43》Sobre Andrea Hunt.

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Andrea Hunt

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Andrea Hunt.

06 de abril del 2016

¿De dónde salió?

¿Por qué nadie se había preguntado de su existencia?

Detente un segundo y piénsalo un poco.

Los cuatro Hunt, Louis, Deborah, Rita y Aquiles.

Cada uno con sus descendientes, quizás resulta un poco confuso, pero aquí estoy yo para recordártelo, yo, quien esta tan al pendiente de la vida de los Hunt, quien desarrolló una enfermiza obsesión por la familia en la que no tuvo lugar.

Hola, me llamo Andrea Hunt.

Muchos podrán sacar sus conclusiones, muchos podrán especular respecto a mí, hablar y decir que soy una maldita, pero poco entenderán lo que es crecer en el olvido, pocos entenderán lo que es ser olvidado, es un sentimiento similar al de morir en vida, pero con un cierto grado de satisfacción locamente retorcido porque no hay a quien decepcionar, no hay quien te reproche y tampoco hay alguien ante el cual debamos ser una perfección.

Es un sentimiento de paz, una paz que irónicamente es inquietante.

Antes de saber la verdad, antes de saber sobre mi descendencia, no había más que simple curiosidad, simple e inocente, pero claro, todo cambia...

—Andrea —me llamó la enfermera a mis espaldas.

Elevé la mirada a mi compañero frente a mí, poco después de que lo mirara de la manera más pesada que me es posible, era claro que está partida de póker la había ganado yo. Con desdén, me giré medio cuerpo en dirección a la enfermera y la observé fijamente a los ojos, un color Hazel, inocentes e ingenuos, carentes de maldad y audacia.

—Sígueme —ordenó demandante y yo enarqué una ceja en su dirección—, tengo una noticia que darte.

Eso me hizo sonreír en grande, no por tener una ligera esperanza de que me dejaran salir, eso es lo más poco probable, los hospitales psiquiátricos son una total mierda. Con la ironía en una sonrisa, me puse de pie y la seguí hasta las oficinas donde estaba mi psicólogo.

Me recargué unos segundos contra el umbral y tomé una bocanada de aire mientras la enfermera me dejaba a solas con él, los ojos grisáceos del psicólogo Aries Vance cayeron en mí, un psicólogo atractivo, joven, fornido, de cabello color rubio cenizo, una ligera barba bien cuidada. Era profesional de eso no había dudas, hacía un buen trabajo conmigo, y lo reconozco, pero que sea bueno en su profesión no significa que no sea débil al placer carnal.

Cayó en los encantos de una adolescente de diecisiete años.

—Hola, Dea —me saludó con una ligera sonrisa tirando de sus comisuras.

Sonreí de costado y cerré la puerta a mis espaldas, a pasos seguros, pero lentos, me acerqué a la silla frente a su escritorio y tomé asiento, subí mis pies al escritorio y lo observé inclinarse sobre sus antebrazos.

ASTARTEA. [1]✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora