diecisiete

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BRUNELLA:

El constante ruido de las agujas del reloj mal acomodado en la pared de color celeste, nos estaba molestando a molestar, mientras que nos encontrábamos desplomados sobre los asientos oscuros del pasillo de la clínica. Nadie hablaba ni se movía hasta que algún profesional nos pudiera decir el estado de la de hebras cobrizas.

El médico de cabecera salió de la respectiva habitación unos minutos más tarde, que parecieron una eternidad, y colocando su libreta debajo de su axila se nos acercó blandiendo una sonrisa confusa.

—Si gustan, pueden ingresar,está despierta pero les recomiendo cautela y paciencia...éste es el estado post-trauma.

¿Tenía ganas de entrar? Tal vez, pero sabía que no era la que necesitaba entrar primero, mi visita podría esperar, y sería lo mismo que pasara o que no.

Al ver como ninguno de los tres ejercía movimientos, el de orbes esmeraldas—porque así lo dejaban ver sus lentillas.—se levantó de su asiento, alejado de Manuel y de mí.

Sabía, sin necesidad de tener que preguntarlo o mirarlo demasiado, que estaba exhorto en sus pensamientos, y que probablemente iba a echarse la culpa al hombro del secuestro, pero eso lógicamente pasaría, y lo entendía. Lo que me daba miedo era ver el avance de sus ataques de pánico y no saber ayudarlo.

—Bien, si nadie entrará, lo haré yo.

Mirándolo de costado, moví mi cabeza en señal de respuesta y una vez que abrió la puerta blanca para entrar, llevé mi mirada al otro varón de la habitación.

No habíamos tenido la posibilidad de conocernos bien, ya que lo poco que habíamos hablado fue entre palabras rápidas y sin mucha consistencia, porque todas habían caído en la misma situación: la búsqueda y el secuestro.

Pero, de todas formas podía decir que transmitía algo de confianza en mí.

—Manuel, espabila y tranquilízate.

—No puedo, la puta espera me tiene intranquilo.—Moviendo sus manos se las llevó a su corto cabello.

—Sabes, me inclino a qué eso no es lo único que te está molestando.—Comenté, mientras cambiaba los anillos de lugar en mis dedos.

Mirándome con algo de duda para contestar, o tal vez de sorpresa, no lo sabía, simplemente se encogió de hombros sin decir demasiado.

—¿A qué vino eso Brunella? 

Doblando mi pulgar hacia atrás, me di cuenta que no tenía idea de cómo había llegado a eso, simplemente lo veía en sus ojos, supongo que las clases de psicología podrían estar empezando a hacer efecto.

—No lo sé, lo veo en tus ojos.

—¿¡Qué va a ser Brunella!?—Espetó con fuerza, golpeando sus nudillos contra su pantalón.—Maté a una persona con un palo lleno de clavos, ¿de verdad parezco tener otro problema abarcando mi mente?

Dejé de mirar a la puerta esperando algo, para acomodarme mejor en el asiento viéndolo de reojo, y tomándome el atrevimiento, llevé una de mis manos por detrás de su cuello con el afán de abrazarlo.

—Fue en defensa propia, Manuel.—Lo tomé del mentón con cuidado, intentando asegurar mis palabras.—Cuéntame, tienes más vestigios en tu corazón.

Me abrazó con timidez al haberse dado cuenta de mi acto, y apoyando su mentón se dedicó a limpiar su alma de camino al purgatorio.

—Yo lo daría absolutamente todo por ella, pongo las manos en el fuego de ser necesario, pero esto me acaba de superar.

leyenda; wallsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora