ventinueve

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BRUNELLA.

Dejé caer mi cabello fuera del casco, una vez que me quité éste, ajusté mi vista con cuidado de no olvidar registrar ninguna imagen visual del castillo frente a nuestros ojos. Si era verdad que la última vez que tratamos de ir a un castillo hubo una muerte prematura, pero esta vez era distinto. Estábamos invitados a una  charla con la Asamblea Regional a orillas de Cabeza de Torres y Monteagudo, aunque este último no tan cerca, para ser subestimados en las típicas pruebas antes de ascender al trono, independientemente de si quisiéramos o no. De todos modos, la capital murciana, nuestro hogar, quedaba a un kilómetro de distancia, por lo que teníamos vía libre para explorar los castillos de la región, aunque verdaderamente teníamos qué llegar a la reunión.

La fortaleza se situaba sobre un pequeño cerro, de unos 100m de diámetro para ser aproximados, dándole una posición elevada sobre un territorio casi totalmente llano, por lo que ejercía un dominio visual en una gran extensión de campos usados, en su momento, para la explotación agrícola. El castillo de Larache era conocido por la supuesta conexión que existía entre esta fortaleza y el castillo de Monteagudo, un pasadizo secreto entre  las dos construcciones, un sendero, una puerta, no se sabía con exactitud. 

Entonces, llegó el momento que menos quería pasar, separarnos.

No podíamos entrar juntos, por múltiples razones: 

No podían vernos juntos, seguíamos bajo un regimen. 

Si se daba algún contacto físico, probablemente terminaríamos derrumbando el castillo, y hasta incluso con nosotros dentro.

Además, las pronosticaciones del libro se ampliaban a diario. Hablaba de un secreto entre las cuatro paredes de piedra bajo una muralla. Hablaba de encontrar un algo que se complementara, que tuviese una conexión a primera vista, que encajase sin tener la necesidad de probar eso. No especificaba para qué, pero decía que era importante. 

Y teníamos que vencer nuestros miedos para llegar a él, pero valiéndonos con independencia del otro.

—Estaremos bien, todo saldrá de puta madre.—Besó mi cabeza, acarició mi cabello con cuidado y deshizo el agarre de nuestros meñiques. El miedo a perderlo empezó a aparecer otra vez. Ladeando la cabeza, me convencí de que no había nada que temer.—Nos vemos en la sala del consejo, Brunella Altamirano.

—El último que llegue le debe veinte pavos al otro.—Reté, rió aceptando la apuesta.

—Cincuenta.

—Perderás. 

—Cómeme los huevos, cabrón.—Reímos, deposité un beso en su mejilla y giré sobre mis vans abriendo el portón, levantando algo de polvo.

Me introduje dentro del sendero completamente de tierra, afiancé los pasos sobre el recorrido. Nada iba a salir mal.  No había probabilidades.

Pasé el primer tramo sin dificultad. Ante mi, se levantaba la entrada diseñada con una estructura griega y bastante desgastada. Había pasado mucho tiempo desde que alguien habitó aquí, pero seguía siendo un patrimonio histórico. 

Ejercí presión contra la madera de algarrobo, las dos grandes puertas se abrieron rechinando y una ola del olor a encierro se destapó frente a mis fosas nasales. El piso parecía una nebulosa, totalmente hecho de polvo, no se sentía bien. La puerta se trabó sobre si una vez que di los primeros pasos dentro del hogar de difuntos reyes. 

Hice un mojón con los labios, sabía que algo estaba mal. No tenía idea alguna del qué, pero no se sentía familiar.

Antiguo, ambiguo, amargo, opaco, oscuro, descuidado.

Abismo.

Miles y miles de pensamientos entraron en mi cabeza cómo una punta de plata infectando a algún animal salvaje, todo daba vueltas y la poca ventilación del escenario no era ameno a esto, lo multiplicaba. Movía mis piernas con prisa, llegué a una cómoda blanca con ciertos objetos sobre esta, mi cuerpo empezaría a deja de trabajar con precisión si no desbloqueaba algún conducto de ventilación rápidamente.

Los objetos no eran mucho más que una estatuilla de porcelana de una pequeña bailarina, un caballo de madera tallado a mano y una caja musical con una pareja en su interior bailando una pieza melódica, pero no había alguna joya dentro de esta.

Una alarma sonó, parecía estar más cerca de lo que yo creía. 

Una puerta se abrió, los vellos de la piel se erizaron al tener un impacto contra el frío del exterior, pero pese a estar abierto seguía sintiéndose como un encierro.  

Frenéticamente, me desplacé hacia ella sin pensar en nada. Algo me decía que no podía voltear, pero algo dentro de mi también quería hacerlo. Miré hacia arriba, parecía seguir en el extremo por el que había entrado, sin embargo, la dirección del viento era del otro punto cardinal, por lo que había cambiado la posición. 

El castillo de Monteagudo, reflejo de hielo. Un palacio. 

No, no podía haberme movido estando menos de cinco minutos dentro de tal espacio a un castillo completamente diferente. Entonces, lo entendí. 

Cada leyenda tiene su parte real. 

Nosotros teníamos nuestra parte real a pesar de ser una leyenda prevista, o al menos así lo habíamos declarado.

Entonces, el pasadizo era verdadero. Se activaba bajo presión, pero nunca hubo forma de comprobarlo. 

Era real a vista de uno mismo, no en el montón. 

—No es real. No es real, nada de esto lo es.—Dije en un intento de apaciguar una llama interna, y de no desesperarme al ver las piedras comenzando a rodar, mientras un temblor se sentía detrás. 

Los recuerdos volvieron a mi cabeza, todas las veces que no pude decirle todo lo que pasaba por mi cabeza, cuando no pude protegerlo y lo dejé en una muerte sobre bloques de hielo, cuando me perdía en la muchedumbre y no lo veía, cuando no podía protegerlo. Un flash pasó más rápido que los demás, una premonición, estaba sentado en su colchón con el pecho hundido, seguía estando encerrado en si mismo aunque tuviera todo abierto. 

Miedo a perder a quien más quería, a quién más me quiso alguna vez.

Ginés Paredes.

El curso del viento volvió a su normalidad, abrí los ojos con dificultad sorprendiéndome de verme caída contra una pared de cemento, me levanté débilmente sin entender demasiado. El hielo desapareció, no se veía ningún cristal tras los vidrios. La cómoda blanca quedaba a menos metros míos que antes, pero la estatuilla de la bailarina se había caído al suelo sobre el caballo, y mágicamente no se había roto. Descendí hasta quedar frente a ellas,  volvieron a su posición inicial luego de dejarlas allí, pero antes de girarme un colgante de una luna llamó mi atención. No estaba antes allí.

Lo guardé dentro de mis manos, encaminándome hacia la próxima puerta la empujé con miedo a lo que pasaría...

Pero nada pasó.

Simplemente la sala del consejo se cernía ante mi, y todo parecía normal. Él estaba esperándome ahí, sentado con una expresión de súplica, lo abrumaba tener el mismo reinado que su antecesor, algo le brillaba en las manos. 

Entendió mi acción y elevó algo de plata en el aire, pero la sensación era distinta. No había tenido que atravesar nada, simplemente se lo encontró y ya. Era algo más pasable, no daba miedo.

Siendo así, que una única idea voló hacia mi cabeza.

Espejismo.

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