Capítulo 31

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XXXI

El sonido de las olas que reventaban con la roca era lo único que llenaba sus oídos. Caminaba casi a ciegas, iluminando el camino gracias a la mísera de luz de una antorcha que estaba por apagarse. Estaba asustada, podía sentir el corazón dando tumbos en su pecho y el miedo parecía asfixiarle, estrangulándole la garganta. No debía estar en ese lugar y lo sabía, no debía haber descendido hasta las profundidades de la Roca, su madre le había advertido que era peligroso y su hermano le había dicho que había fantasmas... ¿los había? Aquellas estatuas le miraban en silencio, algunos parecían apuntarles y otros simplemente le observaban. Hacía frío, podía sentir como la piel se le ponía de gallina, y las lágrimas rodaban por sus mejillas. ¿Qué había al final de ese mausoleo? Siguió avanzando, reconoció la estatua de Lann El Astuto y la tumba de su tía Joanna, hasta que pudo sentir el mar retumbando con toda su fuerza sobre la pared de piedra. Tragó saliva y pasó una mano sobre la pared. Podía sentir la humedad, el olor a mar le inundaba la nariz y sus pies descalzos se ponían cada vez más fríos. De pronto, escuchó unos pasos detrás de ella, y la niña giró sus talones, intentando alumbrar al fantasma que saldría a encontrarle. Pero no era un espectro, tampoco un caballero de armadura oscura ni menos su prima.

"¿Quién es usted?" se encontró preguntando la muchacha de siete años, la vocecilla retumbando en las paredes del Salón de los Héroes. Se trataba de una mujer, pero nunca la había visto en la vida. Vestía harapos, y su rostro iba cubierto de una manta, pero sus ojos... parecían pozos sin fondo. La mujer no dijo nada y le quedó mirando. La pequeña Erin le siguió mirando, con miedo aterrada de que se le acercara, pero ¿a dónde podía escapar? De pronto, sintió que la garganta se le cerraba y soltó la antorcha, cayendo de rodillas en fría roca, mientras intentaba respirar. "¡NO!" exclamó mientras se rasguñaba la piel del cuello, y sus ojos dispares amenazaban con salirse de sus cuencas "Por favor..." se encontró suplicándole a aquella mujer, pero ésta no hacía más que mirarle...

La pesadilla le despertó y su habitación se materializó frente a sus ojos. No recordaba el momento que finalmente se había dormido, ni menos cuando había llegado hasta ese lugar y su cabeza parecía no dejar de dar giros. Intentó calmar la respiración, llevándose ambas manos a la cara, recordando que aquello no había sido más que un mal sueño. En ese momento, la puerta se abrió y Erin estuvo a punto de echarse a correr, pero en cuanto Taena apareció en el umbral de la puerta, la muchacha se sintió aliviada. La mujer sonrió cansinamente, mientras cargaba una bandeja con lo que parecía ser la cena del día. Erin no sabía cuántos días habían pasado, si estaba de noche o si todo había sido una condenada pesadilla. La mujer dejó la bandeja sobre una mesa donde dos velas iluminaban el lugar, y luego se sentó a los pies de la cama, posando una mano sobre la frente de la chica.

"Ya no tienes fiebre" sonrió la mujer sin quisiera mirarle a los ojos. Cogió un trapo y lo sumergió en un balde con agua, para luego estrujarlo. Erin le miró en silencio, como si tuviese un puñal clavado en el pecho.

"¿Cuánto tiempo...?" su voz fue como un suspiro, mientras miraba las cobijas que le arropaban. En Dorne siempre hacía calor, pero sentía el cuerpo helado, entumecido. Tal vez por eso en el sueño había sentido tanto frío. "¿Qué hago aquí?"

"Te desmayaste" soltó Taena, mientras posaba el paño sobre la frente de la chica. La mujer le contempló por largos segundos, e incluso le acarició el rostro, para luego ponerse de pie y coger uno de los platos que había traído.

"No tengo hambre" Erin miró la comida, y la verdad es que el apetito se había ido. Taena se sentó de todas formas junto a ella, y le ofreció un poco de pan. "No quiero comer"

A Lannister DebtDonde viven las historias. Descúbrelo ahora