Capítulo 23

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XXIII

Los caballos se detuvieron en los faldeos de las montañas, allí donde un caudaloso río se abría paso en medio del desierto. Era mucho más grande que el Azufre, y la corriente parecía aún más fuerte, pero las aguas eran claras y espumosas. Los grilletes tintinearon al unísono, y aunque estaba bastante sedienta, se sentía demasiado cansada como para volver a hundir sus llagosas manos en las tibias aguas. Si bien hubiese preferido descansar, el resto de los prisioneros la arrastró prácticamente a orillas del río, y en cuestión de segundos se encontró sumida hasta las rodillas, intentando calmar el malestar de sus heridos pies. "Deberías beber agua" musitó una mujer de piel oscura, de cuya muñeca se unía el siguiente grillete que sostenía a Erin. La muchacha apenas le miró con ánimo, mirando al horizonte "¿En dónde estamos?" preguntó la pequeña leona casi suspirando. Sus ropajes de prostituta dorniense se habían vuelto harapos, y su piel blanca se había enrojecido con las caricias del sol, así como la mugre que se le había pegado en toda la caminata. Ya ni siquiera recordaba cuándo habían dejado aquella taberna perdida en el desierto, y aunque había creído poder orientarse por medio de las estrellas, había finalmente decidido que el esfuerzo era en vano. Caminaba casi por inercia, porque había otras personas que le arrastraban hasta ese lugar, todos encadenados, todos en calidad de prisioneros. Paseó la vista por la orilla del río, allá donde se extendía aquella hilera que parecía interminable y pudo reconocer al hombre que le había tomado como prisionera la primera vez, quien se había hecho pasar por un guardia de la casa Fowler, y quien había perdido en las apuestas hacía casi tres noches. Él también era un prisionero, y lucía mucho menos fiero de lo que alguna vez realmente había sido.

"¿y qué voy a saber yo?" soltó la muchacha de piel oscura, con una pequeña sonrisa en el rostro "Yo vengo de Naath, y siempre he sido una esclava" sus ojos oscuros se clavaron en los de ella, para luego volver a concentrarse en el agua que les acariciaba las piernas.

"¿Naath?" repitió Erin casi sin ánimos. Ni siquiera podía imaginar donde eso quedaba, y ni siquiera tenía ánimos de preguntar. Si hacía preguntas, alguien le haría preguntas a ella y era mejor mantenerse en silencio. La única vez que había dicho la verdad desde que Dyron había muerto, ni siquiera aquel dorniense le había creído. ¿Habría diferencia si se lo confesaba a sus captores? Según otro de los prisioneros, seguían en Dorne, y en esa región, todos odiaban a los Lannisters. Era mejor seguir callada, y pasar desapercibida. "¿A dónde nos llevan?"

"A dónde se le antoje" musitó la muchacha de color, mirando más allá, metros adelante donde estaban los caballos y sus debidos caballeros. Eran un grupo peculiar, eso Erin no lo podía negar, pero no sabía qué pensar realmente sobre ellos. ¿Estarían cazando a malhechores, ladrones y estafadores? ¿O es que acaso era todo por diversión? "Ya sabes que nos pasará, Lena" soltó la voz con su marcado acento.

Siguieron avanzando montaña arriba, el camino cada vez se empinaba y volvía más difícil de recorrer. Las cadenas se tensaban porque en variadas ocasiones más de algún prisionero cayó de bruces al suelo, o simplemente uno de ellos no resistió más y murió ahí, tendido en el desierto. Arrojaban los cuerpos montaña abajo para que los buitres y aves carroñeras se hiciesen un festín, y en más de alguna ocasión cortaron la mano del muerto, para que retrasase más a la comitiva. El sol brilló en lo alto del cielo, arremetiendo con fuerza mientras las corrientes de aire les daban un poco de alivio, y los más viejos a duras penas lograban respirar por la altura. Erin no evitó voltear su rostro y ver el horizonte, donde el inmenso sol les observaba con tranquilidad, y aunque intentó comprender dónde estaba, le fue inútil. Pronto su vista se cansó, y tuvo que seguir moviéndose como el resto de sus compañeros. ¿Qué les aguardaría al final del camino? La muerte, de lo más seguro. Mucho de los guardias eran letales; había veces en las que se ensañaban con alguno de los prisioneros, y apenas si le dejaban tranquilo hasta cuando hubiesen roto todos los huesos de sus manos, y otras en las que tenían que escuchar los gritos desesperados de una mujer a la que estaban violando. Afortunadamente, su turno no había llegado y para los ojos de quien estaba a cargo de esa comitiva, ella era absolutamente invisible. Cuando uno de los guardias le había interrogado, ella había usado su identidad falsa y había dicho que era una puta, y ya que su supuesto dueño le había intentado vender y la esclavitud estaba prohibida en todos los rincones de los Siete Reinos, habían terminado junto al resto de todas esas personas. Pero aquello no hacía que fuese invisible para el resto; había notado en reiteradas ocasiones que más de un guardia se le quedaba mirando, otros hacían gestos obscenos frente ella, mientras que otros se atrevían a molestarla cada vez que tenían oportunidad. Las primeras noches, apenas pegaba pestaña asustada de que alguno de esos tipos fuese a abusar de ella, pero Aelis, la prostituta de Naath, se había encargado de que aquellos hombres se mantuviese alejados. Le había sorprendido que hablase la lengua común y si bien las siguientes horas de aquel viaje se volvieron más pasaderas, pronto las pláticas desaparecieron y apenas si cruzaban palabras. Ambas estaban cansadas, pero extrañamente Aelis mostraba una entereza que era muy difícil de quebrantar.

A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora