dieciocho

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BRUNELLA

—¡Ginés, tío! ¡Bájame al suelo!

Efectivamente, una de las cosas que más odiaba era que me levantaran de forma desprevenida del suelo para girarme en el aire cómo si fuese una niña pequeña, pero si había algo que odiaba mucho más eran las cosquillas.

Y él lo sabía bien.

—Dame un beso y pararé.

Mirándolo de reojo por unos segundos cambié mi cara de total diversión a una más seria, ninguno de los dos se había atrevido a hablar de el beso, claro está que el estar pendientes de la argentina nos había sacado bastante tiempo, y estaba bastante contenta con ello a fin de cuentas ya que no quería pensar en todo lo que había estado pasando.

Hablando de eso, decidimos postergar el quedarnos una semana más en la cabaña de los Paredes una vez que nuestros padres nos avisaron que había atrasos con las líneas del aeropuerto, y habían surgido varias cuestiones que debían ser resueltas en esos días. Lo qué, al menos a mi, me alegró bastante.

Porque disfrutaba de su compañía.

Nuestros últimos dos días nos habían encontrado situados en el hospital junto con el rapado argentino cuidando a la muchacha que todavía estaba en el centro médico, y ayer nos despedimos completamente una vez que le dieron el alta. Volverían a Argentina con la promesa de volvernos a visitar.

Aunque, no negaría que algún que otro roce entre boca y boca no se nos había escapado a escondidas de los otros dos cuando el rapero argentino entraba a la habitación a ver a su pareja, o entrelazar nuestras manos para dormir.

Ése fue mi primer error para no poder soportar lo que se nos avecinaba a la vuelta de la esquina.

Acostumbrarme a su compañía y a creer que siempre iba a tenerlo a mi lado.

Volviendo a la realidad actual, todavía seguía teniendo la insistente mirada del murciano sobre mí, expectante a que le dé una respuesta o de lo contrario seguiría con las cosquillas.

—Quítate de encima y puede que sí.

Sonriendo por inercia al ver como se levantaba de arriba de mi estómago, me levanté rápidamente del sillón en el que ambos estábamos sentados desde un tiempo atrás.

—Hay que bañar a Venecia, me lo has prometido.

Cómo si nuestros hermanos fuesen nuestra salvación a todos los problemas, llegaron después que nosotros, casi cuando estaban dándole el alta a Valentina, y habían conseguido traer a Venecia, la mascota de Joan y mía, a la casa en dónde estábamos.

Suspirando audiblemente en una mueca formando un puchero, se dirigió al cuarto de baño a buscar el jabón blanco para darle un baño al can, además de alguna toalla para poderlo sacar después.

Una vez que logré tomar a Venecia entre mis brazos, después de que casi hubiésemos chocado contra alguno de los muebles, tanto Ginés como yo nos dirigimos hacia la parte trasera de la casa, exactamente dónde estaba la pileta.

—Ayer  me has dicho que habías hablado con Manuel sobre todo ésto.—Abriendo el grifo, tomó el jabón para comenzar a pasárselo una vez que el animal quedó dentro de la estructura de la pileta.—Y también, has dicho que te dio algunas recomendaciones, pero no me has dicho qué.

leyenda; wallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora