Capítulo 2

1.3K 79 40
                                    

II

Miré de un lado a otro, el salón del trono lleno de rostros que nunca antes había visto.  Lo único que me hacía sentir en casa era el blasón del  león, pero que esta vez era acompañado por el del ciervo y Desembarco del Rey no era la Roca.  Esa mañana la septa Brona había entrado ataviada con una charola de la plata llena de frutos secos y una jarra con zumo de naranjas a la habitación que me habían designado en el castillo. Si bien ya había despertado, no tenía ganas de levantarme aun cuando el día estaba soleado y las campanas del septon no dejasen de tocar.  Había intentado concentrarme en asuntos menos importantes, pero el matrimonio de mi prima con el rey volvía a ocupar la mayor parte de mis pensamientos.  Nunca había asistido a una boda, menos una en la cual coronarían como reina a mi prima y aunque hubiese estado feliz por Cersei, había algo en la boca de mi estómago que no me dejaba tranquila.

La septa Brona, lejos de ser una mujer encantadora, me ayudó a ponerme el vestido. Mi madre, Lady Dorna Swyft, no había podido acudir a la boda porque estaba a punto de dar a luz, pero había instruido bien a Brona para que luciese digna de la Casa Lannister. No sé por qué se esmeraban tanto en mí si era tan detestada como Tyrion, y estoy segura que nadie iba  a lograr reconocerme puesto que lo único que me asemejaba a mis hermanos era el color de uno de mis ojos.  Cuando al fin estuve lista, luego de que Brona se encargase de trenzarme el cabello y peinarme como si llevase un plato con frutas sobre la cabeza, dejé los aposentos que me habían destinado cuando mi familia y yo llegamos a la capital.  Nunca había visto una ciudad tan grande como Desembarco del Rey, pero tampoco me gustaba. No llevaba un par de semanas en aquel lugar e incluso soñaba con volver a la Roca, a jugar a las escondidas y tumbarme en la playa por horas. Pero no.  Ahora Desembarco del Rey sería mi ciudad, me gustase o no.

Había avanzado por los pasillos y las escaleras, a veces deteniéndome a mirar lo que no había admirado la mañana anterior, y muchas veces solo para retrasarme.  Los sirvientes deambulaban de un lado a otro cargando bandejas de platas similares a la que  Brona había traído esa mañana, aunque no se detuvieron a saludarme. Todos parecían estar ocupados con los preparativos de la boda, que por cierto le había costado varias coronas a mi querido tío, pero que por supuesto dichosamente iba a pagar.  Los últimos invitados ya habían llegado y nunca había visto tantos blasones juntos, salvo por la mañana cuando recorría los jardines junto a mi querida prima y mirábamos como la ciudad nos daba la bienvenida.  Nunca había visto a Cersei tan feliz, pero siempre sentía un escalofrío que me recorría la espalda, tal vez por todo lo que había sucedido en esta ciudad. Incluso ya en la noche, cuando me encontraba metida en mi cama, imaginaba que los fantasmas que merodeaban por el castillo vendrían por mí, aunque esa era solo una fantasía que desde pequeña había tenido.

La guerra había terminado y la boda real sería la guinda del pastel. Todos estaban felices... o al menos eso creía, tan ilusamente. Nos habíamos resguardado en la Roca por demasiado tiempo y volver al mundo real al menos me alegraba, pero no podía evitar sentirme un poco triste por lo que había sucedido.  Nunca había cruzado palabras con el príncipe Dragón, ni siquiera lo había visto, pero sabía lo que comentaban todas de él, incluso de boca de mi prima. Pensé que el rey aceptaría la oferta de mi tío, al acceder en llevar a cabo la unión entre Rhaegar y Cersei, pero fue como si le hubiesen escupido en la cara.  Nunca había visto a mi tío tan decepcionado como durante aquel tiempo, aunque esa miraba sombría siempre le había acompañado a todos lados.  La muerte del rey me tomó por sorpresa... aunque creo haber sido la única ilusa en todo el reino que pensase que todo terminaría en paz. El rumor de que mi primo Jaime lo hubiese asesinado fue aún peor....

Seguimos por el pasillo hasta que nos encontramos con mi padre, Ser Kevan Lannister, quien fue el único en no obviar mi existencia.  Alegre me tomó por la cintura y me elevó por los aires, o al menos lo que pudo ya que a los 9 años era bastante alta, para luego darme un beso en la frente y decirme que me veía  hermosa.  Sonreí, aunque sabía que mi padre siempre me mentía para hacerme feliz. Algunas caras curiosas voltearon a verme, pero nadie parecía demasiado interesado en una chiquilla de ojos dispares y vestido esmeralda.  De ahí en adelante seguí mi camino sola, mezclándome en el mar de personas que se agolpaban en el salón del trono a  la espera de los novios.

A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora