Capítulo 37

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XXXVII

"¿En qué estabas pensando?"

La pregunta retumbó en los rumos de la antigua fortaleza, pero ninguno de los sirvientes le miré a los ojos. El viejo maestre frotaba un paño húmedo sobre la cabeza de la muchacha, para luego sumergirlo en un cuenco con agua y estrujarlo. Nadie dijo palabra alguna, menos ella. Arthur se cruzó de brazos. Lo último que había esperado al regresar de Desembarco había sido eso, un condenado infierno en el desierto. Todo había sucedido muy rápido, y el joven caballero daba gracias a los dioses que habían llegado a tiempo, sino la historia habría sido mucho más cruda. Todos los guardias de Gerold habían sido traídos de vuelta a la fortaleza, incluso los que habían caído muertos y a los vivos se les había encerrado en las celdas. Nadie entendía qué carajos estaba sucediendo, ni menos Arthur Dayne quien intentaba sonsacarle respuestas a esa muchacha.

"¿Y bien?" alzó una ceja, mientras el maestre cuidaba de la herida que había brotado en la sien de la muchacha. Erin tenía el rostro salpicado en sangre y tierra, pero sus ojos estaban tristes. Pero ella no hacía más que mirar el suelo, muda incluso ante las preguntas suyas. "¡Lena!"

El maestre le miró con el ceño fruncido, pero no era quien para decirle qué hacer. El viejo siguió metido en sus asuntos, mientras hundía una vez el paño en el cuenco con agua. Erin estaba absorta en sus pensamientos. A Arthur eso le impacientaba, no podía leerle la mente y necesitaba respuestas. Se le acercó hasta estar a su altura, intentando que sus ojos se encontraran con los de ella, y aunque así lo hicieron, la chica no pareció reaccionar. "¡Maldita sea!" bramó el joven caballero, mientras el maestre le miraba con curiosidad sumido en sus propios pensamientos. Aunque aún podían verse los rayos del sol en el horizonte, en la fortaleza reinaba el silencio aun cuando estuviese llena de guardias Dayne custodiando cada uno de los pasillos. Arthur intentó tener paciencia, pero era lo último que esperaba encontrar en un día como aquel. Sostuvo a Erin de los hombros, obligándole a mirarle pero ella siguió en su mutismo. "¿Qué fue lo que sucedió?"

Ya había escuchado las versiones de los guardias, al menos de los guardias de su hermano que tenían bastante seso como para darse cuenta de que era mejor decir la verdad. También había oído lo que las prostitutas de Gerold tenían que decir, pero en su cabeza aquello simplemente no cuadraba. ¿Por qué Lena habría quemado los caballos? ¿Acaso se habría vuelto loca? Se había pasado el resto del día intentando dilucidar qué hacer, aunque lo primero había sido atender a los heridos. Raaf había sido trasladado hasta una de las habitaciones vacías del castillo de donde el maestre había pasado la mayor parte del tiempo, intentando limpiar y coser la herida, aunque el panorama no pintaba muy bien. Según el anciano, todo estaba en manos de los siete y era exactamente eso lo que Arthur más le molestaba. En un inicio había pensado que sería fácil, que Raaf lograría dar con la muchacha y que le llegaría sana y salva hasta su hogar, pero todo se había complicado. Ahora era un embrollo, un lío difícil de desatar. Ya no se trataba solo de Lena o Erin, ni siquiera sólo de él. Se llevó una mano y rascó la melena oscura, intentando pensar con claridad pero ya podía sentir el peso sobre sus hombros. ¿Qué debía hacer? Su condenado honor le decía una cosa, pero ¿sus sentimientos? No, no podía ser un condenado idiota.

"¡Erin!" su voz fue clara, decisiva mientras le obligaba a la chica a mirarle. Los ojos de Erin no demostraban más que tristeza, no tanto por lo que había sido de Estrellaoscura, sino de lo que ella se había enterado al regresar a Ermita Alta. El maestre le miró con el ceño fruncido y aunque Arthur pudo notar que había metido la pata, ya estaba cansado de fingir. Hizo un gesto con la cabeza y ordenó al viejo a que saliera, lo cual el anciano hizo con su cadena tintineante. Nunca había sentido especialmente agrado por ese hombre, pero agradecía al menos que hubiese alguien en ese lugar que supiese de heridas. La puerta se cerró en medio del silencio, mientras Arthur se ponía de pie y comenzaba a dar círculos sobre la habitación. "¿Por qué quemaste los establos?"

A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora