Capítulo 6

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VI

 El vestido había sido confeccionado de las telas más finas traídas de Myr, un brocado dorado muy parecido al que su prima había usado en la boda real, aunque claramente no era el mismo, ni su boda sería igual.  La septa Brona le había ayudado a peinarse y por primera vez, el cabello de Erin estaba recogido en una perfecta trenza que había dejado al descubierto parte de su rostro y por supuesto, aquel ojo ordinario que tanto detestaba. No soy ella  se dijo así misma observando a esa desconocida que le miraba No me parezco a ella… No soy Cersei…

Los golpes de la puerta la sacaron de sus pensamientos. El rostro de uno de los capas doradas le puso nerviosa, aún más cuando el hombre clavó la vista en el fino vestido antes de que la septa le ordenase que hablara.  Erin ni siquiera había tenido tiempo para cambiarse “Ser Tywin, mi lady” había dicho el guardia con la voz firme “Es urgente”.  Había intentado obviar la presencia de su tío de vuelta en La Roca, pero desde la mañana en que había puesto los pies de vuelta en la ciudad,  Erin había sentido como las entrañas se le revolvían.  Sentía que la rabia afloraría en cualquier instante, pero tanto su madre como Gemma Lannister le habían ordenado guardar silencio.  Ni siquiera quería pensar en ellos… era demasiado horrible.
Los escalones hasta los aposentos del león rey se le hicieron eternos, especialmente vestida de aquella manera. Algunos ojos curiosos Frey voltearon a mirarle, aunque ya se había acostumbrado a que su hogar estuviese infestado de víboras.  Ni siquiera prestó atención a las primas de su prometido que siempre solían cuchichear a sus espaldas, cerca de la biblioteca, así como obvió la ausencia de ambas.

Tywin Lannister estaba sentado detrás de la gigantesca mesa de madera, con la vista perdida en sus pergaminos, untando una fina pluma en tinta para luego estampar su bella firma en los pedazos de papel.  Siempre le había dado escalofríos entrar a ese lugar; figuras de león en oro, tapices y una que otra espada descansaban a cada lado que se mirara, olía a velas e incienso, y extrañamente era una de las pocas habitaciones que a la hora del atardecer se teñía de rojo, como si las paredes tomasen vida con los colores propias de la casa Lannister. Un matadero solía pensar de pequeña Erin, cuando jugaba a las escondidas en el castillo, cada vez que buscaba un nuevo escondite lejos de su hermano Lancel. Sólo una vez había entrado al despacho de su tío, pensando que sería el lugar perfecto para pasar desapercibida, pero el mismísimo Tywin la había encontrado, con las manos en la masa. De haber sido su hija, seguramente él le hubiese dado una tunda, pero no´ era su hija después de todo…

Los ojos de Tywin Lannister la fulminaron cuando dos de sus guardias personales anunciaron su entrada.  Erin se sintió como una niña pequeña estando frente a un león enjaulado, pero  intentó disimularlo con una sonrisa, aunque la expresión de su tío no cambió. ¿Qué había en su rostro? Su madre no le había dicho si Tywin conocía la verdad, pero a juzgar por su apariencia no tenía idea de saberlo… pero ¿si lo sabía?… La muchacha tragó saliva; sólo pensar en aquello le hacía poner los pelos de punta y estaba lo bastante asustada con aquel rumor que… ¡Ni siquiera había caído en la cuenta de que su padre estaba de pie frente a la ventana, contemplando el Mar del Ocaso, pensativo!.

“Tío, padre” soltó la muchacha mirando a ambos. Ser Kevan Lannister volteó a contemplarle con aquellos ojos dulces, llenos de ternura, a diferencia de las frías cuencas de su querido tío.

“Te ves hermosa, Erin” su padre se atrevió a decir tomándola de las manos. Ser Kevan la admiró de pies  a cabeza, con el orgullo a flor de piel. Le dio un tímido beso en ambas mejillas, como si fuese aún una niña. Tywin, sentado detrás de los pergaminos y velas, les miró sin emitir palabra alguna y sólo fue entonces cuando la mirada de su padre cambió, su sonrisa se esfumó de su rostro “Erin, hay algo…”

A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora