado?—Pregunté con algo de enojo, aunque en el fondo agradecía que estaba bien.

—No lo necesitaba, pero es lindo verte maldiciendo por el final, aunque no lo entendí.—Respondió, regalándole una dormida bastante falsa me acomodé mejor en la cama, para mirarlo sin dejar que se formara una grata sonrisa en mi rostro.

—¿Sabes algo?.—Preguntó, acercando un poco más su cabeza hacia donde estaba yo, acortando de a poco la distancia.—Si fuese por mi, ya te hubiese besado hasta dejarte sin aire.

—Que sutil.—Bromeé irónicamente, aunque moví unos centímetros mi cabeza, compartiendo lo que había dicho.

—Por otro lado, he descubierto algo que me ha estado perturbando y creo que debes saberlo.

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