treinta y dos

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BRUNELLA

5 días después, todo parecía una realidad alterna. Sin poder salir, sin poder hablarle o usar el teléfono, sin poder replicar o retrucar ninguna represalia sobreexpuesta por mi madre. Irónico era el tener diecinueve años y seguir cumpliendo normas como si tuviera catorce años en la bolsa cuando podría estar viendo la televisión sentada en el sofá de mi departamento.

Realmente, necesitaba un milagro a éstas alturas del partido. Una bomba de tiempo, en eso se había convertido mi último año, cada minuto que pasaba se plegaba de incertidumbre y de un momento al otro todo podía venirse abajo y los únicos afectados éramos nosotros. El tiempo nunca fue nuestro amigo, siempre se lo vio contra nuestra voluntad.

Favorablemente, el milagro tocaba la puerta en el peor momento, una fiesta de disfraces que prometía ser todo lo contrario. El disfraz no era más que capas y capas de seda en un vestido casi pintoresco de princesas y un antifaz mucho más que tonto. Un baile en un extenso salón casi de ensueños, bajo luces de candelabros y vistas a la luz de la luna, muchedumbre adinerada saliendo de las retinas y algún que otro colado por allí, nada que me interesara realmente. 

El vestido color celeste se acoplaba sobre mi figura, se pegaba sobre mis cinturas y apretaba la misma zona pero los leves volados debajo del tul pastel tapaban a lo ancho y a lo largo mis piernas. El lazo de la unión entre las dos partes se asemejaba más a un cinto que a otra cosa, la parte de arriba se diferenciaba en la capa superior bordada con encajes pero la misma tela del vestido se interponía debajo. La transparencia deja ver casi todo mi cuello y parte de mis brazos, la espalda es abierta pero curvilínea. La diadema plateada caía en mi cuello, pesaba bastante y resultaba algo incómoda, los pendientes colgaban en mis orejas y se lucían a medias. 

Mi cabello estaba recogido sobre mi cabeza, dos trenzas cocidas a cada lado de las orejas. La unión de estas se terminaba en un mechón de pelo sosteniendo las cuatro puntas, los bucles debajo de esta unión terminaron quedando en el camino del peinado, pero no le restaban puntos.

Los zapatos contenían el mismo color que el vestido, la plataforma era de un grosor no muy alto pero algo de elevación contenían. Cuatro tiras cruzaban sobre mis dedos, mientras que en la parte de arriba una tira con una hebilla dorada fruncía el agarre para sostenerlo. 

No me sentía como una princesa en lo más mínimo y todo el asunto del baile se me hacia un agobio increíble, más sabiendo que solamente era una previa de la fiesta de la creación de ambos municipios en 10 días aproximadamente, muchísima más gente de lo que ambos salones tendrían para ocupar, videos y videos de fotos y momentos, gente hablando a más no poder como si el tiempo se fuera a acabar y posiblemente, alguna polémica de la que se hablaría más de una semana. Cosas a las que uno terminaba acostumbrándose. 

Mamá todavía no me ha dirigido la palabra y Joan se ha ido a casa de sus amigos horas antes, por lo que la casa era literalmente nublada. Ni el sonido de la radio o del viento se oían. Solo se comenzó a efectuar el sonido antes de irnos, con mamá corriendo por todos los espacios de su habitación en busca de sus labiales.

—¿Vas a ignorarme mucho más o alguna vez te darás el tupé de dirigirme la palabra? Digo, igual podría decirte donde está tu labial o dártelo ya que lo has dejado en el baño de mi habitación.—Puntualicé, moviendo el tan aclamado objeto en mis dedos con un deje de obviedad.

—Has roto las reglas, te he dicho puntualmente que no estés con gente de la otra ciudad...—Sus palabras se llenaron de desdén, con pizca de no querer verlos ni de reojo.—Has provocado una inundación, lo mínimo que puedo hacerte es esto, tienes que tener limites también.

Repitiendo las palabras con frescura en mi mente, había algo que no terminaba de cerrar.

—Espera, ¿cómo sugieres que yo he creado una inundación? Yo nunca he dicho nada de ser la culpable o de estar involucrada.—Pregunté, frunciendo el ceño al notar la incomodidad del ambiente una vez más. Sabía más de lo que contaba.

—Primero, no sé que insinúas sobre mí, pero estás errada. Segundo, las cámaras del parque te dejan ver a ti con claridad y el informe se detecta en exactitud en el mismo lugar y horario como foco de provocación antes de que comenzara la lluvia intensa.—Respondió, caminando hacia mi y tomando el labial para volver al espejo del pasillo.—Ya te he dicho lo que sé, me da igual que no me creas.

Ninguna dijo nada más, estábamos demasiado absorbidas en nuestros pensamientos propios, yo daba vueltas con toda la información que tenía y las profecías que seguían girando en mi cabeza. Había piezas fundamentales que desmantelar todavía, había cabos fáciles para conectar pero no teníamos el punto del medio.

Demasiado estrés para una chavala que acababa de cumplir los diecinueve.

Llegando al salón predestinado de brazos cruzados después de bajarme del auto y pasando por todo el camino de cemento entre piedras y luces bajo la luna brillando con una intensidad tranquila, pero magnifica a la vez.

Me sentía sola a pesar de estar rodeada de gente, toda gente de la edad de mi madre y gente de mi edad bailando entre sí pero nadie a mi alrededor. Copas de licor y vino pasaban en bandejas de plata y se deshacían en segundos, mi copa todavía estaba llena de vino blanco, no tenía ganas de consumir nada. Sentada en la esquina de la escalera, todo parecía irreal, debería estar ahí, bailando con algún chaval de los presentes, tomando la cantidad de alcohol que quisiera, pero sin embargo no se sentía bien tratar de evadir la realidad, no serviría de nada y solo nos iba a terminar sacando más tiempo del que no teníamos.

En un momento, alguien me levantó del asiento por detrás de los hombros y gracias al antifaz de sus ojos no logré ver más que sus luceros color avellana con fulgor radiante, llevándome entre la gente como si fuéramos padre e hija en algún cumpleaños en la llegada de la cumpleañera. Esa era la clave, todo era una semejanza, absolutamente todo era un espejo de lo que pasó y se volvía a repetir, de lo que pasaba y volvería a pasar pero en otra persona, otro escenario y otro lugar. Y lo que nadie pensaba que pasaría.

Pero dejó de importar cuando la figura robusta que me transportaba paró en seco en el parque del lugar, donde la luna y las luces brillaban mucho más fuerte que en toda la fiesta. El beso y el melifluo susurro de esta persona me hizo comprender quién era, y en una risa opaca se volvió a ir no sin antes dejar una tarjeta blanca con un horario y una dirección.

Como si fuese una secuencia gemela, mi antifaz junto con el antifaz contrario cayeron, y ambos carraspeos se hicieron más sonoros. 

Habíamos vuelto sin forzar las cosas, todavía el juego no estaba terminado. No mientras el destino no desfalleciera de nuestros servicios.

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